Cuenta la historia, que una de las consecuencias de la grave crisis social que afectó al mundo griego durante el siglo VII a.C. fue el surgimiento de los llamados “mercenarios”, hombres que, a cambio de un sueldo o de un botín, prestaban servicios militares en apoyo de algún rey o de un tirano. Hasta entonces, los súbditos luchaban a las órdenes de su rey, como se ve en los poemas homéricos de los siglos VIII y VII.
Pero la sobrepoblación del mundo griego en un entorno geográfico árido y montañoso compuesto mayoritariamente por profundos valles y pequeñas islas, ocasionó una grave crisis económica y social que condujo a importantes cambios en la sociedad, provocando su emigración.
Los que no deseaban emigrar, podían convertirse en “tropa de apoyo”, “soldados especiales”, “mercenarios”, y alistarse a las órdenes de algún tirano, sátrapa o rey que requiriera sus servicios. Arquíloco de Paros, poeta del siglo VII a.C., hijo de noble y esclava, que desesperado por sus malas condiones económicas, participó en la colonización de la isla de Naxos, también fue un mercenario al que se atribuyen estos versos:
De mi lanza depende el pan que como,
de mi lanza el vino de Ismaro.
Apoyado en mi lanza bebo.
Los mercenarios fueron una fuerza temida, pero también odiada y despreciada. Eso provocó no sólo de la separación definitiva del poeta del mundo en el que hasta entonces había vivido, sino también la razón de que le rechazara la mujer amada, Neobule, que su padre Licambe, ciudadano de Paros, le había prometido en matrimonio. Herido en su amor propio, sediento de venganza, igual que contra sus amigos, escribió contra Neobule y Licambe muchas de sus poesías injuriosas por las que Licambe y su hija se ahorcaron desesperados.
Desde luego que en México, las leyes facultan a cada quien la libertad de decidir si se convierte en mercenario y traidor propio y de su patria, sin más principios que sus intereses, como lo hemos visto a lo largo de la historia, especialmente en tiempos electorales, en que los políticos tienen un pie en todos los partidos. Con el falso discurso de querer servir, buscan poder para enriquecerse, sin importar prestarse a las más horrendas prácticas, y los políticos de Movimiento Ciudadano (MC) que dirige Dante Delgado Ranauro, igual que el PT y el Verde Ecologista (PVEM), son apenas un ejemplo.
Pueden justificarse, dar muchas explicaciones y decir lo que quieran para engañar a los menos enterados, pero es más que evidente que patrocinados por el poder de la República, especialmente por el presidente Andrés Manuel López Obrador, especialista en manipulaciones, sabiendo que no tenían ni la más remota posibilidad de ganar la elección de la gubernatura en el Estado de México, para garantizar la elección de la sustractora de recursos de los trabajadores texcocanos, restándole votos a la Alianza por México, decidieron ir con candidatos propios.
Igualmente ahora, con su candidato Fosfo-fosfo, Samuel García Sepúlveda, con tan pésimos resultados el frente del gobierno de Nuevo León, decidió dejar como jefe de despacho, a su Secretario de Gobierno, Javier Navarro Velasco, para hacer “campaña moderna”, sin una sola propuesta medianamente inteligente, hecha a través de las redes sociales de su esposa, la infuencer, Mariana Rodríguez a bordo de un automovil Tesla de 2.5 millones de pesos, más allá de proponer una nueva Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, igual que como lo ha propuesto la 4T, “pues ésta ya está obsoleta, igual que en Nuevo León”, dice.
Pero a López Obrador y sus consortes, sus maniobras no les salieron bien, y el gobernador con licencia, siempre no quiso licencia, como le ordenaron, para impedir la llegada del gobernador interino, Luis Enrique Orozco, respaldado por un importante grupo de neoleoneses y propuesto como establecen las leyes, por la mayoría de los legisladores del Congreso del Estado, que el sátrapa o rey, a través de sus esquiroles quiso echar abajo. Como en la Grecia antigua, en el México actual, los mercenarios son una fuerza temida, pero también odiada y merecidamente despreciada.
Por Jeronimo Gurrola Grave