Ahora que el mundo enfrenta nuevas amenazas graves y mortales; que se agregan nuevos conflictos derivados de la inconformidad de muchos pueblos contra el saqueo y el sometimiento que han padecido durante siglos, como ocurre en África; que vemos grandes migraciones de millones de personas que intentan escapar de la pobreza; que vuelve a crecer el peligro de un estallido nuclear o de un exterminio masivo por el deterioro ambiental; ahora que ocurre todo eso y otras cosas que el espacio disponible me impide detallar, es tiempo de que el capitalismo y sus ideólogos rindan cuentas sobre su responsabilidad en poner en estado de coma al mundo que han dominado y al que etiquetaron engañosamente como “mundo libre”.
Pronto se cumplirán 32 años de la disolución de la Unión Soviética. Desde entonces, ese hecho se ha explotado mediáticamente para anunciar a los cuatro vientos una nueva era de felicidad planetaria sin la “amenaza comunista”; los ideólogos del capitalismo se dieron vuelo pregonando el carácter insuperable del capitalismo y se volvió célebre aquel grito festivo que proclamó “el fin de la historia”, lanzado en un artículo (escrito en 1989) y en el libro El fin de la historia y el último hombre (publicado en 1992), escritos por el politólogo norteamericano Francis Fukuyama, donde se sostiene que la sociedad capitalista actual es el último eslabón de cambios progresivos que se puede plantear la humanidad, por lo que el capitalismo debería ser perfeccionado pero nunca sustituido por otra sociedad más justa: “Lo que podríamos estar presenciando no sólo es el fin de la guerra fría, o la culminación de un período específico de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano”, escribió Fukuyama.
El capitalismo ha continuado su desarrollo científico y tecnológico, ha logrado aumentar a niveles nunca vistos la riqueza generada por los trabajadores, pero eso no ha generado la felicidad prometida sino una gran masa de miles de millones de seres humanos que ganan poco y viven muy mal, así como una lucha entre grandes compañías capitalistas trasnacionales disputándose a dentelladas (con misiles) los recursos y los mercados del mundo para favorecer a unos pocos multimillonarios, lo que ha generado más guerras y con ello un poderoso trust norteamericano que fabrica costosas armas para los contendientes de esas guerras desatadas por dominar al mundo y se nutre de ese negocio y de los recursos públicos que aportan los contribuyentes. En el capitalismo, las guerras son un imperativo para vender mercancías y armas. Los negocios mundiales son fabulosamente jugosos; por eso, la paz en el mundo se ha convertido en una utopía inalcanzable mientras no exista quien le haga contrapeso al imperialismo norteamericano.
No había terminado de secarse la tinta del artículo de Fukuyama, que proclamaba la democracia, la paz y la libertad occidentales que reinarían en el mundo a partir de la caída de la URSS, cuando ya Estados Unidos estaba derramando sangre en Iraq, en la invasión denominada “Tormenta del desierto”, guerra que fue seguida de intervenciones militares en Somalia, Bosnia, Sudán, Afganistán, Yugoslavia, Filipinas, nueva invasión a Irak (en la cual asesinaron al presidente de ese país), Somalia, Libia (también fue asesinado el presidente del país), Siria, etcétera, etcétera. Y junto con eso, una frenética expansión de las bases militares norteamericanas, que suman más de 800, lo que incluyó colocación de ojivas nucleares por todo el mundo, incluyendo los territorios de los países que antes formaron parte de la URSS y con el tiempo llevó al actual conflicto en Ucrania, pues Rusia decidió intervenir antes de que en Ucrania se colocaran proyectiles que en unos cuantos minutos podrían impactar en su territorio.
Y aquí estamos, más de tres décadas después, presenciando cómo intenta expandirse la OTAN y prepara nuevas guerras, ahora contra China, para evitar perder el dominio del mundo que se le escurre entre los dedos ante el crecimiento de otros países, como Rusia y China: “La cumbre de Camp David celebrada el pasado viernes entre el presidente de EE.UU., Joe Biden, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, y el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol, marcó un hito ominoso en la acelerada carrera de EE.UU. hacia la guerra con China. Bajo el pretexto de mantener “la paz y la estabilidad” en Asia y “disuadir a China”, el imperialismo estadounidense y sus dos principales aliados militares en el noreste asiático acordaron colaborar en materia militar y económica, que solo puede significar que se preparan para la guerra” (Peter Symonds, wsws.org, 24 de agosto de 2023). Y junto con eso, millones de personas en Estados Unidos y en otros países, sin empleo, sin vivienda y sumidas en la desesperación que lleva a las drogas y a la delincuencia. Es obvio que la historia continuó, en vez de detenerse como afirmó Fukuyama, y que su veredicto es que se requiere un modelo de sociedad donde desaparezcan la pobreza, la explotación y las guerras.
Es alentador que el modelo imperialista construido en torno a Estados Unidos como cabeza, empiece a presentar graves fisuras como las que se notan con el crecimiento del grupo denominado los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) al que recientemente se adhirieron Arabia Saudita, Irán, Egipto, Argentina y Emiratos Árabes Unidos, que juntos producen casi el 37% del PIB mundial y el 42% de la producción de petróleo. Ese nuevo polo debilita a Estados Unidos y sus aliados y significará mejores condiciones para que otros países puedan intentar otros modelos de sociedad.
También se cumplen varias décadas de intentos, sinceros o taimados, da lo mismo, de quienes llamándose de izquierda han llegado a los gobiernos e intentado acabar con la pobreza y la desigualdad, pero con medidas que se reducen, en el mejor de los casos, a programas de transferencia de dinero, sin que se afecte para nada la distribución de la riqueza que se deriva de la propiedad en pocas manos de los grandes medios de producción, la verdadera fuente de poder.
Una transformación de ese tamaño y profundidad no es fácil, pero es el reto de la humanidad. O se deja avasallar por el capital depredador y muere de hambre, guerra nuclear o cambio climático, o desafía a quienes controlan al mundo y lucha por que la riqueza se distribuya mejor. ¿Quién puede desafiar al capital que sólo mira por sus ganancias? Sólo los que lo sufren, el pueblo trabajador, hambriento, enfermo, sin servicios. Sólo el pueblo organizado y despierto puede hacerlo e impulsar la historia hacia un modo superior de vida.