Voces autorizadas, como la de la doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie, sostienen que, aún vacunando a toda prisa, ya no se podrá contener esta tercera ola
Homero Aguirre Enríquez
La tercera ola de Covid-19 ya está en México y todo indica que el país se dirige nuevamente a ese trágico tobogán social de enfermedad, muerte y estancamiento económico que padecimos durante meses, resultante de la conjugación de los efectos de esa contagiosa y letal enfermedad, con la aún más peligrosa irresponsabilidad del gobierno, que pasó de negar la gravedad de la pandemia y alentar que la gente circulara, al desprecio por el elemental uso de tapabocas, la ausencia de pruebas masivas para detectar contagios, el abandono de la gente cuando se quedaron sin empleo, la ausencia de vacunas y la manipulación descarada de la información para prometer cien veces que ya estábamos fuera de peligro, y culminó con una operación que usó canallescamente la vacunación, pues aumentó su aplicación tan solo unos días antes de las elecciones y después volvió a ralentizarla. Resultado: más de 500 mil muertes, lo que ubicó a México en el tercer lugar mundial de muertes por Covid-19, a pesar de que somos el décimo país más poblado del mundo.
Ahora, los datos de contagios diarios reportados empiezan a acercarse a los de las dos olas anteriores, y el número de fallecimientos, que se había mantenido a la baja, ha retomado la dolorosa senda ascendente: el viernes 23 de julio hubo 16,421 contagios, y 328 mexicanos perdieron la vida, con la diferencia de que ahora hay más jóvenes atacados por la enfermedad y muriendo a causa de ella.
Y como era de esperarse, dado el talante soberbio, cerrado totalmente a escuchar opiniones, registrar datos de la realidad, refractario absoluto a la rectificación que caracteriza al presidente y sus principales colaboradores, todo indica que el gobierno federal morenista no se hará una autocrítica ni corregirá los grandes errores cometidos en el control de la enfermedad en las etapas anteriores, sino que está agregando otros, lo que hace estremecer de temor a millones de mexicanos preocupados con toda razón por ellos y sus hijos.
Desde el presidente, quien dijo que la gente “está cansada del encierro” (lo que es cierto, pero dicho en el contexto actual es un llamado irresponsable a que los mexicanos salgan de sus casas); pasando por López-Gatell, que ha informado que la nueva estrategia de salud (¿acaso hubo alguna?) ya no contemplará cierres totales, al tiempo que presentó un nuevo semáforo más permisivo en la movilidad y muy laxo en las circunstancias que obligarán a cerrar espacios públicos; terminando con Claudia Sheinbaum, que ha sostenido tajantemente que no habrá cierre de actividades en la Ciudad de México, urbe que forma, junto con el Estado de México, la zona metropolitana más poblada del país y la que concentra el mayor número de casos de contagio y muertes por Covid-19. Todo eso sin que nos digan, en concreto, cómo lograrán el milagro de que no haya más enfermos y muertos, si apenas un 18.35% de la población ha sido vacunada con el esquema completo de dos dosis. Peor aún, voces autorizadas, como la de la doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie, sostienen que, aún vacunando a toda prisa, ya no se podrá contener esta tercera ola: “Hay un concepto simple que pocos parecen estar comprendiendo: Es demasiado tarde para detener este repunte con la vacunación. Hay que vacunar lo más rápido posible, sí. Pero para mitigar este repunte se necesitan medidas para contener esta propagación descontrolada del virus”, dijo la experta.
Por si eso no bastara para prender las alertas y modificar las versiones tranquilizadoras que sólo alientan más el descontrol pandémico, el presidente López Obrador anunció que su gobierno está decidido a instrumentar el regreso a clases presenciales “llueva, truene o relampaguee”, lo que agregará un factor de contagio masivo, como ya se vio en la intentona de retorno a clases que inició el 7 de julio. En seguimiento ciego a esas instrucciones, la secretaria de Gobernación convocó a una reunión a la secretaria de Educación, la gris Delfina Gómez, y muchos gobernadores del país, en donde sin más argumentos dijo: “tenemos que darle la oportunidad a los niños y a los jóvenes de volver a sus escuelas y relacionarse con sus maestros y con sus propios compañeritos y compañeritas”. ¿O sea que ahora se trata de procurar las relaciones interpersonales en las escuelas, que nadie duda que sean necesarias, aunque eso ponga en riesgo la salud y la vida de niños, jóvenes y sus respectivas familias? Para justificar el regreso a clases, los funcionarios federales aluden a otros países en donde ya retomaron las actividades presenciales, pero sin mencionar que ahí tienen niveles mucho más elevados de vacunación, y tomaron enérgicas medidas de aislamiento social para cortar las cadenas de contagio, algo que aquí nunca hizo el gobierno de Morena. También “se olvidan” de decir que en esos países han garantizado pruebas para detectar contagios entre los estudiantes, y en las escuelas hay agua limpia, estaciones de sanitización, mascarillas, aulas bien ventiladas y con pocos estudiantes, traslados sin aglomeraciones y muchas otras condiciones que aquí brillan por su ausencia.
En estas condiciones, creo que todos los mexicanos no cegados por el sectarismo y preocupados por nuestra vida y las de nuestros hijos, debemos darles todo nuestro respaldo y simpatía a los padres de familia y estudiantes que han empezado a clausurar simbólicamente las escuelas, y a colocar mantas en donde advierten que esa escuela no regresará a clases si antes no está vacunada la mayoría de la población. Tienen toda la razón en defender la salud y la vida de todos los mexicanos.