Durante unos minutos, con un té recién servido y rodeada de retratos y libros de fotografía que cuentan la historia de su país, la retratista argentina Sara Facio —que a los 90 años afronta la que advierte será su última entrevista— vuelve al ayer, a una carrera en la que igual supo inmortalizar a Perón que a Borges o Cortázar, García Márquez u Octavio Paz.
“Mirá, te digo la verdad, vas a ser el último reportaje que haga. Estoy muy cansada y con muchas emociones”, afirma en su estudio de Buenos Aires.
Facio, nacida el 18 de abril de 1932 en San Isidro, hace años que se retiró de la fotografía profesional, pero nunca perdió relación con el arte al que dedicó su vida. De hecho, a principios de abril, el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires inauguró la exposición «Sara Facio: Fotografías 1960/2010» en su honor.
“Tendría que ir muy atrás para hablar de mis trabajos, para volver al primero que hice con Alicia D’Amico (1933-2001) —su inseparable socia y amiga—, al libro ‘Buenos Aires, Buenos Aires’ (1968)”, revela Facio al recordar uno de sus proyectos más destacados, un ensayo fotográfico con textos de Julio Cortázar (1914-1984) —a quien retrató en varias ocasiones—, que le dio un giro al modo de ilustrar esta ciudad.
“Hasta ese momento los pocos libros que había de fotografía mostraban solo su parte arquitectónica (…) y nosotras lo que queríamos era sacar a la gente, su sentimiento, cómo se vivía la noche de los 60, que era lo que creíamos y creo hasta el día de hoy, que le da una característica propia a la ciudad”, señala la retratista.
La mirada de Perón, Vargas Llosa y García Márquez
Recuerda el momento de la muerte del expresidente argentino Juan Domingo Perón. Desde su regreso en 1972, tras 17 años de exilio en España, hasta su fallecimiento en julio de 1974, Facio capturó cientos de imágenes del político, incluido su funeral, en donde quiso “mostrar el sentir de la gente”.
La inquietud por la fotografía la llevó a París, en 1955, donde residió durante un año y más tarde la introdujo en los medios de comunicación, donde casi siempre trabajó de forma independiente.
“El 80 % de mis trabajos en los medios fueron ideas mías y personales, como por ejemplo cuando se nos ocurrió que todo el mundo conocía la cara de Sartre, pero no conocíamos la de Vargas Llosa, Rulfo u Octavio Paz”, cuenta Facio.
De esta cuestión nació el libro «Retratos y autorretratos» (1974), una serie de fotografías a los escritores latinoamericanos más destacados del siglo XX que realizó junto a D’Amico.
“Mandábamos cartas que tardaban un mes en llegar y como ellos no eran las figuras que son hoy, que son todos próceres, contestaban inmediatamente”, asegura.
Habla sobre Mario Vargas Llosa, “un muchacho” por aquel entonces. “No había publicado sus obras más importantes, pero ya con la primera que hizo nos dimos cuenta de que era un gran escritor”.
Ella fue también quien capturó las únicas imágenes que existen de Gabriel García Márquez en Buenos Aires, desde donde se lanzó a la fama «Cien años de soledad», en su primera y última visita, en junio de 1967.
Con más de media vida como profesional, Facio admite que le hubiera gustado trabajar cuando la fotografía se volvió digital. “Te aviso que yo debo haber sido una de las primeras personas que compró una cámara digital”, afirma.
“Si vos hubieses trabajado cuando hice mi mayor producción, y supieras lo sacrificado que era ir en un Fiat 600 a llevar un rollo ezeiza (rollos de celulosa), y que hoy día pulso una tecla y la foto está por el mundo entero en un minuto (…) ese aprovechamiento del tiempo y de la técnica me hubiese encantado haberlo vivido. Pero haberlo vivido incluida en eso, trabajando, con toda la vitalidad”.
Una colección de los grandes fotógrafos latinoamericanos
Su vínculo con la fotografía la llevó en reiteradas ocasiones a la divulgación de este arte. Un trabajo más que reconocido en el país suramericano.
“Hace varios años llevé la idea al Museo de Bellas Artes de formar una colección fotográfica que fuera del propio museo y, como no había recursos, porque nunca hay recursos en cultura acá, la creé yo misma”, asegura Facio.
Esta comenzó con una donación de unas 50 fotografías que “los grandes maestros” le habían regalado durante su carrera.
Desde entonces, trabajó en el museo y “estimuló” a aquellos amigos y conocidos suyos para que donaran fotos.
“Sebastião Salgado, el brasilero, me dio una serie de copias para que las donara. Me las dio a mí, pero yo dije que no, que él las donara al museo”.
Y cómo él, muchos argentinos, como Alberto Ribas y Calos Bosh, y otros compañeros de profesión “que ahora son mucho más famosos”, como Marcos López o Adriana Lestido.
“Todos ellos donaron sus fotos a la colección y ese es un gran orgullo que tengo de haberla hecho”, concluye.