Históricamente, la Ciudad de México vive los meses más secos del año entre marzo y mayo. Durante este periodo las lluvias son prácticamente nulas y se da inicio el estiaje.
Este año está siendo particularmente complejo dadas las graves condiciones de sequía que estamos enfrentando en la región del Valle de México, con las consecuentes reducciones en el suministro del agua proveniente del Sistema Cutzamala, derivado de los bajos niveles de almacenamiento que hay en las presas que lo suministran.
De acuerdo con la Comisión Nacional del Agua, las presas El Bosque, Villa Victoria y Valle de Bravo que forman parte de este Sistema, continúan con niveles a la baja, ya que su almacenamiento promedio es del 54.2% lo cual, comparado con el almacenamiento histórico a la misma fecha del 76.1, refleja que nos encontramos 21.9% por debajo de las condiciones normales.
Esto no es un asunto menor. De las presas que conforman el Sistema Cutzamala recibimos aproximadamente el 40% del agua que consumimos diariamente en el Valle de México. Los alcances de esta sequía no se veían desde hace más de 15 años y, con ello, millones de personas de múltiples municipios del Estado de México y Alcaldías de la CMDX han estado sufriendo de un menor suministro de agua.
Durante 2020 la precipitación pluvial no fue la esperada y, por consecuencia, algunas presas no se llenaron lo suficiente, de acuerdo con las autoridades. Esto sin duda es una llamada de alerta a prevenir escenarios futuros de escasez de agua e incremento de las sequías más prolongadas derivado del cambio climático.
Como lo hemos expuesto anteriormente, la Ciudad de México se abastece de un acuífero sobreexplotado, cuyo déficit de agua lo obliga a depender de fuentes externas para abastecer a su población, como es nuestra dependencia a los Sistemas Cutzamala y Lerma. De acuerdo con el Sistema de Aguas de la CDMX, una falla en este sistema podría afectar hasta a 8 millones de personas en el Valle de México.
De esta manera, uno de los retos fundamentales que tienen las autoridades, los distintos actores relevantes y la sociedad en general, es tener la capacidad de adaptación al uso y gestión del agua ante escenarios de riesgo e incertidumbre derivados de los efectos del cambio climático, lo cual requiere nuevos esquemas de planeación, ordenamiento territorial, presupuestación, y coordinación con visión de largo plazo.
Aparejado a ello, se deben implementar acciones y políticas efectivas que contengan de manera debida los fenómenos de urbanización exacerbada, invasiones en áreas naturales protegidas, cambios de uso de suelo y deforestación, que han derivado en una fuerte degradación de los ecosistemas que son las principales fuentes de agua de la región metropolitana, así como en afectaciones a la capacidad de infiltración y recarga del acuífero.
Este escenario crea condiciones de gran vulnerabilidad para el área metropolitana en el presente y a futuro, dada la alta probabilidad de que se sigan presentando de manera frecuente fenómenos de este tipo por el cambio climático.
La viabilidad a largo plazo de la ciudad y el área metropolitana dependerá en gran medida de la capacidad que tengamos de tomar las decisiones necesarias con un enfoque de prevención de riesgos, promover la coordinación adecuada de las autoridades metropolitanas, impulsar las políticas e inversiones que se requieren para enfrentar un reto de esta magnitud, así como la participación y colaboración de especialistas de distintos sectores y la sociedad en general. Si bien ya estamos viviendo los efectos y consecuencias, aún estamos a tiempo de corregir el rumbo.