¿Se dispone el gobierno norteamericano a enmendar una larga historia de concentración de la riqueza y atropellos a las personas y a la naturaleza?
Homero Aguirre Enríquez
En un mensaje pronunciado esta semana, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, se refirió a la situación planetaria actual como “la mayor prueba compartida que está enfrentando el mundo desde la Segunda Guerra Mundial”, y dijo que era necesario reducir los riesgos que podrían provocar la aniquilación de la humanidad. Agregó que “las decisiones que tomemos -o dejemos de tomar hoy- pueden dar lugar, como he dicho, a un mayor colapso y a un futuro de crisis perpetuas, o a un avance hacia un futuro mejor, más sostenible y pacífico para las personas y para el planeta”.
Estas palabras, que a ciertas personas pueden sonar apocalípticas y exageradas, no son sino la continuación del diagnóstico que Guterres hizo en la Asamblea General de la ONU, a fines del mes de septiembre de este año: “Estoy aquí para hacer sonar la alarma (…) Nuestro mundo nunca ha estado más amenazado. O más dividido. Nos enfrentamos a la mayor cascada de crisis de nuestra vida. La pandemia del COVID-19 ha sobredimensionado las flagrantes desigualdades. La crisis climática está golpeando el planeta. La agitación desde Afganistán hasta Etiopía, pasando por Yemen y más allá ha frustrado la paz. Un aumento de la desconfianza y la desinformación está polarizando a la gente y paralizando las sociedades. Los derechos humanos están bajo fuego. La ciencia está siendo atacada. Y los salvavidas económicos para los más vulnerables llegan demasiado poco y demasiado tarde… si es que llegan. La solidaridad está ausente, justo cuando más la necesitamos”.
Por lo que el alto diplomático sugiere en el resto de su mensaje, las malas noticias para la parte más débil de la humanidad seguirán acumulándose en los próximos días, pues de ahí se puede concluir que la Cumbre mundial para discutir las medidas contra el cambio climático, convocada para fines de octubre, no tendrá ningún efecto práctico inmediato y eficaz: “necesitamos un recorte del 45% de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030. Sin embargo, otro reciente informe de la ONU dejó claro que, con los actuales compromisos climáticos nacionales, las emisiones aumentarán un 16% para 2030. Eso nos condenaría a un infierno de aumentos de temperatura de al menos 2.7 grados por encima de los niveles preindustriales”, dijo. Cualquier persona medianamente informada podrá imaginar lo que ese calentamiento del planeta donde habitamos todos costará en vidas humanas; en cuantiosas pérdidas económicas ocasionadas por los desastres “naturales” en forma de exceso de lluvia en algunos lugares y por sequías prolongadas en otros; en inundaciones catastróficas arrasando pueblos y ciudades, en hambrunas y enfermedades; en dolorosas migraciones masivas; en violencia desatada en forma de delincuencia en todas sus manifestaciones… y en guerras por doquier.
Aunque es muy elocuente la descripción de los problemas y son irreprochables y muy cercanos a la realidad los colores que le pone al aterrador cuadro que pinta con sus palabras este experimentado diplomático que preside la ONU, los destinatarios del mensaje, a los que se pide acción y mucho dinero para contener a los modernos jinetes apocalíticos arriba descritos, no modificarán por la fuerza y la lógica de las palabras su actitud ante la desigualdad, la pobreza, la contaminación, las guerras, el acaparamiento de vacunas contra la Covid-19 y otras enfermedades que segan millones de vidas con su guadaña invisible, el tráfico internacional de drogas y personas, las guerras, etcétera. Varios de los ahí sentados ante el secretario general de la ONU, destacadamente los representantes del gobierno de Estados Unidos, representan a potencias que se han vuelto poderosas con el desamparo total de otros países, han sido protagonistas desde hace décadas de saqueos coloniales de territorios que no son suyos, han protagonizado invasiones armadas en diversas latitudes, son activos promotores e impositores de tratados comerciales leoninos y exportan ventajosamente capitales financieros que dejan en los huesos las finanzas de sus víctimas; se muestran intencionalmente omisos en promover la igualdad en el acceso a la vacunación e ignoran olímpicamente cualquier medida que los obligue a restringir emisiones contaminantes si eso implica disminuciones en sus ganancias. Por todo eso, no se conmoverán con las escenas dantescas que les presentan sobre la situación mundial y no modificarán su actitud a menos que una fuerza social muy grande los obligue a recular.
En ese contexto, nos enteramos que los Estados Unidos se muestran dispuestos a ceder un poco y prometen destinar sumas millonarias a resolver el problema del clima. ¿Por qué Estados Unidos se negó durante años a firmar el Acuerdo de París, mediante el cual 196 países se comprometieron a reducir los gases contaminantes, y ahora ha vuelto a suscribirlo? La respuesta está en la amenaza creciente de conmociones sociales que se están gestando con el cambio climático sumado a la profunda pobreza y desigualdad. Según reportes de organismos de inteligencia norteamericanos: “El calentamiento de la Tierra y los desastres naturales resultantes están creando un mundo más peligroso de líderes y pueblos desesperados, señaló el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden en las evaluaciones más pesimistas hasta el momento por parte de las autoridades federales sobre los desafíos de seguridad y migración que enfrenta Estados Unidos a medida que el clima empeora” reportó el diario Los Angeles Times en una nota donde se cita parte del reporte que advierte que “decenas de millones de personas, sin embargo, muy probablemente serán desplazadas en las próximas dos o tres décadas en gran medida debido a los impactos del cambio climático”.
¿Se dispone el gobierno norteamericano a enmendar una larga historia de concentración de la riqueza y atropellos a las personas y a la naturaleza? El presidente Biden ha solicitado al Congreso de su país un presupuesto millonario para atenuar el cambio climático y sus efectos sociales generadores de estallidos sociales y migraciones en el mundo, lo que significa que el pueblo norteamericano tendrá que pagar con impuestos una parte de los desastres provocados por su clase gobernante. Si eso llega a ocurrir, se deberá a los cambios en la correlación internacional de fuerzas generados por el crecimiento de China, Rusia y otros países y por los riesgos de estallidos violentos que ponen en riesgo el control estadounidense en algunas zonas y pueden detonar migraciones incontrolables a su territorio. Sea como sea, esto significa ganar un poco de tiempo para quienes buscamos que el planeta sobreviva a la barbarie del capitalismo rapaz e irracional y construya una sociedad más humana.