La salida no es la negación puramente subjetiva de la realidad y “sentirse bien aunque se esté mal”. Debe cambiarse el estado de cosas, distribuyendo el ingreso; así la idea de felicidad ya no será imaginaria.
Abel Pérez Zamorano
Una forma en que la economía de mercado obnubila la conciencia de los pobres es impresionándolos con las riquezas de los de arriba, exhibidas en televisión, revistas, cine, internet. Se muestran en sus residencias, yates, cruceros, en sus aristocráticos deportes; exhibiendo ropas, joyas, coches, aviones privados; en playas exóticas y restaurantes de gran lujo. Con su boato deslumbran y atraen a los pobres, destacadamente a los jóvenes, “el discreto encanto de la burguesía”, diría Buñuel. Hay en el fondo de este deseo social una aspiración legítima: el derecho de todo ser humano a una vida mejor, a satisfactores que la tecnología y la economía producen y que otros disfrutan. Pero aun siendo legítimo, este deseo se imbrica con un problema de incomprensión de la estructura de clases sociales, que lleva a una distorsión de la realidad en la mente de un importante sector social.
Muchas personas de bajos ingresos viven en negación, concibiéndose como clase media. La revista Expansión, citando al Happy Planet Index 2016, publicó que: “México es el segundo país más feliz del mundo, según”, ejercicio en que participa la encuestadora Gallup. Un artículo del New York Times de julio pasado, firmado por Viri Ríos (doctora por la Universidad de Harvard), dice: “En México muchos creen ser clase media pero no es así. El 61 por ciento de la población se identifica como tal pero solo el 12 por ciento lo es. La mitad del país vive con un serio malentendido sobre su nivel de ingreso […] La realidad es que el 84 por ciento de la población no tiene seguridad laboral o un sueldo que les permita satisfacer las necesidades de su familia, pero lo niega. Negar la realidad impide tener demandas políticas concretas y claras”. Y advierte: “El malentendido impide solucionar los problemas más apremiantes del país y perpetúa políticas que solo benefician a las élites”; finalmente agrega que para ser clase media se requiere ganar 64 mil pesos mensuales por cada familia de cuatro integrantes, lo que solo consigue el 10% más rico. Dicho sea de paso, la verdadera clase media, o lo que queda de ella, debe reaccionar, pues la acumulación acelerada del capital la convierte en una clase en peligro de extinción.
Que pobres y personas de clase media baja se sientan felices, aun careciendo de lo indispensable, es una sensación explicable merced al sofisticado arte de ilusionismo de quienes poseen la riqueza y el poder político, y sí, contribuye también un consumo limitado de ciertos bienes que dan la falsa sensación de satisfacción. Con ese anestésico logran también que los afectados no reclamen acceso efectivo a la riqueza por ellos creada y que consideren sus carencias como cosa natural. Pero la realidad se impone: según la CEPAL 2020, en pobreza extrema: “El índice de las personas en esta situación pasará de 11.1% de la población a 17.4% […] el porcentaje de mexicanos en situación de pobreza y pobreza extrema pasará de 53% a 66.9%, del total de la población en 2020”.
En igual sentido, la Secretaría de Economía (Forbes 17 de mayo de 2014) clasifica a los mexicanos por su nivel de ingresos en seis estratos; en el más bajo, el 35% –del año referido (39 millones), incluye “trabajadores temporales e inmigrantes, comerciantes informales, desempleados, y gente que vive de la asistencia social”. Le sigue lo que llaman clase “baja-alta”, 29 millones, 25% de la población, con “un ingreso ligeramente superior al sueldo mínimo […] conformada por obreros y campesinos”. Sumados estos dos sectores, la base de la pirámide, hacen el 60% de la población. Esta tipología socioeconómica incluye en la clase “alta-alta” al 1% de la población. Según otras fuentes, los verdaderamente ricos son los llamados “ultra millonarios” (Ultra high-net-worth individual), cuyo patrimonio de inversión supera los 30 millones de dólares (alrededor de 600 millones de pesos), excluyendo propiedades personales fuera de la empresa. En el mundo suman 513,244, y en México 3,790; de ellos, 16 tienen más de mil millones de dólares (Infobae, 7 de marzo de 2020, Knight Frank Research). Esta es, en trazos generales, la estructura de clases y de apropiación, conque lo importante no es como “se sienta” alguien, sino cómo está realmente. Y vista en su dinámica, la llamada movilidad social, la permeabilidad para que los de abajo puedan subir a los estratos medios o superiores, no existe; es más, con el tiempo caen más en la pobreza, aumenta la riqueza acumulada y con ello la polarización económica.
Nuestra sociedad está narcotizada (y ahora literalmente con las nuevas leyes), para que se sienta feliz, feliz, como dice el presidente, en su pobreza. Y ese letargo induce a muchos a considerar innecesario cambiar la realidad, pues al fin y al cabo “están bien”, o a buscar insertarse exitosamente en ella, acomodarse… y muchos lo dan por hecho. Particularmente, como es natural, los egresados de universidades esperen ver recompensados sus esfuerzos de tantos años de estudios, aspiración muy legítima, pues se dedican con entusiasmo a prepararse, pero el régimen ignora sus esfuerzos y su derecho: 38 por ciento de profesionistas con una carrera ganan en promedio seis mil pesos mensuales (Secretaría del Trabajo), y solo 17% de egresados de universidades ganan más de 15 mil pesos (Encuesta Nacional de Egresados 2020, Centro de Opinión Pública, Laureate México). En el gobierno y la dirección de la gran empresa no están los más preparados: basta ver la cultura y calidad profesional de los funcionarios gubernamentales.
La riqueza y el poder ya están distribuidos; el modelo económico, las leyes, el Estado, el régimen de partidos políticos, todo está diseñado para promover la acumulación y mantener a los pobres en la pobreza. Los herederos del poder tienen asegurado el control del país. Lamentablemente, esto lleva a no pocos jóvenes a concluir que carece de sentido estudiar, ya que hay formas más rápidas de conseguir dinero; muchos se enrolan en la delincuencia. A esto se agregan los millones de jóvenes que por su pobreza no pudieron estudiar. Otros, con talento político, buscan aprovecharlo quedando bien “con los de arriba”, buscando congraciarse con quienes reparten puestos, canonjías, becas, y así “hacer carrera” en busca del personal beneficio, renunciando a su dignidad y dando la espalda a quienes están abajo, a los marginados, que no tendrán esa misma oportunidad. Por la vía individual, a lo sumo “se salvan” unos cuantos habilidosos, pero, ¿y la inmensa mayoría?
La salida no es la negación puramente subjetiva de la realidad y “sentirse bien aunque se esté mal”. Debe cambiarse el estado de cosas, distribuyendo el ingreso; así la idea de felicidad ya no será imaginaria. Siendo el pueblo creador de la riqueza, tiene derecho a su disfrute, sin implorarla, y esto no puede lograrse en solitario sino actuando en forma colectiva en torno a un proyecto nuevo de país, que garantice oportunidades para todos. Cualidad humana es transformar realidades para abrir paso a otras nuevas, y ante la injusticia de la actual, lo racional no es “insertarse” ventajosamente en ella, sino construir una sociedad mejor. Alguien dijo que al buscar la felicidad de los demás se encuentra la propia.