El gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) ha fracasado en su combate al consumo de drogas en el interior de su país; y para ocultar este fiasco, aplica la doctrina de seguridad nacional con la que presiona a su homólogo de México para embestir a China y conservar su hegemonía global.
Miles de vidas destruidas, presos inocentes y el derroche de millones de dólares (mdd) en fútiles políticas son el saldo de la limitada visión antinarcóticos estadounidense en su propio territorio, y de violencia, criminalidad, inseguridad pública, corrupción e ingobernabilidad en los Estados nacionales cooptados por la superpotencia.
Desde la “cruzada antidrogas” del expresidente Richard Nixon (1971), la “emergencia nacional” de Ronald Reagan; la “estrategia nacional” de George H. Bush y la “lucha contra el crimen” de William Clinton, hasta la estrategia antifentanilo de Joseph Biden, el binomio de los departamentos de Estado y Defensa (Pentágono) no ha logrado desactivar la red trasnacional del narcotráfico.
En más de medio siglo de combate a las drogas ilícitas, EE. UU. solo ha confirmado que su guerra resultó un desastre porque, cada año, los gobiernos federal, estatales y locales invierten alrededor de 47 mil mdd en leyes prohibitivas que no logran abatir el consumo, sin advertir que esa suma podría apoyar a las comunidades afectadas y erradicar definitivamente las causas sociales que propician la drogadicción.
Los gobiernos del país vecino no han concretado una estrategia global eficaz durante los momentos decisivos en sus políticas contra las drogas. Una y otra vez les han fallado la coherencia oportuna y la continuidad para alcanzar sus objetivos.
En todos los casos, Washington, los 27 países de la Unión Europea (UE) y otros aliados, han enarbolado la “guerra antidrogas”; pero no encuentran el incentivo fundamental ante este fenómeno delictivo: el colosal negocio de las organizaciones que surten de drogas ilícitas a los millones de adictos en la superpotencia.
Las famosas agencias para la Administración de Cumplimiento de Leyes sobre las Drogas (DEA) y la Federal de Investigaciones (FBI) han fallado en su importante misión de contener el tráfico interno y el consumo de drogas ilícitas.
En el exterior también han fracasado las agencias militares y federales del Centro para la CooperaciónInternacional en Interdicción de Drogas (JIATF-S) de la Florida, cuyos agentes de élite operan en todo el mundo, así como los de sus Unidades de Investigación Confidencial (SIU), grupos ultrasecretos con importantes operaciones especiales en México.
Pese a este impresionante despliegue de fuerzas policiacomilitares, operaciones de inteligencia y el uso de alta tecnología de rastreo, la Oficina de la Organización de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNODC) afirma que la producción de drogas ilícitas se mantiene en EE. UU.; y que, entre ellas, el fentanilo ya alcanzó un nuevo nivel de consumo récord.
Las mafias en EE. UU.
En un análisis de marzo de 2022 de la comisión legislativa del Senado de EE. UU. sobre el Control Internacional de Narcóticos, el Global Financial Integrity reveló que el mercado de drogas ilícitas en ese país se valora en 150 mil mdd; y que alcanza hasta 652 mil mdd en el mundo.
Ese negocio es controlado por mafias locales dirigidas por capos estadounidenses, reconoce la DEA; pero Boris Miranda, en 2020, alegó, ante la BBC, que la probabilidad de que uno de estos grupos produzca, traslade, distribuya y comercialice una sustancia ilícita era muy baja.
Sin embargo, hay varias preguntas importantes que la atención mediática de la Unión Americana no se plantea: ¿quiénes son los líderes?, ¿cuáles son los territorios de poder, las cuentas bancarias y los socios trasnacionales de estas mafias y sus capos? Este silencio en EE. UU. contrasta con los escándalos a que los cárteles del narcotráfico en México someten diariamente a las autoridades.
La raquítica información que proviene de los “académicos” y las autoridades sugiere que, más que cárteles, allá operan compradores mayoristas que a su vez se dedican a distribuir drogas ilícitas. Es decir, son el primer eslabón del mercado; y poseen cierta capacidad para pagar los envíos provenientes del exterior. Para no ser reconocidos por las agencias federales, actúan como los colombianos: tienen perfil bajo y se mimetizan entre la clase media alta.
El segundo eslabón son las redes de prestadores de servicios, que dividen las toneladas de sustancias ilícitas en porciones que distribuyen en todo el país. Así, heroína, cocaína, metanfetamina y otras sustancias prohibidas llegan a los nueve millones de kilómetros cuadrados del país y arrojan alrededor de 100 mil mdd en ganancias.
Al final del proceso, pandillas y organizaciones heterogéneas entran en acción; sus jerarquías poseen capacidad de gestión para corromper y sobornar. Estos grupos tratan con los minoristas que llevan la droga a más de cuatro millones de adictos en el país. La prensa gringa les aplica, maliciosamente, nombres de origen latino: WestTexas Tangos, Hell’s Angels, Gangsters y Sons of Silence.
Pero la estructura y la capacidad de movilización de las mafias del narcotráfico estadounidense satisfacen la demanda de drogas en los 50 estados de ese país, como admitió en 2020 –en plena pandemia– el Departamento de Justicia.
El Reporte Mundial de Drogas (junio de 2022) de la UNODC destacó el aumento sin precedentes en la fabricación de cocaína, la expansión de drogas sintéticas hacia nuevos mercados y el acelerado incremento del consumo.
