La lucha de los pobres tiene, aparte del económico, otros niveles en los que debe darse para lograr el progreso verdadero de la sociedad hacia estadios más avanzados: el político y el ideológico.
Abel Pérez Zamorano
El pueblo busca, necesidad humana universal, mejorar su situación económica. Los campesinos piden mejores precios para sus cosechas –pagadas siempre por abajo de su valor–, apoyo con semilla y fertilizante para mejorar sus cultivos, demandas todas ellas de elemental justicia, toda vez que millones de familias campesinas viven en extrema pobreza, hambruna incluso, y que aportan con sus impuestos el dinero que el gobierno administra. Las colonias populares reclaman, con todo derecho, atención a demandas añejas como vivienda digna, agua potable, electricidad, drenaje, pavimento, servicios médicos. Además de todo eso, las comunidades rurales, miles de ellas en eterno abandono, piden caminos, infraestructura agrícola, y otros apoyos. Los obreros exigen salario digno, seguro social, contratos laborales (un elevado número labora sin esa protección); reparto de utilidades, accesorios para proteger su seguridad y su vida. Demandas todas elementales. Los sindicatos son la forma histórica de organización para tales luchas. Los estudiantes pobres piden becas, albergues estudiantiles, comedores, material deportivo. Muchas de sus escuelas carecen de aulas dignas, mobiliario y equipamiento; otras, de agua potable, sanitarios, drenaje, laboratorios, bibliotecas. En fin, estudian en medio de mil carencias, los que pueden.
Lamentablemente, cuando en el remoto caso los sectores populares reciben solución a sus demandas (o dádivas en forma de “apoyos” que da el gobierno de la 4T con sus programas), los funcionarios les hacen sentir que les concedieron un favor, una gracia magnánima, y muchos beneficiados quedan atrapados, “agradecidos” con sus pretendidos “benefactores”, sin percatarse de que los recursos recibidos eran ya del pueblo, y que se les pretende sobornar y adormecer, dejándoles sin perspectiva histórica, para que no luchen por cambios estructurales, económicos y políticos.
Es importante para el pueblo la lucha económica, pues permite elevar los niveles de salud, reducir la pobreza extrema y el abatimiento espiritual que esta conlleva; mejora un poco sus condiciones de vida; lo saca de su extremo aturdimiento; le permite incluso algo de tiempo para pensar en lo que está más allá de lo doméstico y cotidiano, y participar en la vida pública, en la política del país. Puede así atender las noticias, adquirir quizá algunos libros o revistas y leer, así como practicar o disfrutar un poco de cultura. Y muy importante, aprende a organizarse, disciplinarse y a perder el miedo a dar luchas de mayor alcance.
Sin embargo, por su contenido esas demandas tienen un común denominador: son de carácter puramente económico, resuelven necesidades inmediatas, pero solo mitigan el sufrimiento popular. Son soluciones parciales, que no modifican el modelo económico, político y jurídico predominante, diseñado para beneficiar al gran capital. Si acaso atenúan la pobreza y hacen un poco más llevadera la carga que pesa sobre las espaldas de los trabajadores. Reclamarlas es necesario, pero sabiendo siempre que no bastan para que el pueblo supere su condición de explotado y víctima de injusticias mil.
La lucha de los pobres tiene, aparte del económico, otros niveles en los que debe darse para lograr el progreso verdadero de la sociedad hacia estadios más avanzados: el político y el ideológico. Quedarse en el primero, el más básico, se ha denominado “Economicismo”, tan elemental que a la población le resulta sencillo exigirlo, e incluso a veces algunas autoridades y empresarios atienden las demandas y ceden. Lo toleran porque no cuestiona ni pone en riesgo el dominio del capital, y deja intacta la estructura económica y política.
Los sectores populares deben entender la necesidad de participar en la lucha política, lucha democrática por el poder (para lo cual, por cierto, la forma organizativa necesaria es el partido, un partido político propio de los pobres), para tener representantes legítimos: en delegaciones, presidencias municipales, diputados locales y federales; algo muy importante, pues estos últimos hacen las leyes, distribuyen el presupuesto nacional, definen prioridades en el gasto público, establecen los impuestos. También el pueblo debe participar en elecciones de gubernaturas y la presidencia de la República, mas no para hacer lo mismo que los gobiernos anteriores y el actual, sino para cambiar el modelo imperante, derogar leyes injustas, modificar el régimen fiscal, aplicar medidas distributivas efectivas; mejorar la educación popular, apoyar a estudiantes necesitados; promover la ciencia, la tecnología y el cuidado del medio ambiente, mejorar el sistema hospitalario, y mucho más. Las soluciones económicas (que ni esas otorga el gobierno), tampoco terminan con la sumisión a Estados Unidos y el dominio de las transnacionales; ni con la enajenación, la incultura, delincuencia, drogadicción, alcoholismo, discriminación y otras mil calamidades. Por ello importa la lucha política organizada.
El tercer frente es el ideológico, que el pueblo casi no ve, y consiste en adquirir y defender sus propias ideas, filosóficas, económicas y políticas, separadas de las que el sistema enajenante le ha imbuido para confundirlo, para que no tenga claridad de su historia; lucha ideológica es comprender desde su propia perspectiva los grandes problemas nacionales y mundiales, para tener visión de futuro y aliento para construir una sociedad nueva, entendiendo que la realidad que padece no es una condena eterna. Educarse políticamente, adquirir conciencia de clase es condición indispensable para la acción del pueblo independiente y progresista, pues su independencia ideológica le dará independencia política y unidad de acción.
El actual orden de cosas no cambiará mientras el pueblo siga ideológicamente subyugado, dominado por lo que le ha inculcado la televisión enajenante o el cine de Hollywood; mientras el sistema educativo obnubile la conciencia de los estudiantes y logre insensibilizarlos al dolor ajeno; mientras muchos sigan aturdidos por la droga (esa que ahora Morena ofrece como “derecho de drogarse”, para olvidar la realidad y rendirse ante ella). En suma, sin independencia ideológica, el pueblo no podrá conquistar su independencia política, y por tanto será incapaz de cambiar la realidad.
Pero, como prueba la historia, dejados a su suerte, los pobres apenas alcanzan a dar la lucha económica; no pueden, ellos solos, adquirir la conciencia, un nivel más complejo. Son necesarias personas con conocimiento y claridad sobre los problemas sociales, en su naturaleza y evolución; y con voluntad decidida para educar y despertar conciencias; como dijo Mao Tse Tung, despertar al gigante, el pueblo. Por coincidencia, don Miguel Hidalgo llamó a su periódico “El Despertador Americano”. No debe olvidarse: toda riqueza es creación de los trabajadores, y ellos deben reclamar su disfrute. Como dice una conocida frase: “un mundo mejor es posible”, sí, pero hay que saber en qué consiste ese mundo, y quién y cómo lo construirá, y algo fundamental, hay que despertar y poner en marcha voluntades dispuestas a asumir la tarea.