Por Gabriel Hernández García
| El mesías Andrés no era nada de lo que decía o que aparentaba ser. Lo que sí hay que reconocer es que tenía la desfachatez y la falta de escrúpulos para decir y prometer hasta las cosas más absurdas, esto tenía el efecto de que los más ingenuos le creían, otros dudaban de que fuera cierto, pero no lo decían, y la gente más cuerda y sensata se admiraba de la existencia de un individuo tan cínico que mintiera tan descaradamente.
El mesías Andrés sabía que mentía y lo sabía bien, pero confiaba en que siempre encontraría ignorantes que le creyeran, apoyaran y luego lo defendieran; efectivamente siempre los encontró y él mismo los bautizó con el nombre de “solovinos”. Hay que decir, en defensa de estos, que había diferentes grados de “solovinez”.
Pero el mesías Andrés se enamoró tanto de su papel, que llegó a convencerse de que efectivamente era un Mesías y que, por tanto, debía ser presidente de la República para lo cual se allegó un grupo de incondicionales, los cuales fueron conocidos como chairos, quienes, por conveniencia, nunca por convicción, empezaron a predicar que su mesías era lo mejor de lo mejor.
Y sucedió que, en ese tiempo los mexicanos estaban muy inconformes con tanta mentira de otros políticos que había gobernado el país y, por coraje para desquitarse contra quienes tanto tiempo los habían engañado, bajo la inducción de chairos y “solovinos”, propagaron las ideas de su maestro, el cual les había dicho: “id y apoyándoos en las redes sociales prometed todo lo que se os antoje.” Sus 12 “solovinos”, aunque seguramente eran más, predicaron las mentiras de su mesías, prometieron hasta lo imposible, compraron conciencias y votos, regalaron despensas y chucherías, cohecharon a quien se dejó y… ganaron.
El innombrable, el “ya sabes quién”, fue electo presidente de México. Ahí empezó la desgracia de los mexicanos y hasta de muchos “solovinos”.
Y sucedió que cuando el mesías llegó al poder no multiplicó el pan ni los peces, sino todo lo contrario: les quitó el pan a los pobres y hasta a muchos de sus “solovinos” porque eliminó comedores comunitarios. Y, aunque existía el mandamiento de “no dirás falsos testimonios ni mentiras” y él mismo decía que uno de sus principios era “no mentir, no robar, no traicionar” parece ser que se mordía constantemente la lengua, como dicen que les ocurre a los mentirosos y probablemente hasta callo ha de haber tenido, pues mentía cada vez que hablaba y, como se infiere desde el inicio de esta narración, siempre había mentido<,por ejemplo, en lo que les había predicado a sus discípulos, perdón a sus “solovinos” y luego lo repitió en sus discursos: “bajaré el precio de los combustibles” y nada que la gasolina y la luz no bajaron, sino que aumentaron. También había predicado “venderé el avión presidencial” y no lo vendió, también dijo “lo voy a rifar” y tampoco lo rifo. Había prometido “fortaleceré el sistema de salud al nivel de los mejores del mundo”, y luego afirmó el “coronavirus no contagia ni mata si se le exorciza con estampitas del sagrado corazón de Jesús y nada que el demonio del covid-19 se llevó a más de 75,000 ciudadanos para lo cual, nuestro Mesías, había dicho que eso del coronavirus le había caído “como anillo al dedo”, es decir que este Mesías no resucitaba muertos, sino que hasta celebraba que se hubieran muerto.
En las locuras y sinrazones que había predicado: a los delincuentes los voy a tratar con la política de “abrazos, no balazos”, y para que confíen regresaré el Ejército a los cuarteles. Pero también aquí mintió pues no lo metió, y más bien lo incrementó creando una guardia nacional. Como era de esperarse, los malandros se burlaron de tamañas tonterías y mataron más gente que nunca.
Nuestro Mesías decía querer acabar con la corrupción en el mundo y que todos fuéramos buenos y no robáramos ni una aguja, pero sus discípulos eran peor que “Ali baba y sus 40 ladrones” tanto que cuando creó un instituto, dizque para devolver al pueblo lo robado, a los que nombró para que cumplieran esa tarea, se robaron lo que deberían devolver y poco faltó para que también se robaran el Instituto.
Nuestro Mesías había predicado: “mi fuerte no es la venganza”, pero en cuanto pudo se vengó de sus contrincantes calumniando, persiguiendo y reprimiéndolos; cancelándoles sus cuentas bancarias; los metió a la cárcel y los atacó en sus conferencias mañaneras, incluso llegó a decirles “este es mi reino y si no les gusta, váyanse de aquí porque aquí solo mis chicharrones truenan y todos me deben obedecer ciegamente”.
Como puede verse, nuestro Mesías, usted lo conoce y “ya sabe quién” fue y es: el más grande mentiroso jamás conocido al que poco a poco, todos sus antiguos seguidores, arrepentidos y avergonzados, cada vez más están pensando que lo mejor que se puede hacer es quitarlo del lugar en el que está, pues con sus mentiras y medidas, cada vez está haciendo más daño, en lo cual podemos y debemos coincidir todos.