Unos 800 millones de niños de todo el mundo no han podido regresar a la escuela y la UNICEF advierte que muchos corren el riesgo de no regresar jamás si el cierre de escuelas se prolonga. Al menos en 90 países las escuelas permanecen cerradas u ofrecen una mezcla de enseñanza remota y presencial.
Robert Jenkins, el director de educación de UNICEF, dijo a The Guardian que los cierres son parte de una alteración “inimaginable” en la educación de los niños.
“Nunca imaginé la escala de los cierres cuando se suspendieron las clases el año pasado, y tampoco me imagine que fuera a durar tanto tiempo. En todos nuestros escenarios de la alteración jamás se planteó la posibilidad”, dice.
“En el pico de la pandemia, 1.6 mil millones de niños no estaban en la escuela y aquí estamos, un año después, y 800 millones de niños todavía padecen la falta total o parcial de educación.
“Hay muchas lecciones que tenemos que aprender, y una de ellas es el impacto del cierre prolongado de las escuela en los niños”.
Un Registro de Recuperación de Educación Global de Covid -19 de la UNICEF, el Banco Mundial y la Universidad Johns Hopkins está monitoreando cierres en todo el mundo, analizando si los niños estudian en casa o en la escuela.
Las organizaciones humanitarias dicen que los cierres han contribuido al aumento de abusos y degradación de los derechos de los niños en todo el mundo, desde el aumento del uso del trabajo infantil hasta el aumento de matrimonios infantiles, con frecuencia en comunidades en donde los niños tienen problemas de acceso a la educación.
Aunque todavía es muy pronto para que las evidencias a gran escala surjan, en todo el mundo los grupos de derechos humanos están viendo que muchos niños tienen que trabajar como resultado del cierre de escuelas.
Un reporte de Save the Children de esta semana advierte que en Líbano los padres mandan a sus hijos a trabajar porque están desesperados por conseguir dinero. La fundación teme que muchos de los niños nunca regresen a la escuela. Jennifer Moorehead, la directora en Líbano de la fundación, dice: “Ya estamos viendo el impacto trágico de la situación, los niños trabajan en los supermercados o en las granjas, y a las niñas las obligan a casarse”.
En Uganda, las escuelas permanecen cerradas desde marzo de 2020, y 15 millones de alumnos se quedaron sin educación. Sólo han podido regresar a tomar ciertas clases cuando los exámenes se aproximan. El resto va a tener regresos escalonados en los próximos meses, pero miles de niñas no lo harán ya que se embarazaron o las casaron durante este periodo.
En el distrito Gulu en el norte del país, Ambrose fabrica ladrillos bajo el sol ardiente en lugar de asistir a la escuela. Su tragedia es la misma de muchos niños de la región que han mandado a trabajar. “Hacer ladrillos es muy difícil”, dice el niño de 11 años, que además sufre por el dolor de espalda y urticaria en todo el cuerpo.
Aquí los niños se divierten, a veces encuentran tiempo para jugar a las escondidas o para hacer trucos saltando la cuerda, pero Ambrose no sabe si va a regresar a la escuela algún día. Su madre está preocupada por el impacto físico que esto pueda tener en sus hijos.
“Los ladrillos traen problemas físicos. Te duelen los brazos”, dice. Pero no encuentra otra forma de sobrevivir.
A las niñas las ha golpeado más el cierre de escuelas en todo el mundo. En países como Afganistán, las adolescentes ya tenían un índice muy alto de deserción escolar que era de 2.2 millones de niñas que no asistían a la escuela antes de la pandemia. Ahora, los grupos de apoyo temen que debido al aumento en el matrimonio infantil ya no vayan a tener la oportunidad de continuar su educación.
En Kabul, Khatema de 15 años se está recuperando de la muerte de su bebé después de un trabajo de parto brutal que la dejó muy lastimada. Los doctores piensan que fue a causa de su juventud.
“Todavía está en shock”, dice su madre Marzia, de 40 años. “Piensa que mantienen vivo a su bebé en una máquina en algún lugar, así es que no la estamos obligando a aceptar la verdad. Se lo diremos cuando la llevemos a casa”.
Su padre decidió que tenía que casarse cuando cerraron la escuela en marzo del año pasado a causa de la pandemia.
La familia de Khatema se sintió presionada inmediatamente para conseguirle un marido. Su padre estaba preocupado por que ella llenara de vergüenza a la familia si se quedaba en casa sin la supervisión adecuada. Decidió casarla con un campesino mucho mayor que ella, y apresuraron la ceremonia para asegurar que Khatema estuviera en casa de su marido cuando el confinamiento empezara.
“Yo quería que terminara su educación, pero nadie me escucha”, dice su madre, Marzia.
“Me encantaba ir a la escuela”, dice Khatema. “Sólo me faltaba un año, así es que me sentí muy mal cuando me pidieron que ya no fuera. Yo era buena para la escuela. Hasta quería ir un día a la universidad. Y nadie me preguntó si me quería casar”.
En Kabul, las escuelas empezaron a abrir la semana pasada y Khatema espera poder regresar, y no ser uno de los millones de alumnos que se van a quedar sin escuela durante la pandemia.
Aunque la escuela remota se convirtió en un concepto familiar durante la pandemia, no es la panacea, especialmente en zonas con baja conectividad o cuando los padres no pueden pagar el acceso a internet. Para los niños con discapacidad, el aprendizaje a distancia puede aumentar las dificultades.
En Colombia, Andrés de 12 años se conecta a las clases desde el teléfono móvil de su papá desde su pueblo cercano a la frontera de Venezuela y al río Catatumbo. Es zona de tormentas eléctricas así es que con frecuencia se quedan sin señal.
“No es lo mismo ver a la maestra en la pantalla”, dice. “La conexión siempre se cae”.
Andrés tiene paraplejia espástica que le dificulta hablar y por tanto le cuesta mucho participar, incluso cuando no se congela la pantalla.
En todo América Latina y el Caribe, 114 millones de niños no van a la escuela, más que en ninguna otra parte del mundo. Algunas escuelas públicas en la capital de Colombia, Bogotá, ya regresaron a clases presenciales. Sin embargo, en zonas rurales como Catatumbo, en donde vive Andrés, y en donde más se necesita, las escuelas permanecen cerradas.
Pueblos como el suyo son productores de coca, el ingrediente base de la cocaína, y de conflictos armados por los grupos que se pelean por controlarla.
El número de niños que desparecieron el año pasado aumentó ya que las familias cayeron en pobreza y perdieron a los maestros que los cuidaban, dice Save the Children, Colombia. Los grupos locales temen que los hayan reclutado los grupos armados o que estén trabajando en plantaciones de coca.
“Muchos niños han dejado la escuela a causa de los problemas financieros”, dice lal madre de Andrés, María. “De sus 40 compañeros sólo 25 asisten”.
Andrés espera que algún día pueda aplicar mecánicas complejas y software para desarrollar miembros robóticos para ayudar a otros con limitaciones físicas como la suya. “Me gusta mucho la tecnología”, dice. “Siempre le decimos que aunque no camine puede realizar cosas sorprendentes con su cerebro,” dice Maria. “Y yo digo: ‘Tal vez no pueda darte estas cosas, pero si estudias, un día tú podrás dar a tus hijos lo que nosotros no pudimos’”.
Por Harriet Grant, Sally Hayden, Ruxhi Kumar y Luke Taylor