“Porque es necesario que sepáis todos que los hombres no trabajamos para nosotros sino para los que vienen detrás, y que éste es el sentido moral de todas las revoluciones, y en último caso, el verdadero sentido de la vida”, dijo el poeta español Federico García Lorca en un discurso pronunciado en septiembre de 1931, con motivo de inaugurarse una biblioteca en su pueblo, Fuente Vaqueros. Ahí también, en esa fecha, cinco años antes de que lo asesinaran los fascistas, dijo a sus paisanos, algunos tal vez escépticos sobre la utilidad de lo que logramos en el presente para beneficiar a los nacidos después de nosotros, en ese caso lo que se logra con los libros: “Y si esta generación que hoy me oye no aprovecha por falta de preparación todo lo que puedan dar los libros, ya lo aprovecharán vuestros hijos […] Y sabed, desde luego, que los avances sociales y las revoluciones se hacen con libros y que los hombres que las dirigen mueren muchas veces como el gran Lenin de tanto estudiar, de tanto querer abarcar con su inteligencia. Que no valen armas ni sangre si las ideas no están bien orientadas y bien digeridas en las cabezas”.
Tenía razón el poeta granadino, lo que hoy hagamos bien, impactará favorablemente en generaciones que vienen atrás de la nuestra; y viceversa, lo que hagamos mal o dejemos de hacer hoy, va a dañar a quienes pertenecen a generaciones posteriores a la nuestra. Y también es verdad que dentro de lo que es indispensable hacer para concebir y guiar un cambio social es leer mucho para aprender de la historia y de revolucionarios anteriores a nosotros para saber hacia dónde dirigir a nuestro país hacia su propia ruta de transformación.
Ante esto, que no deja dudas respecto a que no puede construirse un mejor país sin atender a las infancias, cabe preguntarse cómo se cuida en México a quienes vienen atrás de nosotros, particularmente a los más pequeños. Nos ayuda a encontrar una respuesta la investigación preparada por el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP) respecto a la situación que guarda en México la atención al Desarrollo Infantil Temprano (DIT) que es como se llama al “proceso en el que las niñas y los niños aprenden a moverse, pensar, hablar, sentir y relacionarse con los demás. Constituye una etapa crucial en términos de vulnerabilidad, bienestar, determinantes de la salud y oportunidades a largo plazo para la primera infancia” y que puede evaluarse con un indicador mundial que mide niveles de alfabetización y aprendizaje, así como el estado físico, social y emocional de los niños.
Un escandaloso dato negativo que salta a la vista es la escasez de presupuesto destinado por el actual gobierno a esa capa de la población. Leemos en la investigación del CIEP: “En 2023, el Gobierno Federal prevé destinar 10 mil 315 millones de pesos (mdp) para el Desarrollo Infantil Temprano”. La insignificancia de ese presupuesto salta a la vista, pero puede dimensionarse aún más si colocamos a su lado los 340 mil millones de pesos que se destinarán al programa destinado a entregar tarjetas con dinero a los adultos mayores, que sin duda también necesitan ayuda pero que, a diferencia de los niños, sí pueden votar en las elecciones y se han constituido en uno de los principales soportes electorales de Morena.
El CIEP sostiene que “Incorporar a los 8.2 millones de niñas y niños que no asisten a programas de educación inicial y preescolar requeriría, al menos, duplicar la inversión actual en DIT. En 2018, el 19.9% de las infancias de 3 a 5 años tenían rezago en su desarrollo temprano impulsado por el atraso en habilidades de alfabetización. Incrementar la inversión en educación temprana y preescolar es fundamental para garantizar un desarrollo adecuado en la niñez y sentar las bases para un futuro próspero”.
Los rezagos que sufren los niños impactarán de manera drástica en su vida adulta, por ejemplo, en su capacidad lectora y en general en su desarrollo intelectual. Según la investigación aquí citada “En 2018, las infancias de México presentaron mayor rezago en el ámbito de alfabetización, solo 24.3% mostraron tener las habilidades básicas de lectura y escritura en edad temprana”.
Y como ocurre en todos los aspectos de la vida social capitalista, el rezago es más grave en las clases explotadas y marginadas. “Los niveles de desarrollo infantil fueron superiores en el estrato de ingresos más alto” reporta el CIEP, y “en cuanto a las habilidades de alfabetización, solo el 17% de las infancias del estrato más bajo mostró habilidades lecto escritoras, en comparación con el 32% de las infancias del estrato alto. Respecto al desarrollo socioemocional, las infancias del estrato medio alto fueron los que mostraron mayor avance”. Qué otra cosa podría esperarse que ocurriera en las familias formadas por aquellos mexicanos que apenas ganan para comer, cuyos niños viven en barriadas miserables, hacinados en pequeñas casas, en colonias sin servicios, sin guarderías, sin escuelas suficientes y de buena calidad, expuestos a la violencia dentro y fuera del hogar, acosados sexualmente y atraídos tempranamente por vendedores de droga y reclutadores de grupos delincuenciales. Los saldos sangrientos son ahora una dolorosa realidad entre niños y jóvenes: en los primeros 11 meses de 2022 hubo mil 116 asesinatos de niñas, niños y adolescentes en México, más de tres diarios.
He aquí otra razón adicional, enraizada en el sentimiento de preocupación y compromiso que nos debe provocar el destino de los más pequeños de nuestros semejantes, para luchar por transformar verdaderamente a México en un país donde lo que se produce sea cada vez más, y donde gobierne un grupo de mexicanos que verdaderamente logre que esa riqueza aumentada sirva para que desterremos la pesadilla que padecen millones de nuestros niños y jóvenes. Al hacerlo, habremos encontrado el verdadero sentido de las revoluciones y de la vida.