Uno lee, cada vez más frecuentemente, en los medios, en cifras oficiales y en informes de organismos especializados, titulares alarmantes y tristes como estos: “La Sierra Tarahumara, epicentro del suicidio en México” … “¿Se están suicidando los rarárumi?… “El suicidio en México: un problema de salud pública silencioso y alarmante” … “en México, el suicidio en personas de 15 a 29 años constituye la cuarta causa de muerte” … “En el mundo, el suicidio es un problema de salud mental que afecta más a los jóvenes y adolescentes. Cada 40 segundos se suicida una persona”, y de inmediato piensa que algo muy grave está ocurriendo en la sociedad capitalista moderna, que ha alcanzado logros materiales y productivos impensables en otras épocas y modos de producción, pero que es, en esencia, incapaz de provocar en miles de millones de personas un aceptable estado de bienestar económico y espiritual; un sentimiento generalizado de entusiasmo, fraternidad, amor a la vida y esperanza en el futuro, y es especialmente doloroso que la frustración mayor y la desesperanza, que a veces lleva a la muerte autoinfligida, se concentre en los jóvenes.
Hace más de diez años, un dirigente social advertía de una epidemia de suicidios en la Sierra Tarahumara: “Las mujeres indígenas, cuando no tienen durante cuatro o cinco días que darle de comer a sus hijos, se ponen tristes y es tanta su tristeza que hasta el 10 de diciembre cincuenta mujeres y hombres fueron al barranco a estar un rato pensando en la tristeza que no tienen que comer sus hijos y se arrojaron al barranco, otros se ahorcan. Esa es la realidad que los funcionarios de gobierno que están aquí en Chihuahua […], no se dan cuenta del espectáculo dantesco que hay en la Sierra” (Entrevista a Ramón Gardea, ABC NOTICIAS, Canal 28).
Diez años después, un estudio publicado en la revista Nexos confirmó que Gardea tenía razón en llamarle epidemia de suicidios a lo que estaba ocurriendo: “La tasa acumulada (de suicidios) para estos años fue de 21.65, cuatro veces la nacional”, publicó la mencionada revista citando datos oficiales. El elevado número de suicidios en esa región tiene que ver con la pobreza y el abandono en todos sentidos que padecen los rarámuris, que se han agravado con la presencia de grupos delictivos que controla no sólo la producción y trasiego de drogas sino la producción de madera y otras actividades económicas. “La pobreza que se vive en la Sierra Tarahumara es atroz. Realmente sólo las personas que han vivido en ella o quienes han trabajado de cerca pueden palparla y dimensionarla en toda su magnitud y profundidad. Se trata de una región del país donde la tasa de mortalidad infantil, por ejemplo, es una de las más elevadas del planeta, y donde en general, las personas padecen las más duras condiciones de supervivencia” (Excélsior, 26 de junio de 2022).
Ante esa realidad tan atroz, se entiende la inutilidad casi absoluta de los consejos y llamados esporádicos que algunas personas e instituciones altruistas hacen a los habitantes de esa región a “ver la vida con alegría y esperanza”, mientras estos ven languidecer o morir de hambre a sus hijos y a ellos mismos, o contemplar cómo los arrastra el vendaval de la delincuencia. Evidentemente, este no es problema que se cure con consejos psiquiátricos en redes sociales, con charlas para elevar la autoestima o con manuales para evitar la depresión, aunque no niego que algo pueden ayudar los profesionales serios de la psiquiatría a evitar que las víctimas caigan en un pozo sin retorno. Aquí estamos frente a un grave problema de marginación, injusticia, miseria y violencia contra miles de mexicanos, que provoca severos problemas de salud mental y un desaliento que a mucha gente la lleva a preferir morir antes que vivir así. No hay, ni en este ni en casos similares, un plan gubernamental ni recursos para resolver de fondo el conflicto.
Pero lo que hace una década aparecía como un fenómeno localizado en una zona del país (y que aún no se resuelve) se ha convertido en algo cada vez más extendido en todas las regiones de México, incluida la capital del país, y que afecta a grupos sociales diversos, al grado que ya es considerado como un creciente problema de salud pública: “De acuerdo a datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), `En el año 2020 se registraron siete mil 896 suicidios en México, 700 más con respecto a 2019 y mil más que en 2018´, señaló en dicho informe Laura Barrientos Nicolás, médico psiquiatra y académica de la Facultad de Medicina”.
A nivel internacional el panorama no es halagüeño: “Cada año, cerca de 703 mil personas se quitan la vida y muchas más intentan hacerlo. Todos los casos son una tragedia que afecta a familias, comunidades y países y tienen efectos duraderos para los allegados de la víctima. Puede ocurrir a cualquier edad, y en 2019 fue la cuarta causa de defunción en el grupo etario de 15 a 29 años en todo el mundo. Los suicidios no solo ocurren en los países de altos ingresos, sino que es un fenómeno que afecta a todas las regiones del mundo. De hecho, más del 77% de los suicidios ocurridos en 2019 tuvieron lugar en países de ingresos bajos y medianos”, señala la Organización Mundial de la Salud.
Dentro de las muchas áreas que estudió a profundidad para entender las leyes que explican dialécticamente a la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, Carlos Marx abordó, en 1846, el estudio del suicidio, a partir de datos y reflexiones de Jacques Peuchet, un meticuloso archivista de la Policía de París, del que se obtuvo un texto conocido como “Acerca del Suicidio”. En él encontramos una crítica a quienes pretenden resolver los suicidios apelando simplemente a la sanción moral contra el suicida o al exhorto a que reconozca lo bello y venturoso que indudablemente tiene la vida, aunque se trate de una víctima del modelo económico y social: “¿Qué clase de sociedad es ésta, en la que se encuentra en el seno de varios millones de almas la más profunda soledad; en la que uno puede tener el deseo inexorable de matarse sin que ninguno de nosotros pueda presentirlo?”. Y respecto a cómo curar esa soledad y deseo de matarse, se concluye: “Fuera de una reforma total del orden social actual, todos los intentos de cambio serían inútiles”.
Atendiendo a esa reflexión, lanzada hace más de un siglo por ese gigante del pensamiento y la acción revolucionaria que fue Carlos Marx, y teniendo en cuenta la dolorosa tendencia creciente de suicidios en el mundo que nos tocó vivir, debemos acelerar el paso en la lucha por un mundo donde la riqueza no se acumule monstruosamente en pocas manos, dejando al resto de la humanidad desamparada y triste; una lucha de multitudes organizadas que pongan freno al capitalismo salvaje que, evidentemente, es un obstáculo cada vez más mayor a la paz, el desarrollo y el bienestar, incluida como una consecuencia indispensable la salud mental que todos queremos para nosotros, para nuestros jóvenes y para nuestros niños.