El presidente ha salido de uno de sus recursos permanentes en el discurso, dejó de ser el perseguido para ser el perseguidor, dejó de ser la víctima para convertirse en el victimario.
Manuel Pérez
“Malditos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo, y con sus hechos lo traicionan”, reza aquella sentencia adjudicada al oaxaqueño Benito Juárez. No hubo momento en que estas palabras o ejemplos sobre el llamado “Benemérito de las Américas” no fueran usadas por el entonces candidato y hoy presidente de la república, Andrés Manuel Lopez Obrador, en su obscenamente larga campaña de tres sexenios. A lo largo de 18 años de propaganda, el candidato del partido de la “regeneración nacional” recurrió a una serie de recursos discursivos que sirvieron a sus estados de ánimo en las distintas etapas de su carrera, llámese persecusión en su época de desafuero, de fraude en las elecciones que perdió o al constante ataque de un enemigo gigantesco y de mil caras, la “mafia del poder”.
En todos los recursos de la narrativa del candidato Andrés Manuel López Obrador siempre se inclinó por encarnarse en el perseguido, el atacado, el débil, su discurso prácticamente se basó en el “David vs. Goliat”, un débil contra el fuerte, o en su caso, la adversidad contra la esperanza.
Aquí mucho podríamos abordar sobre la importancia de la palabra “esperanza” en el ánimo de una población con un gigantesco fervor religioso, que cada año moviliza a millones a una basílica en el centro del país o demás manifestaciones de fé en el país, y es que la asociación de símbolos religiosos, como los usados por los propagandistas del partido del presidente para llegar al poder, tocaron no solo estos planteamientos como palabras de paja, sino que usaron la esperanza como palabra fundamental en el ánimo político de los mexicanos.
Y es que en 2018, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), 52 millones 425 mil 887 de personas en México se encontraban en situación de pobreza, esta cifra representaba al 41.9% de la población total, estimada en 125 millones de personas.
A una persona que no tiene nada, no le queda más que su fé, y ese era el mercado al que apuntó el candidato morenista con su discurso de la esperanza de México, fue a esas personas que a lo largo de tantas décadas no habían encontrado justicia social, a las que el presidente abordó con su discurso de austeridad y esperanza. Sin duda, ese discurso fue efectivo y llenó de sincera simpatía a millones de mexicanos emanados de las condiciones más injustas de la vida para que en las elecciones de 2018, esos millones depositaran su confianza ciega en las urnas.
El discurso de hace cuatro años fue efectivo, solo faltó acompañar aquella “esperanza” de algo fundamental, trabajo y hechos.
El gobierno de la “Cuarta Transformación” no tiene como base de gobierno los hechos, sino el discurso, pues a las pruebas nos podemos remitir. En el aspecto económico hoy estamos a un paso, un pequeño paso de la crisis económica con una inflación en los precios que parece no se irá en el corto plazo. Podríamos abrumarlo, mi estimado lector, con cifras como las caídas consecutivas en el PIB del país, o muchos más indicadores económicos, pero es más contundente que usted compruebe en su bolsillo y en el de al lado el cómo cada vez con la misma cantidad de dinero le alcanza cada vez para menos productos. Imagínese la situación de las familias con más integrantes y menores ingresos. Una pesadilla.
Vayamos a la seguridad. Y aquí recurro al articulo de Eduardo Ruiz-Healyn donde puntualiza que “en el sexenio calderonista los asesinados sumaron 121,437, a lo largo del gobierno de Enrique Peña Nieto el número fue de 156,437 y ahora, durante los 38 meses que lleva Andrés Manuel López Obrador como presidente se registran 111,447 homicidios, lo que permite suponer que al final de su mandato se habrá roto por amplio margen el récord que se impuso en la anterior administración”. Los frutos del “abrazos no balazos” de AMLO son estruendosamente escandalosos, un desastre peor que la “guerra de Calderón”. Pero no se conforme usted con los datos, compruébelo usted en su entorno, donde a todos los lugares se debe ir con un extremado cuidado ante la creciente e imparable delincuencia. Caray, ni a la esquina estamos a salvo.
Podemos usar más y más ejemplos, pero solo usemos uno más, el Coneval, el mismo instituto del que extrajimos los datos cuando AMLO llegó al puesto dijo que el número de mexicanos en situación de pobreza pasó de 51.9 millones a 55.7 millones. Cuando México tiene una población de 126 millones de habitantes, los pobres son el 44% del total de mexicanos. Así es, la tendencia de pobreza no para, y por el contrario, sigue creciendo.
Recientemente, ante la ventilación de las absurdas posesiones del hijo del presidente y su vergonzosa e improvisada defensa mediática, el presidente ha padecido de sus peores males, no poder recurrir a defenderse con algún hecho concreto de su gobierno, porque su gestión ha sido un rotundo fracaso. El presidente solo sabe hacer frente a los ataques con más ataques, pero los recientes golpes lo han sacado de órbita, al grado de recurrir a ataques frontales por parte del titular del Estado mexicano a un periodista de un medio privado, Carlos Loret de Mola pues.
Con esos ataques, el presidente ha salido de uno de sus recursos permanentes en el discurso, dejó de ser el perseguido para ser el perseguidor, dejó de ser la víctima para convertirse en el victimario. AMLO ya no tiene esa armadura discursiva, su castillo de palabras se ha desmoronado de ese lado, y muchos de sus allegados se han dado cuenta de eso al notarlo como un error. Pero lo más grave, al menos desde mi punto de vista, es uno que ha pasado muy desapercibido, pues mientras el presidente se pelea con los periodistas y se cuestiona sobre su riqueza, el pueblo pobre no tiene qué comer. Las condiciones materiales del pueblo, de los pobres a quienes tanto juró que iban primero, hoy están en picada. El discurso de la austeridad es lo de menos, las mentiras de la esperanza son lo que debería de preocupar al presidente, van cuatro años de gobierno, y el México de pie se siente traicionado, el discurso de la esperanza no se cumplió, y cuando menos se lo espere, el presidente tendrá de pie a un coloso, y esta vez no lo respaldará en las urnas. Ya no.