También, en la preocupante crisis ambiental que padece el planeta encontramos que la responsabilidad mayor es de esa minoría que se enriquece con la explotación rapaz del trabajo humano y de la naturaleza, que son, como dijo William Petty, padre y madre, respectivamente, de la riqueza. No todos somos igualmente responsables de que el aire, el agua y la tierra de nuestro planeta estén contaminados, de que se haya alterado el clima y que, como resultado de las alteraciones, detonen desastres y muertes a gran escala que incluso amenacen la existencia de la Tierra.
La propaganda dominante, financiada por las grandes empresas contaminantes, pretende hacer responsable a “la humanidad”, así, en general, del deterioro ambiental que amenaza con acabar con la vida en el planeta; busca colocar en la mente de todos los seres humanos una especie de responsabilidad igualitaria, un empate moral en el que todos somos igualmente culpables de ensuciar la Tierra, esa sí hogar común y único de todos los seres vivos, a tal grado que ya se convulsiona casi hasta la muerte.
Pero la mano que mece la cuna de esa campaña para lavarle la cara a los verdaderos culpables la podemos encontrar entre los capitalistas más adinerados. Ellos son los grandes responsables y beneficiarios de la contaminación del mundo que habitamos. “El 1 % más rico del planeta (cerca de 63 millones de personas) es responsable de más del doble de las emisiones de carbono que las que producen los 3, 100 millones de personas que conforman la mitad más pobre de la humanidad”, denuncia la OXFAM en un reciente y elocuente informe.
Pero no sólo ensucian el aire, los grandes capitalistas también empuercan el agua, donde se originó la vida: “La industria es uno de los mayores contaminantes de los recursos hídricos, anualmente vierte entre 300 y 500 millones de toneladas de metales pesados, disolventes, lodos tóxicos y otros residuos. Estos contaminantes convierten el agua en no potable al tiempo que contaminan y matan los peces, que suponen una importante fuente de proteínas para gran parte de la población, en especial los más pobres. También existe el peligro de que el agua contaminada se transfiera a la cadena trófica mediante su uso en agricultura o por captación directa de las plantas o la vida animal”… “En los países en vías de desarrollo, el 70% de los residuos industriales se vierten a las aguas sin tratamiento alguno” (ONU, reporte de 2011).
¿Renunciarán las grandes empresas a engañar a los consumidores y ganar la competencia a otras, mediante empaques plásticos, más baratos, atractivos y “prácticos”, que se usan y se tiran en un instante creando montañas de basura? La respuesta negativa es casi obvia; no renunciarán, aunque eso ensucie las aguas, genere basureros e intoxique animales, plantas y personas. “El excesivo embalaje de un solo uso es innecesario, problemático y es uno de los usos de plástico más ofensivos y dañinos. A pesar de las peticiones de un enfoque de «economía circular» para el embalaje, miles de marcas y corporaciones insisten en envolver sus alimentos, productos para el hogar y para el cuidado personal en este material contaminante y tóxico. Mientras la creciente producción global de plástico supera los 330 millones de toneladas métricas por año, millones de toneladas de contaminación plástica entran y obstruyen nuestros ríos, océanos y vertederos cada año, contaminando la naturaleza y saturando los sistemas locales de gestión de residuos. Se calcula que, en total, se produjeron 8,300 millones de toneladas métricas de plástico desde la década de 1950; mientras que investigaciones recientes muestran que solo el 9% se ha reciclado, el 12% ha sido incinerado y el 80% restante ha terminado principalmente en vertederos, océanos o están perdidos en el medio ambiente”…. “Nuestro análisis revela a los principales contaminadores del mundo. Coca-Cola, PepsiCo, Nestlé, Danone, Mondelez International, Procter & Gamble, Unilever, Perfetti van Melle, Mars Incorporated y Colgate-Palmolive son las 10 principales marcas corporativas encontradas en la contaminación plástica recolectada en los 6 continentes”, publicó Greenpeace.
Los afectados, como siempre, son los más pobres y marginados. Según los datos de OXFAM, “las sequías, las inundaciones, los incendios y las tormentas afectan antes y en mayor medida a las comunidades más pobres y excluidas, provocando temporadas de cultivo impredecibles y malogrando cosechas y, con ello, induciendo un drástico aumento de los precios de los alimentos. Los habitantes de los países de rentas bajas y medias tienen cinco veces más posibilidades de verse obligados a desplazarse debido a desastres provocados por fenómenos meteorológicos extremos y repentinos que quienes viven en países de renta alta”. Como una muestra, dolorosa y cercana a los mexicanos, de que esto es cierto, tenemos el impacto que el huracán Otis provocó en la población más pobre de Acapulco, que por decenas de miles ha empezado a desplazarse a otros lugares en busca de comida, casa, medicinas y trabajo.
Pero México no es la excepción, la afectación a los más pobres debido a fenómenos “naturales” (como se les sigue diciendo aunque la causa de que la naturaleza se altere no es natural sino responsabilidad de quienes se enriquecen alterando a la naturaleza y a los hombres mediante la explotación a toda costa) es mundial, según reporta el Banco Mundial en un informe del 2022: “De todas las muertes causadas por peligros relacionados con fenómenos atmosféricos, el clima y el agua, el 91% se produjo en economías en desarrollo, según la clasificación de los países establecida por las Naciones Unidas, que abarca desde 1970 hasta 2019. La proporción es similar a la que se registra en la clasificación de los países del Banco Mundial, donde el 82 % de las muertes ocurrieron en países de ingreso bajo y mediano bajo. Y agrega “Desde 1980, a nivel mundial, los desastres ocasionados por peligros naturales han causado la muerte de más de 2,5 millones de personas y pérdidas, después de ajustarlas según la inflación, cercanas a USD 6 billones. El total de daños aumentó en cerca de 350%, de USD 52 mil millones anuales en la década de 1980 a USD 207 mil millones anuales en el último decenio y a USD 232 mil millones en los tres primeros años de la década de 2020.
Ayer dio inicio en Dubai una Cumbre Climática mundial (llamada COP28), la enésima, para discutir internacionalmente el deterioro ambiental y “tomar medidas” para contrarrestarlo. Desde ahora podemos predecir que, a pesar de las buenas intenciones de algunos participantes, la crisis climática seguirá aumentando en gravedad y amenazando con extinguir la vida en la Tierra, incluyendo -como dijo Engels- “su floración más alta, el espíritu pensante”, mientras el capitalismo y su apetito insaciable de riqueza dominen al mundo sin que los pueblos organizados le hagan contrapeso y lo derriben sustituyéndolo por una sociedad verdaderamente humana, que proteja como algo insustituible la naturaleza en todas sus admirables e irrepetibles manifestaciones.