No podemos caer en la deplorable conducta de ignorar lo que está sucediendo frente a nuestros ojos, pues lo que está en juego no es únicamente la economía del país, sino más importante aún, nuestra salud y nuestra propia vida.
Adriana Argudín Palavicini
En su edición del día de hoy, el diario El Financiero publicó la noticia de que nuestro país “tiene ‘guardaditas’ 19 millones 400 mil vacunas contra el COVID sin usar.” Esto, como es evidente, despertó mi malestar -como seguramente lo habrá hecho en quienes se hayan enterado por dicho diario o por otro medio de comunicación-, pues en medio de un alza en la cantidad de contagios por el virus, una tercera ola, pues, es verdaderamente criminal que el gobierno de Andrés López Obrador se dé el lujo de no utilizar los biológicos y mantenerlos almacenados ¡y vaya usted a saber en qué condiciones!
Parece ser que no le han bastado las críticas y los llamados que organismos internacionales tan respetados -como la Organización Mundial de la Salud (OMS)- hicieron al gobierno desde que se le restó importancia a la pandemia, seguida por la exasperante lentitud con que empezó a tomar medidas para tratar de evitar su expansión y, finalmente, empezar a cuentagotas con la vacunación. Ahora estamos ante la presencia de varias variantes del COVID-19, siendo la llamada Delta la predominante, pues de acuerdo con la Secretaría de Salud de la Ciudad de México, en la capital del país de cada 100 casos positivos al virus, entre el 60 y el 65% pertenecen a dicha variante, cuya capacidad de contagio es más rápida que las otras cepas que circulan en el país, afectando principalmente a los niños y a los jóvenes.
De acuerdo con la Secretaría de Salud federal, México ha recibido 73 millones 699 mil 175 dosis de la vacuna; hasta el momento han sido vacunadas 38 millones 29 mil 139 personas, pero de esta cantidad solamente 21 millones 626 mil 694 personas han recibido el esquema completo de vacunación, es decir, el 57%, el resto solo ha recibido una dosis (de alguno de los biológicos distintos a la marca Cansino, que es dosis única). Esta ineficiencia del gobierno de la 4ª T se agrava todavía más si tomamos en cuenta que, ante la presencia de las variantes del virus original, la directora científica de la OMS, Soumya Swaminathan, desde principios del presente mes recomendó que se aplique la segunda dosis de la vacuna en el tiempo recomendado. El asunto, pues, es bastante grave.
Frente a este negro panorama, sigue el jueguito del semáforo, que si verde, que si amarillo, que si rojo y, todavía más grave, el anuncio del regreso a clases presenciales el próximo mes de agosto, o sea, a escasas dos semanas, sin que los maestros, el personal administrativo, de intendencia y, sobre todo los niños y jóvenes, hayan sido todavía vacunados. Parece cosa de locos, pero esa es la realidad de la política gubernamental con respecto a la salud de sus gobernados. He leído, incluso en varios diarios internacionales, acerca de las movilizaciones de los jóvenes organizados en la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” (FNERRR), exigiendo al gobierno federal que los estudiantes sean vacunados antes de regresar a las aulas, demanda plenamente justificada pues no se trata únicamente de su salud y de su vida, sino también la de sus familias y de la sociedad en general, ahora mucho más urgente ante la propagación de la variante Delta. Ciertamente, ya se abrió el registro para los jóvenes de 18 a 29 años de edad, pero al paso que va la vacunación ¿cuándo podrán tener el esquema completo de vacunación?
Nos consta que poco antes de la elección del 6 de junio, se aceleró la vacunación, ¡claro, había que quedar bien con los votantes! Según datos recabados por Alejandro Cano, de El Financiero (del 5 de julio de 2021), basados en información presentada por la Secretaría de Salud en conferencias de prensa o en sus redes sociales, en la semana previa a las elecciones se aplicaron 4.1 millones de dosis (3.2 dosis por cada 100 habitantes), pero pasado el proceso electoral el ritmo de vacunación se desaceleró, pues en las cuatro semanas posteriores el promedio semanal pasó a 3.17 millones (2.45 dosis por cada 100 habitantes). Pero ahora, ¿a qué esperar, señor presidente? Algunos manejan que el guardadito de vacunas se está reservando para la dichosa consulta popular para determinar si se enjuicia o no a los cinco últimos expresidentes que, curiosamente, se llevará a cabo el próximo 1º de agosto. Curiosamente, porque ya es oficial que el ciclo escolar 2021-2022, aplicable en todo el país, arrancará el 30 de agosto para el nivel básico (desde preescolar hasta secundaria) y las clases serán presenciales. Suponiendo que esa sea o no la razón de la falta de aplicación de las vacunas atesoradas, sería bueno que el gobierno nos informara cómo le piensa hacer para terminar de vacunar al personal docente de aquí a esa fecha, tomando en cuenta que, de hacerlo, deberán pasar dos semanas antes de que se presenten a trabajar, es decir, todos los maestros del país deberían recibir el esquema completo de vacunación dentro de los próximos 26 días. Pero si tomamos en cuenta que, de acuerdo con los datos del mismo señor Cano, aquel máximo ritmo semanal de vacunación alcanzado en la semana previa al 6 de junio es 40% menor que el de Argentina y 29% menor al de Brasil, solo por citar estos ejemplos, la verdad es que esa meta está aún muy lejana. Y el resto del personal, ¿para cuándo? ¿Y los jóvenes estudiantes? Así las cosas, no dudemos que el tan pregonado regreso a clases presenciales fracase nuevamente, pues ningún padre de familia está dispuesto a enviar al matadero a sus hijos.
Para muchos está claro que empezamos mal, estamos más mal y seguiremos, si logramos sobrevivir, peor. Por eso es vital que exijamos al gobierno de López Obrador acelerar la vacunación y que en ella se contemple a los jóvenes de todo el país, y no solamente a aquellos que viven en las ciudades de la frontera norte, como se ha venido haciendo por la presión ejercida departe de EE. UU. para satisfacer su demanda de mano de obra barata. No podemos caer en la deplorable conducta de ignorar lo que está sucediendo frente a nuestros ojos, pues lo que está en juego no es únicamente la economía del país, sino más importante aún, nuestra salud y nuestra propia vida. Ojalá que así lo entendamos todos y actuemos en consecuencia, cuanto más pronto, mejor.