El paisaje geopolítico que está cambiando rápidamente ofrece nuevas oportunidades para ampliar la cooperación mutuamente ventajosa entre Rusia y los países de América Latina, mismos que están jugando un papel cada vez más visible en el mundo multipolar.
Serguéi V. Lavrov
En vísperas de mi visita a América Latina, me gustaría compartir con los estimados lectores unos pensamientos acerca de las perspectivas de las relaciones de Rusia con esa región en el actual contexto geopolítico.
La situación en el mundo permanece extremamente tensa y en muchos aspectos se sigue degradando. La razón principal de ello consiste en la insistencia del llamado Occidente histórico –encabezado por EE. UU.– de mantener su dominio global, impedir el desarrollo y consolidación de nuevos centros de poder.
En fin, pretenden imponer a la Comunidad Internacional un orden global unipolar y neocolonial esperando, en palabras del presidente de Rusia, Vladimir Putin, “Cobrarle un verdadero tributo a la Humanidad, sacar una renta hegemónica”.
Este deseo es lo que puede explicar la vieja política occidental de injerencia en asuntos internos de Estados soberanos, inclusive a través de operaciones ideológicamente motivadas para derrocar gobiernos indeseables, su amplio uso de ilegítimas sanciones unilaterales y las tecnologías sucias de la “Guerra Informática”.
Muchos pueblos del mundo ya sintieron sus consecuencias, entre ellos los de Cuba, Venezuela, Yugoslavia, Iraq, Afganistán, Libia y Siria.
Las élites gobernantes de EE. UU. y los países de la Unión Europea siempre han contemplado a Ucrania como herramienta de contención de la Rusia actual.
Durante años criaron al régimen neonazi que llegó al poder en Kiev a raíz del golpe de Estado anticonstitucional en febrero de 2014, lo arrastraban hacia la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), suministrándole armas ofensivas.
Básicamente, lo empujaban hacia una solución violenta del “problema de Donbás”, purgas étnicas de su población que se negó a reconocer los resultados del golpe.
Nada más bastaría recordar las confesiones cínicas de los antiguos líderes de Ucrania, Alemania y Francia de que el paquete de medidas de Minsk, firmado por ellos y aprobado por la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en febrero de 2015, lo necesitaban solo para ganar tiempo y permitir a Kiev aumentar su potencial militar.
Resulta que desde entonces Berlín y París engañaban no solo a Moscú, sino a toda la Comunidad Internacional.
Al mismo tiempo, Alemania y Francia, como otros países occidentales, alentaron abiertamente el categórico rechazo de Kiev de entablar negociaciones directas con Donetsk y Lugansk, aunque esta condición era el fundamento de los Acuerdos de Minsk.
“Se trataba de una cuestión de poder de negociación y de decencia básica que debían tener los líderes europeos”.
Sin embargo, a pesar de la política francamente agresiva de EE. UU. y sus aliados para expandir la OTAN (en violación a lo que nos habían prometido a principios de los años 90s), hacíamos todo lo posible para bajar la tensión en Europa.
Para estos fines, el presidente Putin presentó en diciembre de 2021 la iniciativa de otorgar a Rusia –como a Ucrania– garantías vinculantes de su seguridad en el lado oeste. Pero nuestras propuestas fueron arrogantemente rechazadas, mientras Kiev se preparaba para la solución militar del problema del Donbás.
Eso no nos dejó otra opción que reconocer la independencia de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, firmar Tratados de Amistad y Asistencia Mutua con ambas y, en respuesta a su petición formal, iniciar la operación militar especial de acuerdo al Artículo 51 de la Carta de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Los objetivos de la operación son: proteger a la población rusa y ruso-parlante contra el exterminio en la tierra que sus antepasados habitaron por siglos, así como neutralizar las amenazas militares a la seguridad de Rusia en nuestra frontera occidental.
Queda claro que los acontecimientos en Ucrania y alrededor de ella son parte de la lucha por el futuro orden mundial.
Hoy se está definiendo si el mismo será verdaderamente justo, democrático y policéntrico, como lo exige la Carta de la ONU, que proclama la igualdad soberana de todos los Estados, o si EE. UU. y su coalición tendrán posibilidad de efectuar su agenda en detrimento de los demás, extrayendo sus recursos.
Precisamente de eso trata el concepto del “orden basado en las reglas”. Las capitales occidentales pretenden utilizar estas “reglas” (¿inventadas por quién?) para sustituir el derecho internacional, los objetivos y principios de la Carta de la ONU.
Esta sencilla verdad ya fue entendida por muchos países que llevan a cabo una agenda independiente basada, en primer lugar, en sus intereses nacionales.
No es casual el auge mundial de esfuerzos para desasirse del dólar en el comercio exterior y crear una infraestructura de lazos logísticos, interbancarios, financieros, económicos y de transporte no controlable por Occidente.
Es lógico que alrededor de tres cuartos de los Estados del planeta, entre ellos nuestros socios latinoamericanos, no se hayan sumado a las sanciones anti-rusas.
