El coronavirus está marcando con tinta indeleble las fronteras de la desigualdad en las ciudades latinoamericanas. La enfermedad, que llegó oficialmente al continente el 26 de febrero a través de un brasileño de São Paulo que había estado en Italia y se cobró su primera vida en Buenos Aires (Argentina) poco más de una semana después, no tardó en entrar en la fase de contagio comunitario poniendo en emergencia los sistemas de salud de algunos países.
La covid-19 enfrentó a los dirigentes de la región y a millones de familias a la disyuntiva imposible de cómo frenar su expansión sin ahogar las economías. Aunque el virus golpea por igual a ricos y pobres, hay grandes diferencias a la hora de combatirlo en función de la clase social. Confinarse, mantener la distancia social, quedarse en casa e incluso lavarse las manos son acciones mucho más difíciles para quienes viven al día, hacinados y en ocasiones sin acceso a agua corriente en favelas o barrios de bajos recursos y coloca en una situación de desventaja a sus habitantes frente a la pandemia.
México es ya el tercer país con más muertes por coronavirus del mundo, después de Estados Unidos y Brasil, según el conteo de la Universidad Johns Hopkins. Hasta el 2 de agosto, la ciudad había registrado más de 74.314 casos positivos y más de 8.900 muertes.
La pandemia, que llegó a la capital mexicana a finales de febrero, principalmente a través de personas de las colonias más acomodadas que habían estado en el extranjero, encontró en los barrios populares densamente poblados y con altos niveles de pobreza de la capital un caldo de cultivo para su expansión.
En marzo, la Ciudad de México entró en una cuarentena laxa que se relajó aún más en junio, cuando el Gobierno de Claudia Sheinbaum inauguró el sistema del semáforo epidemiológico, por el que se reabrieron parcialmente comercios y restaurantes con medidas de seguridad y sana distancia mientras disminuía la tasa de ocupación hospitalaria.
Sin embargo, para los habitantes de los sectores más desfavorecidos, donde las familias viven hacinadas y sin acceso a agua potable y drenaje, el quedarse en casa y la distancia de seguridad nunca fueron una opción y eso tiene un claro reflejo en el número de muertes y contagios. Para muchos mexicanos, el salir a la calle y, como consecuencia, la posibilidad de enfermarse, lo marca más la necesidad de ganarse la vida que el semáforo.
La epidemia despegó tarde en Colombia, pero cuando lo ha hecho ha concentrado su impacto en la capital. Bogotá acumula casi cuatro de cada diez casos detectados en el país, con apenas un 18% de la población. Pero la inmensa mayoría de ellos se concentran en los estratos bajos.
Argentina inició una dura cuarentena el 20 de marzo, que aún continúa. Luego de mantener durante meses aplanada la curva de contagios, atraviesa ahora un periodo de subida acelerada de la curva. Desde hace dos semanas, los casos promedian los 5.500 diarios y la cantidad de infectados se acerca a los 200.000, con más de 3.500 muertos. Las cifras están lejos de sus vecinos más afectados por la pandemia, como Brasil o Chile, pero preocupa a las autoridades que el virus se ha ensañado con la ciudad de Buenos Aires y su área metropolitana. Viven allí cerca de 15 millones de personas, el 33% de la población total del país.
La ciudad de São Paulo, la más rica y poblada de Brasil, fue la primera en registrar un caso de la covid-19 en Brasil el 26 de febrero, cuando sus calles estaban llenas de gente celebrando el carnaval. Con 12 millones de habitantes, se convirtió rápidamente en el epicentro de la pandemia en el país y hoy suma oficialmente más de 22.700 muertos. Aunque la cuarentena se impuso oficialmente el 24 de marzo, con restricciones en algunos sectores, nunca hubo un verdadero confinamiento. Las medidas de aislamiento social favorecieron a las clases medias y altas. Gran parte de los sectores que emplean a la población de menor poder económico siguieron funcionando total o parcialmente, como los servicios esenciales o la construcción.