La humanidad debe apostar a la comprensión del devenir histórico tanto de China como de Rusia que, lejos de hacer declaraciones de guerra, han optado por una transición pacífica, a sabiendas de las fatales posibilidades que un derrumbe abrupto puede provocar en el mundo entero.
Abentofail Pérez Orona
Uno de los instintos naturales en pueblos y culturas de cualquier período, es sentir sobre sus espaldas el peso ficticio de la transformación. En cada una de las épocas que ha atravesado la humanidad pocas son las sociedades que se resignan al papel secundario de continuadores que les corresponde. Cada generación considera que no puede pasar por la vida sin dejar alguna huella, una marca indeleble que enseñe a las generaciones venideras. Lamentablemente para todos estos espíritus excitados, la historia no funciona sólo con voluntad. Existen leyes que reclaman su carácter de necesidad. La historia es un proceso en el que el papel del individuo consiste en reconocer los momentos y actuar en sintonía con ellos; modificarlos o acelerarlos en la medida en que las circunstancias lo permiten, es el verdadero papel del hacedor, del revolucionario; el sentido del momento, más que la pura intención de actuar, es el que permite las verdaderas transformaciones, transformaciones que no siempre llevarán consigo el cambio radical, cualitativo, pero que permitirán, a los que vienen detrás, acercarse a él. Para ello es necesario tener en cuenta, como señala Renan, la “lentitud de los movimientos de la humanidad”. El equilibrio entre voluntad y conocimiento objetivo de lo real se erige como la máxima práctica de cualquier instinto transformador, sea individual o social.
Sentando esa consideración, hay que voltear a ver el momento histórico en el que nos encontramos. La época que nos ha tocado vivir es definida histórica y económicamente como “Imperialismo”. La raíz estructural de esta etapa es, como asevera Lenin siguiendo a Marx, su conformación económica: “El imperialismo- el dominio del capital financiero- es la fase superior del capitalismo, en la cual esa separación alcanza unas proporciones inmensas. La supremacía del capital financiero sobre todas las demás formas de capital implica el predominio del rentista y de la oligarquía financiera, implica que un pequeño número de Estados financieramente poderosos destacan sobre el resto.” (El imperialismo, fase superior del capitalismo. Lenin). Este dominio del que habla Lenin se manifiesta a través de los monopolios y trust, de cárteles que dominan todas las ramas de la producción y son controlados por unas cuantas manos que, a su vez, son las verdaderas “manos invisibles” que controlan los Estados. De esta manera los grandes monopolios, en su afán innato e irrefrenable de voracidad, buscan a través de la guerra el control del mundo: “La época de la fase superior del capitalismo nos muestra que entre los grupos capitalistas se están estableciendo determinadas relaciones basadas en el reparto económico del mundo; al mismo tiempo, y en conexión con esto, están creciendo determinadas relaciones entre los grupos políticos, entre los Estados, sobre la base del reparto territorial del mundo, de la lucha por las colonias, de la lucha por las esferas de influencia”. (Ibid). Así pues, la Primera y la Segunda Guerra Mundial fueron, en estricto sentido y esencialmente, guerras entre los grandes dueños del mundo; disputas entre los oligarcas que controlan los monopolios por los mercados que todavía quedaban disponibles o por arrebatarse los que ya controlaban.
Estas disputas, aunque superficialmente se detuvieron después de la Segunda Guerra Mundial, siguen existiendo y nos acercan cada vez con mayor velocidad, a un colapso aparentemente inevitable. El Imperialismo sigue constituyendo el fundamento de nuestra época, abanderado por los Estados Unidos, máximo representante de la OTAN, organización que controla todos los Estados donde el capital financiero tiene sus pilares (Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, etc.). Sin embargo, algo ha cambiado después de cien años de dominio del Imperio, la historia ha sacado a la luz nuevas contradicciones que a inicios del siglo pasado no habían madurado todavía lo suficiente como para ser visibles. El otrora invencible Imperialismo da muestras irrefutables de debilidad; nuevas potencias: Rusia y China, han emergido como contradicción al dominio casi absoluto del Imperio norteamericano. Una ideología rejuvenecida, cuya esencia proviene del marxismo, como ratificó recientemente el jefe del Partido Comunista Chino, Xi Jinping, ha plantado cara definitivamente al dominio de los viejos dueños del mundo. El mismo FMI (Fondo Monetario Internacional) reconoce que, en 2028, es decir, en menos de una década, apenas un soplo de historia, China se convertirá en la primera economía del mundo entero, dejando en el camino a la potencia que, por más de un siglo, impuso su poderío a todas las naciones del orbe.