Les estamos muy agradecidos por esto.
El paisaje geopolítico que está cambiando rápidamente ofrece nuevas oportunidades para ampliar la cooperación mutuamente ventajosa entre Rusia y los países de América Latina, mismos que están jugando un papel cada vez más visible en el mundo multipolar.
Para nosotros, América Latina y el Caribe tienen su propio valor en el marco de nuestra política exterior. No queremos que su región se convierta en un campo de batalla entre las potencias.
Nuestra cooperación con los latinoamericanos se basa en un enfoque desideologizado y pragmático y no se dirige contra nadie.
A diferencia de las antiguas metrópolis coloniales, no dividimos a los socios en nuestros y ajenos, no los ponemos ante una disyuntiva artificial: con nosotros o contra nosotros. Estamos por la unidad y la diversidad de los países latinoamericanos y caribeños. En la diversidad son fuertes, políticamente cohesionados y económicamente sostenibles.
Siempre hemos abogado por el fortalecimiento de la cooperación ruso-latinoamericana sobre la base del apoyo mutuo, la solidaridad y la consideración de los intereses de cada uno.
En este espíritu, en el de la asociación estratégica, se desarrollan nuestras relaciones con muchos países de la región, entre ellos Brasil, Venezuela, Cuba y Nicaragua, a los que nuestra delegación realizará visitas en la segunda quincena de abril.
Estamos dispuestos a seguir desarrollando contactos multifacéticos a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno, parlamentos, servicios diplomáticos y otros ministerios y organismos. También estamos abiertos a ampliar la cooperación sobre una base multilateral, ante todo en el marco del diálogo de Rusia con la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
Creo que hoy tenemos algo que presentar tanto al público ruso, como al latinoamericano.
En los últimos años, el marco jurídico de los tratados se ha ampliado notablemente. Se trata, en particular, de la creación de una zona de exención mutua de visados. Ahora abarca 27 Estados de América Latina y el Caribe. Toda Sudamérica y prácticamente toda Centroamérica están exentas de visado para nuestros ciudadanos.
A pesar de las sanciones impuestas a Rusia y de la presión política, por no decir chantaje, de EE. UU. y la UE, nuestras exportaciones totales a los Estados de América Latina y el Caribe crecieron un 3.8 por ciento el año pasado.
Aumentaron los envíos de fertilizantes y productos petrolíferos.
En 2022, Rusia aumentó sus exportaciones de trigo a América Latina y el Caribe en un 48.8 por ciento, casi una vez y media.
Me gustaría señalar que suministramos 23 millones de toneladas de cereales y 20 millones de toneladas de fertilizantes a los mercados mundiales sin ninguna ayuda de la ONU.
Y esto no incluye esas decenas de miles de toneladas de fertilizantes que Occidente bloquea en sus puertos, haciendo caso omiso del “paquete del Mar Negro” iniciado por el Secretario General de la ONU en Estambul.
Incluso nos ofrecimos a distribuir gratuitamente esas cantidades entre los países más pobres. También se nos impide hacerlo.
Tanto Rusia como América Latina tienen sus ventajas competitivas en el contexto de los procesos objetivos de formación de un orden mundial multipolar.
Es importante aprovechar la complementariedad de nuestras economías para construir verdaderas alianzas de proyectos, productivas y tecnológicas, y acelerar la transición hacia liquidaciones en monedas nacionales y alternativas al dólar y al euro.
Dentro de los límites de nuestras capacidades, ayudaremos a la región a afrontar los retos del desarrollo internacional. Con el fin de reforzar la seguridad civil, formamos al personal profesional de las fuerzas del orden nacionales.
Seguimos ayudando a los países necesitados a superar las consecuencias de las catástrofes naturales.
Quisiera destacar el aumento constante del número de estudiantes latinoamericanos que cursan estudios en nuestro país con cargo a becas estatales rusas. Dado el interés mutuo en fortalecer los vínculos educativos, estamos decididos a trabajar activamente en acuerdos de reconocimiento mutuo de diplomas.
Rusia seguirá manteniendo una política exterior independiente, pacífica y multi-vectorial. Seguiremos contribuyendo al fortalecimiento de la seguridad y la estabilidad mundiales, así como a la resolución de conflictos.
Junto con aliados de ideas afines, seguiremos buscando la aplicación práctica de los principios de la Carta de las Naciones Unidas, incluida la igualdad soberana de los Estados y la no injerencia en sus asuntos internos.
Abogamos por la ampliación del número de miembros del grupo de amigos en defensa de la carta de la ONU y el fortalecimiento de otras asociaciones multilaterales, incluidos los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), que trabajan para democratizar las relaciones internacionales.
Estamos siempre abiertos a seguir estrechando lazos con aquellos socios extranjeros que estén dispuestos a trabajar con nosotros bajo los principios de igualdad, honestidad, respeto mutuo y consideración de intereses.
Me alegra que entre ellos estén nuestros amigos latinoamericanos.
- Serguéi V. Lavrov es Ministro de Asuntos Exteriores de la Federación de Rusia.