Las cifras del hambre se han disparado a nivel mundial en los últimos años, hasta el punto de que, cada cuatro segundos, una persona muere por causas derivadas de la falta de alimentación, según una alerta lanzada por más de 200 ONG de todo el mundo de cara al arranque de la Asamblea General de Naciones Unidas.
En 2019, unos 135 millones de personas padecían una inseguridad alimentaria aguda, pero el dato ronda ya los 345 millones, en un contexto marcado por la persistencia de conflictos y desastres naturales y los efectos colaterales derivados de la guerra en Ucrania.
“En un mundo de abundancia, dejar que la gente se muera de hambre es una decisión política”, sentencian organizaciones de 75 países en una carta abierta en la que llaman a actuar cuanto antes para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
En todo el mundo, 50 millones de personas están al borde de la inanición en 45 países y preocupan crisis como las de Somalia, Sudán del Sur, Yemen, Afganistán, Nigeria y Haití. Detrás de estos datos, avisan, “hay personas reales” y no actuar acarrea “terribles consecuencias reales de vida o muerte”.
Las ONG firmantes consideran que los gobiernos de todo el mundo anteponen sus intereses políticos y económicos por encima del bienestar del conjunto de la población mundial y plantean una batería de recomendaciones para aliviar la carga del hambre, entre ellas el desembolso de más fondos y que estos no estén asignados a una emergencia específica y la intensificación de la diplomacia para prevenir conflictos.
El objetivo es ayudar a personas como Sumaya, una madre con cuatro hijos en un campo de desplazados en Etiopía y que, sin agua y sin comida, vive “una vida sin esperanza”. “Mis hijos se están muriendo de hambre. Están al borde de la muerte. Si no consiguen comida, temo que mueran”, afirma.
La carta abierta fue publicada con motivo del inicio de la reunión anual de la Asamblea General de la ONU en Nueva York, donde un gran número de dirigentes políticos pero también de representantes de la sociedad civil se encuentran durante una semana, en lo que se considera la cita diplomática más importante del mundo.
“Es inadmisible que con toda la tecnología agrícola” disponible actualmente “estemos hablando aún de hambre en el siglo XXI”, declaró Mohanna Ahmed Ali Eljabaly, de la oenegé Yemen Family Care Association, una de las firmantes de la carta.
Agotados por el hambre, los niños somalíes no tienen fuerzas para llorar
Tumbado en la cama del hospital de Mogadiscio, Sadak Ibrahim tiene la mirada perdida. Su brazo famélico no logra espantar las moscas que caminan por su rostro. El niño está tan débil que apenas puede llorar.
Al límite de sus fuerzas por la falta de comida, sus lloros cada vez menos habituales son un tenue gemido. “Es el único niño que tengo y está muy débil”, cuenta su madre Fadumo Daoud al contemplar las piernas esqueléticas de su hijo, con un tubo de perfusión alimentaria en su nariz.
Para salvarlo ha viajado tres días desde la región de Baidoa, en el suroeste de Somalia, un país duramente castigado por la sequía histórica que asola el Cuerno de África.
En el hospital De Martino, Fadumo Daoud vela su hijo noche y día y reza para que no se sume a los cientos de niños muertos en los últimos meses por malnutrición.
Según Unicef, 730 niños fallecieron en centros de nutrición entre enero y julio. Además, más de un millón de niños de entre seis meses y cinco años sufren malnutrición severa.
Después de cuatro estaciones de lluvias decepcionantes desde finales de 2020 y una quinta que se anuncia igual a partir de octubre, Somalia se hunde sin remedio en la hambruna.
Por todo el país, 7.8 millones de personas (casi la mitad de la población) se ven afectadas por la sequía y 213,000 están en peligro grave de hambruna, según la ONU.
Sin una intervención urgente, el estado de hambruna se declarará en las regiones meridionales de Baidoa y Burhakaba entre octubre y diciembre, alertó el responsable de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), Martin Griffiths.
Según él, la situación es peor que en la última hambruna de 2011, que provocó 260,000 muertos, más de la mitad niños menores de cinco años.