No es lo mismo vacunas que vacunación. Ni vacunadores y vacunados. Hemos visto más parafernalia, festejos y demasiada gente detrás de un proceso que se ha vuelto lento, con poca coordinación y una robusta base de datos que ha generado poca velocidad y efectividad en el proceso.
Xavier Tello
Cumplimos un año en la pandemia de SARS-CoV-2 y el mundo ha sobrepasado los 2 millones de muertes y no hay otra forma de decirlo: esto es una tragedia.
Al no contar aún con un tratamiento, la única esperanza del planeta se centra en las vacunas y, aunque la ciencia nos ha sorprendido con su gran velocidad de investigación y desarrollo, entregándonos ya algunas que son efectivas y seguras, de forma rápida, esto no es suficiente.
Para lograr una inmunidad que corte la transmisión de los contagios, necesitamos la combinación de dos factores: un abasto suficiente de biológicos y estrategias de vacunación que sean eficientes y rápidas.
Hace 3 semanas que México comenzó a recibir dosis de vacunas de Pfizer BioNTech. La entrega más grande, el pasado 12 de enero de poco menos de 440,000 para sumar un gran total de 546,975. El próximo martes 19, deberíamos recibir otras 440,000.
Éstas deberían ser excelentes noticias si no fuera por un detalle: la velocidad de avance y la organización no están siendo las adecuadas.
Recordemos que apenas el mes de julio pasado, México no tenía una sola dosis de vacuna asegurada o firmada y hay que concederle a la Cancillería el enorme esfuerzo de haber realizado los tratos para obtener una cobertura que, matemáticamente, se ajusta al número de adultos que requerirán ser vacunados en este primer año de inmunizaciones. En el número inaugural de La-Lista, se publicó la historia de las mujeres que lo hicieron posible.
Como ya se ha dicho en varios medios, no es lo mismo vacunas que vacunación. El tener los biológicos es bueno, sin embargo, no son de mucha utilidad si no se lleva acabo un proceso eficiente y expedito para administrarlos. Es aquí donde todavía nos falta bastante por hacer.
En México somos proclives a celebrar todo y el inicio de la vacunación no fue la excepción. Muchos mensajes y simbolismos que van desde, el primer “regalo de Navidad” de este gobierno a “el pueblo” o el ser el primer país de Latinoamérica que logró la vacuna, ganándole (por tan solo 12 o 13 horas) a Chile. Recepciones en el aeropuerto a contenedores de escasos metros cuadrados, discursos, aplausos y fotografías.
Las primeras 107,000 vacunas se aplicaron en medio de un complicado dispositivo en el cual los profesionales de la salud tuvieron que trasladarse a un puñado de bases militares en la Ciudad de México y el estado de Coahuila. Muchas horas perdidas, filas, instalaciones con poco acceso a sanitarios y al final, un avance que no pasaba las 4,000 a 6,000 dosis diarias.
Si algo caracterizó a esta primera entrega, fueron tres problemas: Primero, el haber obligado a la gente a ir a las vacunas en vez de llevar las vacunas a la gente, causando molestias y problemas entre el personal que muchas veces se encontraba cansado y debía regresar muy temprano por la mañana para subir al autobús que lo llevaría a la vacunación. El segundo problema fue la ausencia de una base de datos confiable, producto de un complicado proceso de alta en listas que debían ser validadas para después ser devueltas a los jefes, quienes debieron notificar al personal con muy poco tiempo de antelación. El tercer problema y seguramente el más representativo, fue que el sistema había sido diseñado para facilitarle la vida de los vacunadores, y no a los vacunados.
Para la gran entrega del 12 de enero, se diseñó un intrincado operativo logístico con el fin de garantizar que, una vez llegadas las vacunas a México, salieran del ambiente de supercongelación y pudieran ser distribuidas a cada una de las 870 unidades hospitalarias seleccionadas en todo el país en un lapso de 72 horas, que es el tiempo que las vacunas pueden sobrevivir descongeladas y a una temperatura de refrigeración estándar.
