“En México en particular, uno de cada cinco bebés de entre 6 y 23 meses no recibe el mínimo de comidas diarias recomendadas para su edad, y sólo uno de cada dos consume el mínimo de grupos de alimentos esenciales para su desarrollo”.
Marco Antonio Rivera
Cuando López Obrador mintió ante un foro mundial de la ONU presumiendo que en México no había hambre, enseguida, el encargado del Banco de alimentos en San Luis Potosí, Héctor D`argence Villegas, lo desmintió afirmando: en nuestra entidad, por lo menos unos 700 mil habitantes padecen hambre. Este dato, sin embargo, se quedó corto; porque, a las pocas semanas, para el CONEVAL, la cifra ascendía a un millón de potosinos.
Esta situación escalofriante está acorde con el tétrico panorama nacional. Hace pocos días la ONU, a través de la UNICEF aseveró “que uno de cada dos menores de dos años en México no recibe los alimentos o nutrientes necesarios para prosperar y crecer de manera adecuada, situación que está causando daños irreversibles en su desarrollo”. El análisis, de UNICEF, realizado entre 91 países, señala que, “en México en particular, uno de cada cinco bebés de entre 6 y 23 meses no recibe el mínimo de comidas diarias recomendadas para su edad, y sólo uno de cada dos consume el mínimo de grupos de alimentos esenciales para su desarrollo”. El problema, desde mi modo de ver, debe ser enfocado desde la celeridad con que las necesidades sociales son resueltas en el mercado, es decir, el Estado -como un procurador de la justicia social- se aleja paulatinamente de sus responsabilidades más elementales; la alimentación y el ataque a la desnutrición no son problema suyo. De allí que el 40% de las calorías consumidas por niñas y niños en edad preescolar provenga de alimentos chatarra o ultraprocesados. Aquí, de paso, resalta lo inútil que resultó los famosos etiquetados de estos productos donde se le advertía al consumidor, al ingerirlos, los peligros a su salud; la advertencia sirve cuando hay alternativa, pero se sabe que esta predilección no sólo se explica por la avasalladora influencia publicitaria sino por lo barato que resultan sus productos.
En efecto, es conocido que la alimentación para los trabajadores, en el sistema capitalista, debe reducirse al precio mínimo; subrayo: precio, no calidad. Entre más barato sean los medios de vida de los empleados y trabajadores, más reducido será el salario y, por añadidura, el excedente crece para el patrón. El mercado no se afana en nutrir a la población, su único interés es la venta: en 2016, en un estudio conjunto realizado por la UNAM y la UAM, se concluyó que en México los precios de las frutas y vegetales se alzan caprichosamente, mientras que la comida procesada se abarata; además la invasión publicitaria de comida “sabrosa”, a bajo costo, tiene un efecto mayor si el consumidor se esfuerza más en hacer rendir su insuficiente economía, que en mejorar la calidad de su nutrición. “El creciente costo de una dieta saludable” del Instituto de Desarrollo Internacional, refiere que el precio de las frutas y vegetales aumentó en un 91% entre 1990 y 2012, mientras que la comida ultra-procesada disminuyó su costo en un 20% en Brasil, México, China y Corea del Sur.
Esta situación es aún más grave cuando se acompañada por un incremento en la inflación. Entendemos por inflación al aumento generalizado y sostenido de los precios de los productos de subsistencia básica. Nuestro país cerrará con una tasa de inflación arriba del 7%. Esto significa que el salario real, el ingreso efectivo de los trabajadores para adquirir productos básicos, tendrá una disminución significativa. Es decir, podrá comprar menos, incluso con el reciente incremento al salario mínimo. La inflación, ciertamente, es una tendencia mundial: una consecuencia económica producida por la pandemia. La responsabilidad de López Obrador consistiría en aminorar este impacto de la inflación en la clase trabajadora como un subsidio a la canasta básica. Porque los trabajadores son los que invierten más proporción de su salario en adquirir alimentos.
Nosotros, en el Movimiento Antorchista, entendemos que la calidad de vida, un buen estado de salud, el desarrollo infantil e, incluso, el incremento cultural de una población depende de una buena alimentación. Es por eso que a la par de que hemos realizado gestiones para desarrollar la obra pública en las comunidades más marginadas del país, hemos impulsado programas de asistencia alimentaria, consistentes en poner al alcance de la población más vulnerable alimentos como frijol, maíz, huevo y otros productos básicos a precios muy módicos. Sabemos que el problema es estructural, cierto, pero el combate al hambre no puede esperar.