Los resultados de ese intenso y prolongado trabajo de millones de personas de todo el planeta no han ido a parar a manos de quienes laboraron o a los familiares de quienes dejaron sus vidas en esas jornadas agotadoras, sino que se ha concentrado una vez más en pocas manos
Homero Aguirre Enríquez
Aquella fórmula tan socorrida para descalificar a la gente pobre y desentenderse de sus problemas y tragedias, que consiste en decir “eres pobre porque eres flojo”, ha sido desmentida una vez más por los datos estadísticos globales. La verdad es que millones de personas pobres trabajan mucho en todos los países del mundo, y lo hacen tan intensivamente y con jornadas tan largas que cada año mueren 2 millones de trabajadores por enfermedades provocadas por exceso de trabajo y por accidentes laborales debido a la permanencia prolongada y sin protección en ambientes insalubres o peligrosos, según se puede leer en un informe presentado este año de manera conjunta por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“Las largas horas de trabajo son el factor de riesgo laboral más letal. Es impactante ver a tanta gente literalmente muerta en sus trabajos, especialmente porque cada muerte relacionada con el trabajo se puede prevenir si se implementan las medidas de salud y seguridad adecuadas», dijo en mayo el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus.
“El exceso de horas de trabajo, con semanas laborales de más de 55 horas en algunos países, es el principal motivo de mortalidad laboral en el mundo… Las enfermedades y los traumatismos relacionados con el trabajo provocaron la muerte de 1.9 millones de personas en 2016, según las estimaciones conjuntas de la OMS y la OIT sobre la carga de morbilidad y traumatismos relacionados con el trabajo, 2000-2016: Informe de seguimiento mundial, y la mayoría de las muertes relacionadas se debieron a enfermedades respiratorias y cardiovasculares” (Europa Press, 17 de septiembre).
Ese estudio no contempla el aumento de las jornadas de trabajo durante la pandemia ni registra las defunciones provocadas por la nueva sobrecarga laboral, que seguramente aumentarán: “la compañía NordVPN Teams, proveedora de redes virtuales a empresas, investigó el fenómeno y a inicios de 2021 reveló que los horarios de trabajo aumentaron (durante la pandemia), en promedio, dos horas y media más de lo normal. Por ejemplo, en Canadá y Reino Unido las personas pasaron de trabajar 9 horas al día a 11 horas. En el caso de Estados Unidos la jornada laboral se extendió 3 horas más” (diario digital El Tiempo, 18 de mayo de 2021).
Los resultados de ese intenso y prolongado trabajo de millones de personas de todo el planeta no han ido a parar a manos de quienes laboraron o a los familiares de quienes dejaron sus vidas en esas jornadas agotadoras, sino que se ha concentrado una vez más en pocas manos: “La pandemia dispara las fortunas de los más ricos del planeta. Las 20 personas más acaudaladas del mundo acumulan 1,77 billones de dólares, un 24% más que un año atrás”, se lee en una nota del diario EL PAÍS, publicada en diciembre de 2020, donde se dice que la lista de esos veinte multimillonarios la encabeza Jeff Bezos, propietario de Amazon, y termina con el mexicano Carlos Slim, cuyas empresas son bien conocidas en nuestro país.
Algún representante oficial u oficioso de esos pocos beneficiarios del exceso de trabajo de otros, podría objetar que ese exceso de trabajo y las muertes asociadas al mismo (que son una auténtica pandemia que supera anualmente en muertes al Covid-19) traen una recompensa; que “es el costo a pagar para lograr el bienestar de millones de personas”. Pero los datos globales también desmienten esa macabra afirmación y no hay manera de sostener que junto con el tiempo y la intensidad del trabajo ha crecido el bienestar para la mayoría de los seres humanos. Todo lo contrario.
Para comprobar esto último, invito a leer el Informe mundial sobre la protección social 2020-2022, publicado recientemente por la OIT, en el que podemos leer un dato estremecedor: “más de 4 mil millones de personas carecen de seguridad social”, o sea que la inmensa mayoría de los habitantes del mundo carecen de protección social, que “incluye el acceso a la atención médica y a la seguridad del ingreso, en particular para las personas de edad, en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, accidente en el trabajo, maternidad o pérdida del principal generador de ingresos de la familia, así como para las familias con hijos… Sólo 45%de las mujeres con recién nacidos recibe una prestación de maternidad en efectivo. Sólo una de cada tres personas con discapacidad grave en el mundo (33.5%) recibe una prestación por invalidez… La cobertura de las prestaciones de desempleo es aún más baja, sólo 18.6% de los trabajadores desempleados de todo el mundo están efectivamente cubiertos” (onu.org.mx).
Finalmente, aunque son útiles los informes de organismos internacionales que retratan el abuso laboral y la enorme marginación y pobreza de millones de seres humanos, que invariablemente incluyen llamamientos de buena voluntad por parte de sus directivos hacia los gobiernos y los concentradores de riqueza para que se modifique esta situación, e incluso se han firmado diversos compromisos internacionales con metas deseables, las muertes por exceso de trabajo, y todas las injusticias y tragedias asociadas a un modelo económico que genera grandes cantidades de riqueza pero las concentra en pocas manos, no se acabarán sin la participación política masiva y coordinada de quienes son víctimas de esta situación.
La tarea no es sencilla y tiene enemigos poderosos, algunos abiertos y otros escondidos tras la simulada simpatía hacia las causas populares de algunos políticos y figuras públicas. Hay quienes dicen estar a favor de un mundo justo y sin pobreza, pero hacen todo lo necesario para atomizar a los pueblos, oponerse a su educación y organización y para manipularlos con dádivas insignificantes a cambio de votos, pero en los hechos están a favor de que se siga oprimiendo eternamente a esos pueblos. Contra todo eso hay que luchar y vencer, y los mexicanos debemos poner manos a la obra. La tardanza conlleva el riesgo de estallidos sociales descontrolados, que nunca han sido la solución.