Sin embargo, no obstante la logística y esfuerzos de distribución, el proceso mismo de vacunación ha sido poco eficiente.
Demasiada parafernalia y demasiada intervención de demasiada gente. De forma improvisada (unas cuantas semanas no es mucho tiempo) se diseñó un plan táctico consistente en el uso de las llamadas “brigadas Correcaminos”, formadas por una docena de personas, de las cuales solamente dos se dedicarían a vacunar, cuatro de ellas serían personal de las Fuerzas Armadas y seis de ellos, los llamados “Siervos de la Nación” que supuestamente ayudarían con la implementación de las “células” de vacunación y la captura de datos.
Durante esta primera semana, en medio de abundantes fotos y gente satisfecha por haber recibido su vacuna, surgieron también muchas historias retrasos, filas de cuatro o cinco horas, inconsistencias en las listas de vacunados, pleitos y una diversidad de métodos, en donde lo que menos se observa es una estandarización en los procedimientos.
Aunque se crearon manuales operativos, estos son lo suficientemente vagos para permitir la discrecionalidad los procesos; así, los “Siervos de la Nación” son quienes recaban y capturan datos personales y clínicos cuando esto debería hacerse con la mayor secrecía y confidencialidad por un profesional de la salud.
La presencia de operadores políticos afines al partido en el gobierno no ha dejado de levantar cejas, cuando el presidente abiertamente ha hablado de la labor que desarrollarán en la promoción de programas sociales y entrega de beneficios durante la aplicación de las vacunas. Se han leído y escuchado testimonios de trabajadores de la salud a los que les solicitaron copias de su CURP e INE.
Pero seguramente la mayor carencia de la estrategia la observamos en la falta de un sistema informático robusto y amigable que haya sido creado específicamente para esta misión. Desde la necesidad misma de un “capturista” (Siervo de la Nación), quien tiene visibilidad y acceso a la información personalísima de cada vacunado, la utilización de formatos en papel que después deben ser alimentados en un sistema en línea que continuamente falla; o grandes diferencias tecnológicas dependiendo de la sede, como registros computarizados en los Institutos Nacionales de Salud, mientras que en otras clínicas y hospitales se levanta la información a mano.
Una vez más, no criticamos ni los esfuerzos ni las buenas intenciones. Lo que hay que entender es que cuando lidiamos con la pandemia más grave de la historia moderna, lo que importa son los objetivos, la buena ejecución y los resultados; sin embargo, al momento de escribir este artículo, la Secretaría de Salud reporta que aún faltan por aplicarse 83,729 dosis. ¿Cómo es esto posible? ¿Exactamente porqué disminuyó la velocidad de administración día con día, de acuerdo con las gráficas presentadas el sábado pasado?
Si bien se ha dicho que dependemos del abasto de vacunas en el mundo, lo cual ocurre en todos los países, México debió haber contado desde hace varios meses, con una estrategia de vacunación impecable.
Debemos inmunizar a 90 millones de adultos en nuestro país, en algunos casos con vacunas de dos dosis. Las vacunas tienen que hacerse llegar a la gente de manera rápida y cómoda. Aparentemente las autoridades en México no lo han entendido y la estrategia que crearon tiende a favorecer el “control” total del proceso de vacunación o la vigilancia para que sólo se vacunen quienes se encuentran en las listas (algunas incompletas y mal elaboradas), por encima de la velocidad y la eficacia del proceso.
Para tener éxito, debemos lograr una eficiencia máxima y para ello requeriremos la combinación de todo el talento disponible en nuestro país. No es una labor que se logrará solamente mediante el control del Estado. Deberemos involucrar a diferentes actores: universidades, organizaciones civiles y sí, aunque moleste, a la iniciativa privada representada por hospitales, consultorios y hasta cadenas de farmacias y autoservicios.
México ha vacunado acerca del 0.37% de su población; nos falta un muy largo camino por recorrer. El gobierno debe tener la mente abierta para buscar la participación de todos. El único adversario aquí, es el tiempo.
El autor es Médico Cirujano y Analista en Políticas de Salud.
Texto tomado de La-Lista