Lo peor que te puede pasar no es que enfermes de la COVID. “El verdadero infierno es lo que pasa después”, dice Ernesto. Lo peor es no encontrar un servicio funerario para tu padre, cuyo cadáver aún está en su casa, y que te pidan esperar una semana porque, como tú, hay miles solicitando una incineración.
En medio de una pandemia que mantiene a México rebasando cada día el máximo número de muertes registradas como nunca antes en los 11 meses de propagación –como el 23 de enero con 1,470 fallecidos en solo 24 horas– la sepultura o incineración dejó de ser el rito final de despedida para convertirse en otra crisis para las familias afectadas.
Con 82 años, el padre de Ernesto, estuvo en confinamiento durante meses, pero sin saber cómo, enfermó de la COVID en diciembre pasado. Estuvo internado en un hospital, pero mejoró y se mantuvo con suministro de oxígeno en casa. Aunque con miles contagiados buscando el mismo tratamiento, su familia vivió en carne propia lo que significa el aumento en la demanda, costos, y la desesperación por conseguirlo. Esa fue la primera crisis.
Las siguientes semanas fueron mejores. “Tuvo días lúcido”, pero hace poco más de una semana falleció. A partir de entonces ocurrió lo que Ernesto llama “el infierno”. “Es como un doble sufrimiento. Tienes a un familiar que se murió y luego las complicaciones de tener un cuerpo contagiado”. Comenzó a llamar a funerarias para el proceso de incineración, pero el primer requisito que le pedían era el acta de defunción.
Sin embargo, al haber fallecido en una casa particular, primero debía ir la autoridad a dar fe y expedir el certificado de defunción. Pero ese trámite tampoco pudo ser rápido. Esperaron casi 18 horas para que lo hicieran y sólo con el documento en mano comenzaron a buscar la funeraria.
Las siguientes horas fueron terribles, “no hay tiempo ni de llorarle a tu muerto porque sabes que el tiempo se vuelve apremiante y sabes que tienes que solucionar. Esta situación se vuelve una locura”, dice Ernesto. Llamada tras llamada para solicitar el servicio la respuesta era la misma: esperar hasta 10 días para que la funeraria recogiera el cuerpo y le pudieran entregar las cenizas.
“Cuando hablábamos a crematorios, públicos, privados, todos estaban colapsados. Nos dijeron que no podían ir por el cuerpo, pero estaban tardándose de 8 a 10 días porque la situación que estaban viviendo era muy complicada, porque no había refrigeradores, no había gavetas y aunque los hornos estuvieran trabajando 24/7 no había más capacidad”.
En una de las llamadas a las funerarias del IMSS, la persona que lo atendió, notó su desesperación; sobre todo porque el cuerpo de su padre no podría esperar una semana en su casa, por la descomposición y por el riesgo de propagación del virus.
Cuando Ernesto preguntó que si optaba por esperar los 10 días para ser cremado, mientras tanto qué hacía con el cuerpo, le respondieron que “me ayudarían a desmembrar el cuerpo porque aquí no hay capacidad en los refrigeradores. Les indicamos cómo debe ser el cuidado, hermetizamos la bolsa y te indicamos cuando pueden venir, un día antes y se creme”.
Ernesto no podía creer lo que escuchaba y ahora que lo narra dice entender que esa persona le ofrecía una opción en medio de tantas muertes que ya no se pueden manejar, pero no deja de ser doloroso e increíble.
Funerarias a tope
La saturación en los servicios funerarios es real y ya rebasó los niveles de atención de mayo o junio, el punto máximo de fallecimientos en el Valle México. La Asociación Nacional de Directores de Funerarias de México calcula que en promedio, las personas deben esperar entre 4 y 5 días para el servicio de cremación, mientras que en mayo, la espera era de entre 2 y 4 días.
En entrevista con Animal Político, Francisco Adrián Alvarado Madera, presidente de la Asociación, asegura que además en este punto de la pandemia también empiezan a escasearse los insumos para los ataúdes y las urnas para las cenizas.
“Los ataúdes pueden ser de metal o de madera y en el país el acero ya traía un déficit, pero ahora, a mayor demanda es difícil obtenerlo. Y los costos de la madera también han aumentado”, explica.
Entre sus agremiados suman 6 mil funerarias y aún cuando los hornos están trabajando a su máxima capacidad, es decir, trabajan 24 horas sin parar, la espera sigue extendiéndose debido al aumento en el número de muerte.
Otro elemento que evidencia la saturación es que las funerarias deben tramitar el permiso sanitario para el traslado, inhumación, cremación o internación de cadáveres o restos áridos en las unidades hospitalarias, que prácticamente se solventa de manera inmediata, pero ahora también esperan entre 6 y 8 horas debido a que los fallecimientos se van acumulando.
También el gobierno capitalino habilitó 4 registros civiles que funcionan las 24 horas para poder expedir las actas de defunción, lo cual al menos agiliza este trámite, pero el problema son los hornos que a esta altura de la pandemia resultan insuficientes para atender la demanda.
En tanto, los panteones aún no están rebasados, pero “sí trabajan a marchas forzadas también. Hasta ahorita no han cerrado, pero hay filas de carrozas y el tiempo de espera para la inhumación es de un día”, explica Alvarado Madera.
En el caso de Alberto y su familia, tras horas de desesperación, pudieron encontrar una funeraria pequeña que hizo el servicio en el Estado de México y pudieron recoger el cuerpo en menos de 24 horas, aunque las cenizas las entregaron cuatro días después.
Un caso similar pasó con Mónica. Recibió las cenizas de su familiar 6 días después “y ni siquiera estamos seguros que sea él. Entre tantas bolsas y cuerpos, ¿se van a asegurar que sea él?”. Pero por ahora, dice, queremos llorarle.
Con información de Animal Político
Nayeli Roldán