México es un país donde la gente se duerme y se despierta con miedo. La mayoría de los mexicanos teme sufrir algún daño en su persona y en las de sus seres queridos; ser extorsionado o víctima de cualquier otro método mediante el cual se le quite a la fuerza su dinero y los objetos de valor, pocos o muchos, que forman su patrimonio, se le provoque daño físico y psicológico o eventualmente pierda la vida. El escenario que revela ese dato es gravísimo; sólo recurriendo a un inescrupuloso truco verbal se puede afirmar que los mexicanos vivimos felices.
Recientemente, el INEGI publicó los resultados de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, correspondiente al último trimestre del año 2023 y aplicada en 75 ciudades de nuestro país (o sea, no incluye a todas las ciudades y excluye a todos los municipios rurales, en donde hay casos verdaderamente dramáticos de pavor generalizado entre sus habitantes). Los resultados generales de este estudio de grandes ciudades dicen que casi 6 de cada 10 habitantes mayores de 18 años de esas ciudades perciben inseguridad en la ciudad donde habitan. Las mujeres se sienten más inseguras que los hombres: “64.8% de las mujeres y 52.3% de los hombres consideraron que es inseguro vivir en su ciudad”.
El sentimiento de inseguridad que manifiestan los encuestados es una resultante de la delincuencia desbordada que padecemos en México y de la ineficacia de las políticas públicas para erradicarla o disminuirla significativamente y no un inexplicable sentimiento nacido de la mente de los ciudadanos. El miedo brota de la realidad amenazante.
Para un estadista medianamente responsable, esos datos hubieran bastado para obligarlo a presentar un balance autocrítico de las razones, incluido en primer lugar el insuficiente o defectuoso desempeño gubernamental, por las que millones de mexicanos padecen esa preocupación que, al pasar los años, los desgasta física y espiritualmente, la tensión cotidiana provoca costosas enfermedades físicas y mentales, además de los daños directos sufridos cuando se es víctima de un delito.
Pero en vez de hacer eso, y de contrastar estos malos resultados con el ofrecimiento hecho en la campaña presidencial (atacar las raíces de la inseguridad, mediante el combate eficaz a la pobreza y así reducir a la mitad el índice delictivo y, por tanto, la percepción pública de inseguridad), estos datos fueron presentados como un gran avance digno de celebrarse: “son muy buenos los resultados, ya la gente está sintiendo que las cosas van mejorando”, dijo AMLO hace unos días, cuando aún la opinión pública no termina de estremecerse con los cientos de asesinatos cometidos en los pocos días transcurridos del presente año.
Y si a pesar de los terribles datos generales, la cabeza del gobierno federal no aceptó el estado calamitoso de la seguridad pública y el fracaso de su política para combatir la inseguridad, mucho menos reconoció que varias de las ciudades donde más se siente insegura la gente, son gobernadas por Morena. Así, en Fresnillo, el 96.4% de la población se siente insegura; en Ecatepec, el 88.7%; en Ciudad Obregón, el 85.1%; en Tapachula, el 84.2%; en Chimalhuacán, el 79.95; en Chilpancingo, el 76%; en Iztapalapa, el 62.5%.; en Tuxtla Gutiérrez, el 72.8%; en Acapulco, en septiembre del 2023, el 74.9% dijo sentirse inseguro, en diciembre ya no se pudo levantar la encuesta debido a los efectos del huracán Otis, entre ellos una ola delictiva mayor que la habitual; es fácil deducir que el sentimiento de inseguridad aumentó. En cada una de esas ciudades, Morena ha tenido una oportunidad para demostrar que sabe gobernar, que “para muestra basta un botón” y que fue capaz de llevar prosperidad, salud, educación y, como consecuencia, paz y seguridad a los habitantes de esas grandes ciudades. Pero eso no ocurrió. Es un fracaso múltiple que se intenta encubrir con propaganda y con apoyos sociales mínimos y de coyuntura.
Suponiendo que esos malos resultados se deban a un error, el hecho de que AMLO y su partido no lo reconozcan hace imposible corregirlo y los llevará a hundirse poco a poco en el pantano de la verborrea, de los malabares verbales para ocultar la realidad, de las medias verdades y de las mentiras gordas, dichas sin el menor rubor. Cuando eso ya no alcance para contener la inconformidad, recurrirán a la represión. Lenin, un verdadero revolucionario, el primero en encabezar una revolución triunfante de los trabajadores en toda la historia humana, dijo: “Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y examinar atentamente los medios de corregirlos: esto es lo que caracteriza a un partido serio, en esto es en lo que consiste el cumplimiento de sus deberes, esto es educar e instruir a la clase, primero, y, después, a las masas”. Morena no es un partido serio ni representante de los trabajadores, seguirá echando tierra a sus errores.
Si la respuesta del gobierno y de Morena es no reconocer abiertamente sus errores e insuficiencias en el combate a la inseguridad ni intentar corregirlos; si apuesta por la demagogia y el ocultamiento, no faltará quien piense que, en el fondo, no sienten la inseguridad como un problema sino como una palanca inmovilizadora de la crítica, de la iniciativa y de la movilización contra el gobierno, como un ambiente favorable al gobierno puesto que vuelve vulnerables a los grupos sociales organizados capaces de encabezar una protesta. Ante esta siniestra posibilidad, cómo no acordarse de las vibrantes palabras de Eduardo Galeano: “Habitamos un mundo gobernado por el miedo, el miedo manda, el poder come miedo, ¿qué sería del poder sin el miedo? Sin el miedo que el propio poder genera para perpetuarse”. Algún día sabremos la respuesta precisa.