Están por todas partes. En los alrededores de los mercados bajo techo. En las salidas del metro o paradas del metrobús. En parques y plazas. Afuera de las iglesias. En cualquier esquina de cualquier barrio a cualquier día y hora. Ya sea con puestos desarmables cubiertos de plástico o de plano a la intemperie. Con sus ollas humeantes y planchas con antojitos o con productos de todo tipo: desde ropa, perfumes y zapatos hasta muñecos, relojes y computadoras.
Los vendedores ambulantes forman parte del paisaje de la Ciudad de México. Y cada vez son más, porque trabajar en la calle es la alternativa inmediata ante las crisis económicas y la pobreza endémica que padece el país y que se profundizaron con la pandemia de coronavirus.
Por eso las imágenes de cientos de triciclos decomisados a vendedores callejeros desataron tanta polémica. El alcalde Hegel Cortés, director de Gobierno de la alcaldía Miguel Hidalgo, presumió en redes sociales fotos del principal instrumento de trabajo de trabajadores informales y anunció su destrucción.
Creyó que lo iban a aplaudir, pero fue tal el nivel de repudio que tuvo que dar marcha atrás con el desalojo de ambulantes en Polanco, uno de los barrios más ricos y, por lo tanto, más clasistas de la capital. Pero también, en donde los vendedores de comida callejera son más necesarios para alimentar con productos sabrosos, abundantes y baratos a los millones de oficinistas y trabajadores que a diario se trasladan desde colonias más pobres y alejadas.
El debate, que mezcló mensajes de desprecio y discriminación y muestras de apoyo, revivió los frustrados intentos que se han llevado a cabo desde hace dos siglos para reordenar «el ambulantaje», una práctica comercial nacida en épocas prehispánicas y que está enquistada en la cultura mexicana. Es una tradición.
Ya durante la Colonia
Los conquistadores Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo, entre muchos otros, reseñaron con sorpresa y admiración los mercados callejeros que descubrieron en su paso por la ciudad.
«Cada género de mercaduría se vende en su calle, sin que entremetan otra mercaduría ninguna, y en esto tienen mucha orden», contó Cortés en una carta al emperador Carlos V, en la que describió el mercado de Tlatelolco con sus puestos de aves de casa, joyas, maderas, verduras, miel, teñidos, maíz y empanadas de pescado. «En los dichos mercados se venden todas cuantas cosas se hallan en la tierra», afirmó.
«Cuando llegamos a la gran plaza, que se dice el Tatelulco, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en ella había… ya querría haber acabado de decir todas las cosas que allí se vendían, porque eran tantas y de tan diversas calidades que para que lo acabáramos de ver e inquirir era necesario más espacio», cronicó Díaz del Castillo.
Durante la Colonia, los múltiples mercados callejeros que había en la ciudad comenzaron a desbordarse de las plazas para abarcar las calles aledañas, lo que dio origen a los primeros intentos de reordenamiento. En las primeras décadas del siglo XIX, en los albores de la Independencia, las autoridades construyeron mercados bajo techo para albergar y organizar a los vendedores.
Pero a los mexicanos les gustaba comprar en la calle. Nunca dejaron de hacerlo. Con el paso del tiempo, los gobiernos locales construyeron plazas, más mercados y más corredores comerciales que siempre terminaron expandidos con puestos que se colocaban en los alrededores. Los límites físicos impuestos siempre fueron traspasados de manera anárquica. Nada ha servido hasta ahora para controlarlos o reducirlos. Si los quitan de unas calles, se colocan en otras.
A ello se debe que México tenga algunas de las concentraciones comerciales populares más importantes de América Latina, como La Merced, Tepito y el Tianguis de San Felipe de Jesús.
¿Quiénes son?
La pandemia provocó que haya más ambulantes pero que ganen menos. Así lo reconocen informes publicados en Data México, el portal de datos oficiales de la Secretaría de Economía.
De acuerdo con el estudio, en el primer trimestre de 2020 había en el país 1,7 millones de vendedores ambulantes, un 8,01 % más que en el mismo periodo del año pasado. Casi un millón se dedican a la venta de alimentos.
A pesar de los prejuicios que arrastra, es una actividad que paga impuestos, moviliza a la economía, cubre cuotas legales e ilegales impuestas por municipios o alcaldías. Y ahora, también, son extorsionados por los cárteles.
Los ambulantes representan el 98,3 % de los trabajadores informales. Tomando en cuenta los promedios, tienen 44 años de edad, una escolaridad de 8,2 años y ganan un salario mensual de 2.980 pesos (alrededor de 135 dólares), que equivale a un 7,6 % menos de lo que obtenían en el primer trimestre de 2019.
Además, trabajan 32,6 horas semanales y el 55,7 %, son mujeres. Pero como ocurre en la inmensa mayoría de las actividades formales, pierden en la brecha de ingresos, ya que ellos ganan casi 50 dólares más que ellas cada mes.
Las cifras oficiales son las más altas desde los reportes de 2012 y ni siquiera son consideradas fieles porque no todos los vendedores están empadronados o informan sobre una actividad que, a pesar de los prejuicios que arrastra, sí paga impuestos, moviliza a la economía, cubre cuotas legales e ilegales impuestas por municipios o alcaldías. Y ahora, también, son extorsionados con «impuestos» establecidos por los cárteles.
En la ciudad de México, por ejemplo, diversos especialistas calculan que en realidad hay por lo menos dos millones de ambulantes, ya que las autoridades suelen contabilizar los puestos, no a los vendedores que trabajan en ellos y que en general son negocios familiares en los que participan varias personas a la vez.
Un nuevo intento de control
La pandemia interrumpió el debate de una Ley sobre el Ejercicio del Comercio y el Trabajo no Asalariado en la vía Pública, que iba a ser discutida por el Congreso de la Ciudad de México durante el primer trimestre de este año.
Esta iniciativa propone regularizar los derechos de las personas trabajadoras no asalariadas, prestadoras de servicios por cuenta propia, productoras de bienes, artesanías, y de las comerciantes en el espacio público y locatarias de los mercados públicos.
Además de reconocer su derecho al trabajo, propone que sean inscritos en un padrón oficial para que cuenten con una identificación formal, sean incorporados gradualmente en la seguridad social, reciban atención médica gratuita en clínicas y hospitales, accedan a programas de créditos para vivienda.
Entre las obligaciones que deberían cumplir los ambulantes, el proyecto de Ley plantea que la autorización sea personal e intransferible y acorde al giro y espacio de trabajo; que no alteren el orden público y la tranquilidad de las personas; que respeten los horarios establecidos; que no usen enseres o mobiliarios que pongan en riesgo la seguridad o impidan la movilidad y conserven limpio y en buen estado sus puestos.
Tampoco deben incumplir con los pagos del permiso o vender o consumir bebidas alcohólicas, drogas, explosivos o sustancias inflamables, cohetes, juegos pirotécnicos y animales vivos.
Si se aprueba la Ley, los ambulantes podrán vender en espacios privados abiertos al público si el dueño los autoriza, pero no en autobuses, estaciones del Metro, Metrobús, Cablebús, lo que parece complicado porque justamente el transporte público es una de sus principales áreas de trabajo, al igual que los alrededores de hospitales y escuelas.
El presidente de la Comisión de Puntos Constitucionales e Iniciativas Ciudadanas del Congreso de la Ciudad de México, Nazario Norberto Sánchez, ya advirtió que esta nueva norma se debatirá en cuanto la pandemia lo permita ante la urgencia de regularizar a trabajadores informales que, para entonces, ya serán muchos más.