El imperialismo norteamericano está, pues, pagando la enajenación y la ignorancia que ha causado en una buena parte de su pueblo.
Adriana Argudín Palavicini
Ha llamado mi atención el hecho de que el discurso del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, se haya centrado en los últimos días en lo que él mismo llama “la pandemia de los no vacunados”, que está llevando a los Estados Unidos a un aumento en el número de contagios y de muertes por COVID-19, la mayoría de los cuales se debe a la temible variante Delta, que como se ha dicho se propaga a mayor velocidad que las otras cepas y está afectando también a jóvenes y niños. Mientras que en la última semana de junio el país registró alrededor de 92 mil nuevos casos de contagios, en la semana del 19 al 25 de julio la cifra superó los 500 mil; en cuanto al número de fallecidos, en la última semana de julio y la primera de agosto las muertes aumentaron 89 por ciento, de las cuales casi el 100 por ciento se había dado entre personas no vacunadas. Distintas dependencias del sector salud han coincidido en señalar que este escalofrinate aumento de contagios y de muertes “se debe a la existencia de grandes focos de infección entre los más de 90 millones de estadounidenses autorizados a vacunarse pero que aún no lo han hecho.” (Los Angeles Times, 16 de julio de 2021.)
No se trata de que falten vacunas (como en México, por ejemplo), no, el país cuenta con reservas de dosis excesivamente superiores a su población, a tal grado que el presidente norteamericano se comprometió a donar 80 millones de dosis antes de que finalizara junio, e incluso ha tenido que desechar algunas porque ya han caducado. Sin embargo, como quedó dicho, más de 90 millones de personas todavía no se vacunan. De acuerdo con información de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. (CDC, por sus siglas en inglés), poco antes del 4 de julio -día en que celebran su independencia y en el que Biden se comprometió vacunar por lo menos con una dosis al 70 por ciento de los adultos-, aproximadamente el 67 por ciento de los estadounidenses había recibido una dosis de la vacuna, pero sólo un 47 por ciento tenía completo su esquema de vacunación.
Ante la resistencia de los millones que todavía faltan por vacunarse, tanto funcionarios federales y estatales (republicanos y algunos democrátas) como gentes del sector privado han instrumentado medidas, que van desde rifas de un millón de dólares y becas universitarias, hasta viajes de Uber gratis para acudir a vacunarse a las farmacias, tratando de convencer a los incrédulos o temerosos de la importancia de recibir la vacuna. Pero no hay grandes resultados y tal parece que ni en el gobierno ni en gran parte del país entienden qué está pasando ni qué hay que hacer; incluso algunas autoridades han perdido los estribos, como el gobernador demócrata de Nueva Jersey, Chris Murphy, que en un acto reciente gritó a un grupo de ciudadanos antivacunas “¡Han perdido la cabeza, son la estupidez definitiva. Y por culpa de lo que están diciendo y defendiendo, hay gente que está perdiendo su vida!”
Algunos medios de comunicación han manejado que a esta gravísima situación han contribuido: 1) la propaganda negativa, que ha circulado a través de las redes sociales, de figuras importantes de cadenas de televisión tachadas de conservadoras y de personajes del llamado show business, y 2) la posición adoptada por algunos gobernadores, mayoritariamente republicanos, todavía leales a Donald Trump. En el caso de las redes sociales, que como sabemos han alcanzado un altísimo grado de penetración a nivel mundial, se dice que han superado con ventaja las campañas de información oficiales propagando supuestas noticias acerca de las vacunas, a un grado tal que el propio presidente Biden acusó a Facebook de “matar a gente” al no moderar y eliminar información errónea sobre la pandemia, información que penetra especialmente en aquellos más reacios a creer en el sistema, las minorías.
Con respecto a la posición de algunos gobernadores republicanos, cuyos estados son los de más baja vacunación, se señala que han coadyuvado difundiendo entre sus gobernados su propio escepticismo, que vienen señalando desde el año pasado, ante las políticas federales de prevención. Es decir, se trata de hacer creer a los estadounidenses y al mundo entero que existen diferencias insalvables entre republicanos y demócratas, que se reflejan también ante la política de salud que debe seguirse para combatir el coronavirus.
Todo esto, puede ser. No obstante, a mí me interesa llamar la atención sobre los posibles lectores en que el problema es mucho más profundo. Desde mi punto de vista, la resistencia de los norteamericanos a vacunarse es la consecuencia de más de 100 años de manipulación intensa a través de los poderosísimos medios de comunicación, que han sembrado en la población el idealismo, la desconfianza en la ciencia, es más, el desprecio a la realidad. Es el resultado dramático de más de 100 años de que el pueblo norteamericano ha sido inoculado con la idea de que existen los fantasmas, los aparecidos, los muertos vivientes, los superhéroes y las llamadas “historias de éxito” en las que un modesto trabajador alcanza la justicia y la buena vida sólo por obra de los mecanismos del mercado.
Mucha gente puede estar viendo que familiares, amigos, compañeros o vecinos se están muriendo por el coronavirus y no creer en que la vacuna pueda salvarlos de la muerte, simplemente porque así lo afirma un merolico de la televisión o un artista o un youtouber “famoso” o hasta el que vende hamburguesas en un carrito. El imperialismo norteamericano está, pues, pagando la enajenación y la ignorancia que ha causado en una buena parte de su pueblo. Así, no es casual que haya estados en la región del noreste, como Vermont y Massachusetts, donde la población vacunada supera el 65%, y estados del sureste, como Alabama y Misisipi, donde menos del 40% de su población está completamente vacunada (según informó a la BBC el doctor Marcus Plescia, director de la Asociación de Funcionarios de Salud Estatales y Territoriales de los EE. UU.). El norte de los Estados Unidos es hasta el día de hoy el corazón histórico, cultural y social del país, mientras que en el sur se encuentran los descendientes de los esclavistas y, por lo que se ve, nunca se ha exterminado el fanatismo, la superstición y la ignorancia.