La única forma de tener más ingresos para disminuir la pobreza es mediante una ley que aumente impuestos a los más ricos, pero AMLO no hará ninguna reforma fiscal. No molestará a las grandes fortunas
Homero Aguirre Enríquez
Aquello de “candil de la calle y oscuridad de su casa” se puede aplicar justamente a la postura asumida por el presidente López Obrador ante el Consejo de Seguridad de la ONU, en donde propuso un “plan” para sacar de la pobreza a 750 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares al día, mediante un utópico fondo de varios billones de dólares formado con donaciones de los hombres y países más ricos del mundo.
No me extenderé en detallar si el Consejo de Seguridad fue el foro más adecuado para el pronunciamiento, pero brevemente destaco una analogía usada para comparar, desfavorablemente, al presidente mexicano con Fidel Castro, un gigante de la historia que, cuando en 1979 tomó la palabra en la ONU para denunciar los horrores provocados por la mala distribución de la riqueza, aparte de su elocuencia legendaria y su enorme cultura llevaba el respaldo de un pueblo en armas que ya se había consolidado en el poder en su patria para intentar otro modelo de sociedad a unas cuantas millas del país más poderoso de la tierra en ese entonces, así como un colosal respaldo internacional (del que carece el actual presidente mexicano) que le permitió decir: “Unos países poseen, en fin, abundantes recursos. Otros no poseen nada. ¿Cuál es el destino de éstos? ¿Morirse de hambre? ¿Ser eternamente pobres? ¿Para qué sirve entonces la civilización? ¿Para qué sirve la conciencia del hombre? ¿Para qué sirven las Naciones Unidas? ¿Para qué sirve el mundo?”… “Sé que en muchos países pobres hay también explotadores y explotados. Me dirijo a las naciones ricas para que contribuyan. Me dirijo a los países pobres para que distribuyan. ¡Basta ya de palabras! Hacen falta hechos. ¡Basta ya de abstracciones! Hacen falta acciones concretas. ¡Basta ya de hablar de un nuevo orden económico internacional especulativo que nadie entiende! Hay que hablar de un orden real y objetivo que todos comprendan”. “Aquél era el mensaje de un revolucionario de carne y hueso, de ideología de izquierda, no el de un soñador con aspiraciones de transformador, atrapado en una cosmogonía regional tras las rejas de una realidad que ya no existe salvo en la memoria. Fidel Castro llegó a la ONU con el mandato del Movimiento de Países No Alineados, que en ese momento reunía a más de 120 naciones en desarrollo. Es decir, su discurso fue resultado de un consenso multinacional, y sus palabras iban respaldadas por sus jefes de Estado y de Gobierno”, resumió lapidariamente el periodista Raymundo Riva Palacio.
En resumen, AMLO propuso en la ONU que un millar de los hombres y corporaciones más ricos del mundo aportaran “voluntariamente” el 4% de sus ganancias, cantidad que se sumaría a otra también muy grande, obtenida de los 20 países más ricos del planeta, que donarían el 0.2% del Producto Interno Bruto. No lo dijo López Obrador, pero supongo que ese donativo, que él calcula en un billón de dólares, se recabaría anualmente entre los “dóciles” donatarios hasta que los pobres dejaran de ser pobres. ¿Cómo hacer para que eso ocurra?, ¿Quién será el valiente que los convenza sin el respaldo de una fuerza social? ¿Acaso los multimillonarios del mundo sólo estaban esperando que apareciera López Obrador para desprenderse de sus riquezas y donarlas piadosamente a los desamparados? De nada de eso se ocupó López Obrador. Una vez lanzada su arenga y sin decir cómo se lograría tal milagro de solidaridad en un mundo dominado por el interés privado y las grandes corporaciones, sin ningún rubor y sin lógica alguna que lo respaldara, recomendó sus programas sociales a todos los países, como un remedio infalible para acabar con la pobreza, ¡a pesar de que en México la pobreza no ha disminuido sino aumentado durante su gobierno!
Pero todavía hay tiempo de que el presidente de México nos demuestre la validez de su propuesta de redención universal de los pobres sin que estos muevan un dedo en su emancipación, estamos en buen terreno para que pruebe a todos aquellos que esbozaron una sonrisa de conmiseración, o abiertamente lo criticaron por demagogo, que es posible repartir riqueza mediante la fuerza de las palabras presidenciales y sin ninguna participación masiva de los pobres, más allá del que implica el agradecimiento y la genuflexión cuando reciben una minúscula transferencia de dinero en una tarjeta color vino, símbolo del partido en el poder, como antaño agradecían temporalmente los programas tricolores de distribución de migajas.
Pues bien, en México tenemos algunos de los hombres más ricos del mundo, a los cuales podría acudir López Obrador para pedirles su generoso donativo del 4% de sus ingresos y poner en marcha su plan propuesto en la ONU, para darles una lección a todos los incrédulos. Por ejemplo, “Durante el segundo trimestre del 2021, la fortuna del magnate mexicano Carlos Slim aumentó 78,495 millones de pesos, 111% más de lo que ganó en el mismo trimestre del 2020”, publicó el diario El Economista. Tan solo ahí estarían, “esperando que el presidente los solicite”, 3 mil 123 millones correspondientes al 4% de las ganancias de este empresario, que podrían servir para darle alimentación, salud, educación y vivienda a cientos de miles de familias. Sólo se trata de un ejemplo, pero si se hace una lista exhaustiva de los grandes magnates mexicanos, la suma recabada en la “colecta” de López Obrador sería astronómica. Pero la verdad es que López Obrador ni siquiera intentará pedir esas contribuciones y mucho menos imponerlas mediante una ley fiscal. “México tiene un gobierno chiquito. Ustedes a lo mejor sienten que el gobierno es muy grande y que anda por todos lados. ¿Por qué es chiquito? Porque la fuente de ingresos del gobierno es sólo 13% del PIB, y si le sumas el petróleo llega a 17% del PIB”, dijo hace poco el ex director de la OCDE, el mexicano Angel Gurría, quien volvió a sugerir una reforma fiscal.
La única forma de tener más ingresos para disminuir la pobreza es mediante una ley que aumente impuestos a los más ricos, pero AMLO no hará ninguna reforma fiscal. No molestará para nada a las grandes fortunas con cuyo beneplácito llegó al poder. Lo que hará es seguir recortando en un lado para gastar en otros más lucidores electoralmente: recortar en educación, servicios públicos, salud, ciencia, aumento de la producción, carreteras, etcétera y aumentar en tarjetas que le acarreen votos. Seguirá echando humo a los ojos y fabricando pobres, hasta que los pobres se cansen de la manipulación y se decidan a organizarse y tomar el poder pacíficamente.