Hoy todos los estudiosos y los think tanks acusan a China de producir y exportar el fentanilo como un arma geoestratégica contra EE. UU. Congresistas denuncian el rol del coloso asiático por la apabullante demanda de esa droga en calles estadounidenses. El congresista por Maryland, David Trone, asegura que, para las autoridades de EE. UU, China es aún la primera fuente de precursores químicos en la producción de opioides sintéticos que los cárteles mexicanos introducen a EE. UU.
Esta sustancia, que hoy está en el centro de la más letal epidemia de drogas en la historia de adicciones de la potencia capitalista, fue sintetizada hace 60 años por el farmacólogo belga Paul Jenssen. Después de su uso veterinario, en 1972, su aplicación se probó en pacientes humanos que padecían dolores muy intensos.
Años después, durante las guerras intervencionistas de EE. UU. en Irak y Afganistán, un número considerable de soldados estadounidenses murió a causa de su uso lúdico. Su peligrosidad radica en que resulta 50 veces más potente que la heroína y 100 veces más que la morfina; causa euforia, es sedante, reduce la presión arterial, provoca mareo y depresión respiratoria.
Existe riesgo de sobredosis por el consumo de dos miligramos de fentanilo; y para ganar más, los distribuidores lo venden sin rebajar o lo combinan con heroína y cocaína; esto incrementa el riesgo letal. Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de EE. UU. han alertado contra el alza de muertes por sobredosis de fentanilo. La mayoría son adultos entre 26 y 39 años, seguidos de jóvenes de entre 18 y 25 años, entre quienes se da la mayor tasa de hospitalización y muerte.
El presidente del Caucus sobre Control Internacional de Narcóticos, el demócrata Sheldon Whitehouse, estima que si las ganancias generadas por el mercado de drogas ilícitas de EE. UU. fueran consideradas como un Producto Interno Bruto (PIB) nacional propio, ocuparía el número 22 en el mundo; y sería mayor al de Suecia y Bélgica.
Si se comparan las marcas comerciales más valiosas con el mercado de drogas ilícitas, éste resulta tan competitivo en valor como Microsoft y Amazon; y supera en ingresos a Facebook, Disney, McDonald’s y Google. “Literalmente, estos cárteles van en serio”, reveló el republicano Chuck Grassley a la revista Forbes.
Máxima presión a México
La capacidad de las autoridades mexicanas para decomisar fentanilo es poco relevante para exhibir su voluntad en cooperar en la lucha binacional antidrogas. Por ello, en EE. UU. este hecho ya polarizó la relación México-EE. UU.
El punto álgido derivó de un artículo del exprocurador Willia Barr publicado en The Wall Street Journal, en el que arguye que el titular del Poder Ejecutivo federal mexicano colabora con el narcotráfico. La temeraria afirmación pretende presionar al vecino y socio comercial para que adopte estrategias de fuerza contra los narcotraficantes locales.
Esta posición de fuerza resulta de las contradicciones entre republicanos ante la crisis. Por un lado, el gobernador de La Florida, Ron de Santis, cercano a Barr, esgrime la militarización como opción; y por el otro, el expresidente Donald Trump –representado por el senador Ted Cruz– insta a la coacción y a “terciarizar” el combate al fentanilo con aranceles.
Y Joseph Biden, por su lado, busca colocar a México en medio de su ofensiva político-comercial contra China. En función de ello envió a su asesora de Seguridad Nacional, Elizabeth Sherwood-Randall, para pactar, con el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), a favor del fortalecimiento del combate al fentanilo “y los precursores que provienen de China”.
Los republicanos reeditan su añejo plan: declarar a los cárteles mexicanos “organizaciones terroristas” para justificar la intervención armada. Por ello, el belicoso senador por Carolina del Norte, Lindsay Graham, instó a que su ejército opere en México contra el narcotráfico. Ted Cruz respondió que México debe actuar en ese sentido.
En el ámbito político mexicano, el debate se muestra paupérrimo. Todos repiten la declaración del exsecretario de Comunicación del Partido Acción Nacional (PAN), Raúl Tortolero quien, en agosto de 2022, declaró: “hay bases para pensar que el Partido Comunista Chino deja operar a las mafias que venden fentanilo, ya sea directo a EU como por los cárteles mexicanos”.
Sin embargo, para José Luis Velasco, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el combate al fentanilo abre una oportunidad inmejorable para que ambos gobiernos replanteen su estrategia antidrogas y se recupere la base social coptada por el crimen organizado. Cientos de campesinos y productores han quedado prácticamente desamparados.
En 2021, México cerró la unidad antidrogas de la DEA en territorio nacional. La Presidencia explicó que ese grupo, que colaboraba con sus homólogos mexicanos, fue disuelto porque “estaba infiltrado por la delincuencia”. Son unidades de inteligencia (SIU) establecidas en 1990, que operan en unos 15 países donde se vinculan con fuerzas policiales y poseen entrenamiento de élite; y su participación es “invaluable”, explican Adam Isacson y Abigail Poe.
Esa DEA, que no ha detenido a un solo capo ni a ninguna organización traficante de drogas en EE. UU., afirmó en enero que este año derrotará al fentanilo. Su titular, Anne Milgram, aseguró que vencerá a los cárteles de Sinaloa y Jalisco, tras informar que en 2022 se incautaron 379 millones de dosis de esta sustancia en su país, “suficientes para matar a todos los estadounidenses”.
Sin embargo, aunque la potencia desplegó fuerzas armadas en México, Colombia, Perú y Bolivia y les transfirió equipos bélicos para combatir e interceptar el narcotráfico, todo ha resultado inútil ante la colosal demanda de drogas que aún existe en EE. UU., apunta Alejandro Perdomo.