Esto sólo es la punta del iceberg, ya que los estragos sociales a largo plazo tendrán que ser pagados por las generaciones venideras
Adrián Pablo
La pandemia de Covid-19 se ha transformado ya en parte de nuestra cotidianidad, querámoslo o no, hemos tenido que aprender a convivir -o a sobrevivir- después de casi dos años; sin embargo, esto no es gracias al manejo del gobierno federal ni mucho menos al apoyo del sector privado, el mexicano ha tenido que valerse por sí mismo y enfrentar unas condiciones, que ya estaban ahí, pero que se vieron potenciadas por el coronavirus. Añádase a esto el panorama sombrío que muchos pronostican para el futuro próximo, que no se basan en la imaginación o teorías especulativas de unos cuantos, sino que, son aproximaciones tomadas de lo que hoy vemos en nuestro país y en el mundo.
Según un estudio publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), titulado “Panorama Social de América Latina en 2021”, alerta que, los efectos de la pandemia están empeorando una crisis social, que se podría prolongar por varios años en América Latina. En primer lugar, las cifras de pobreza extrema han demostrado que las medidas para la recuperación económica de la mayoría de gobiernos de la región han sido insuficientes, ya que, durante un año se sumaron más de cinco millones (la mayor cifra en 27 años), dando un total de 86 millones de personas en esta condición. Aquí se suma la pobre inversión en gasto social -el dinero que el estado debe invertir en satisfacer las necesidades básicas de los ciudadanos-, como en México, que es uno de los países con menor inversión en este rubro, estando en 2021, entre los peores cuatro.
Todos estos datos en un panorama en el que se debería potenciar el gasto social frente a la pandemia, ya que otro dato que aporta la Cepal es el pobre combate a los estragos sanitarios del Covid-19. La región tiene el mayor número de muertes por esta enfermedad (28.8 por ciento del total), a pesar de que sólo representa el 8.4 de la población mundial, México es de los más altos en este rubro, con 2.3 muertes por cada mil habitantes, que parecería ser poco, pero está por arriba del promedio de la zona. Todo esto sumado a la todavía baja tasa de vacunación, que llega apenas al 62.3 por ciento en promedio (en México, sólo el 55.9 por ciento tiene el esquema completo).
Sin embargo, esto sólo es la punta del iceberg, ya que los estragos sociales a largo plazo tendrán que ser pagados por las generaciones venideras, “la población de niñas, niños, adolescentes y jóvenes ha sido una de las más afectadas por los impactos socioeconómicos de la pandemia de COVID-19 y corre el riesgo de convertirse en una generación perdida (…) enfrentan mayores riesgos de rezago y abandono escolar, de desnutrición y malnutrición, y de deterioro de la salud física y mental, así como una mayor exposición a la violencia o el maltrato en el hogar y a situaciones de pobreza y trabajo infantil”, alerta el organismo, que suma a esto la alta tasa de desocupación de jóvenes en edad de trabajar, que duplica a la de los adultos y los lleva a ocuparse principalmente, en el sector informal.
El primer punto es la educación. América Latina ha sido de las zonas que más ha tardado en regresar a clases presenciales en el mundo -debido al pobre sistema sanitario y nulas medidas ejercidas para controlar la pandemia-. En promedio, los niños dejaron de asistir total o parcialmente 56 semanas, sumado al desigual acceso a las clases virtuales o mecanismos “a distancia”, la poca o nula capacitación de los profesores y la pobre infraestructura de comunicación, estiman que la pandemia “tendrá repercusiones en el aprendizaje y en las tasas de rezago y abandono escolar, ensanchando brechas que ya existían en las trayectorias educativas de la región”. El cierre de escuelas también trajo consigo consecuencias en términos de seguridad alimentaria, ya que se estima que cerca de 85 millones de niños y adolescentes dejaron de recibir un desayuno, un refrigerio o un almuerzo, que empeora si añadimos la caída de ingresos de millones de familias de escasos recursos. “El aumento de la inseguridad alimentaria moderada o grave de 2019 a 2020 fue mayor en América Latina y el Caribe (9 puntos porcentuales)” a comparación de otras regiones del mundo.
Los problemas de educación también se ven reflejados en el aumento del trabajo infantil, ya que millones de familias, ante la falta de recursos fijos o suficientes para vivir, se ven forzados mandar a sus hijos a trabajar; estas condiciones afectan aún más a personas con mayor vulnerabilidad; que viven en entornos rurales, poblaciones indígenas y afrodescendientes, migrantes, mujeres y personas con discapacidad. Se ve potenciada también, la violencia contra menores, dado que las familias, al tener que resguardarse ante el virus, tienden a pasar más tiempo en sus hogares, muchas veces hacinados, lo que acrecienta los factores de estrés y ansiedad entre los adultos.
Es fundamental que los gobiernos de América Latina y del mundo, escuchen las advertencias como las hechas por la Cepal y pongan en marcha medidas públicas verdaderamente transformadoras, con el combate a la desigualdad como eje fundamental, para evitar que los estragos de la pandemia no se prolonguen varias generaciones; profundizando en atender el acceso a la salud, la educación y el trabajo. Esto, sin embargo, hemos visto que no es posible con los gobiernos actuales, como en el caso de México, por lo tanto, es necesario que el pueblo tome en sus manos su propio destino, que construya un gobierno que garantice el bienestar en el presente, para que las generaciones por venir, no terminen pagando los platos rotos.