Estamos presenciando el agotamiento acelerado del Imperialismo como estructura de dominio social, económico, político, y también ideológico. La humanidad se acerca a uno de sus momentos críticos, de aquellos que hacen época y que, como las verdaderas revoluciones, aparecen pocas veces en la historia de la humanidad. Sin embargo, para no caer en las ilusiones que inicialmente criticamos, es preciso saber que la lucha apenas comienza. Una vez que la estructura económica inicia su reajuste, las hecatombes comienzan a tambalear la superficie. Como el reajuste que la tierra se ve obligada a hacer cada cincuenta o cien años y que se manifiesta en grandes temblores o terremotos, así la humanidad retiembla cuando una época está a punto de fenecer para darle lugar a una nueva. Ningún cambio se da en la sociedad de manera natural; ninguna contradicción, que por definición significa lucha, permite el surgimiento de lo nuevo sin que lo viejo se aferre a la sobrevivencia.
Hoy Estados Unidos ha firmado una Nueva Carta Atlántica con sus aliados occidentales, en la que “reafirma el compromiso de «defender nuestros valores democráticos contra quienes tratan de socavarlos». Con ese fin –escribe Mario Dinluci siguiendo el documento– Estados Unidos y Reino Unido aseguran a los demás miembros de la OTAN que siempre podrán contar con «nuestra disuasión nuclear» y que «la OTAN seguirá siendo una alianza nuclear». A esta “revitalización” de los estatutos de la OTAN, hay que añadir las amenazantes intenciones que Estados Unidos y sus aliados expusieron en la cumbre del G7, realizada el pasado 11 de junio, “conminando a Rusia a «poner fin a su comportamiento desestabilizante y a sus actividades malignas» y acusando a China de «prácticas comerciales que socavan el funcionamiento equitativo y transparente de la economía mundial» […] En ese marco, Estados Unidos desplegará dentro de poco en Europa –contra Rusia– y en Asia –contra China– sus nuevas bombas nucleares y nuevos misiles también nucleares de alcance intermedio, con lo cual se justifica la decisión de la cumbre de elevar aún más los gastos militares: Estados Unidos, cuyo gasto en el sector militar se eleva a casi el 70% del gasto total de los 30 países de la OTAN, empuja sus aliados europeos a incrementar sus propios gastos militares.”
Las contradicciones internas del Imperialismo se han agotado, pero su caída definitiva está todavía lejos de llegar. Presenciamos posiblemente la muerte del último gran engendro del capitalismo pero, como se observa, la batalla será cruel y posiblemente fatídica si se dejan los cauces de la historia en manos de la bestia herida. La humanidad debe apostar a la comprensión del devenir histórico tanto de China como de Rusia que, lejos de hacer declaraciones de guerra, han optado por una transición pacífica, a sabiendas de las fatales posibilidades que un derrumbe abrupto puede provocar en el mundo entero. Se abren nuevos horizontes y las generaciones de este turbulento siglo presencian uno de los cambios más importantes de la historia de la humanidad. Dado que no se puede esperar sensatez del Imperio y sus secuaces, es necesario saber que el nuevo mundo y su realización queda sobre las espaldas del nuevo socialismo, del socialismo moderno que ha mostrado su eficacia y vigor en la gran República Popular China, cuya tarea consiste en orientar a todas las naciones hacia esta necesaria y gran transformación.