El Movimiento Antorchista se adhiere incondicionalmente al principio de una sola China y llama a los mexicanos y a los pueblos del mundo a respetarlo. En 1971, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la Resolución 2758 que reconoció los derechos legítimos de la República Popular China (RPCh) sobre su territorio ancestral y declaró a sus gobernantes como los únicos representantes legítimos de China ante la ONU.
En el libro Echeverría a través de su tiempo se detalla que el cinco de octubre de 1971, cuando se votó el reingreso de la RPCh a la ONU, el entonces Presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, destacó este hecho como “un avance trascendental para realizar el principio de universalidad será dar labienvenida durante el actual periodo de sesiones a los representantes de la nación que alberga en su territorio la cuarta parte de la población mundial: la República Popular China y su consecuente ingreso al sitio que le corresponde en el Consejo de Seguridad”.
Esta posición incomodó a la Casa Blanca porque el entonces mandatario de Estados Unidos (EE. UU.), Richard Nixon, había intentado convencer a Echeverría para que México se abstuviera de votar la Resolución 2758, pero Emilio Óscar Rabasa, su Secretario de Relaciones Exteriores, habló con él y lo convenció sobre la importancia de que se votara a favor, a pesar de las presiones de Nixon. Fue así como con 76 votos a favor, 35 en contra y 17 abstenciones años fue aprobada la Resolución AGONU 2758 que, después de 22 años, declaró a la RPCh como la única y legítima representante del país llamado China. México, Canadá, Chile, Cuba, Ecuador, Guyana, Perú y Trinidad y Tobago fueron los únicos países del continente americano que apoyaron esa histórica decisión. El 14 de febrero de 1972, México y China establecieron relaciones diplomáticas plenas mediante una declaración conjunta firmada por Alfonso García Robles y Huang Hua, sus representantes ante la ONU. El gobierno mexicano había roto poco antes sus relaciones con Taiwán (Echeverría a través de su tiempo).
Un breve recorrido sobre la historia del siglo anterior nos permite recordar que desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los japoneses se habían apoderado de la isla de Taiwán. Pero el 25 de julio de 1945, China, EE. UU. y Gran Bretaña firmaron la Declaración de Postdam para exigir la rendición incondicional de Japón; ésta fue confirmada en la Declaración de El Cairo; el 15 de agosto de 1945, Japón se rindió y aceptó los artículos de la Declaración de El Cairo y la Declaración de Postdam; y el 25 de octubre de 1945, China recuperó el territorio de Taiwán. Pero en 1949, después de la victoria de la guerra de liberación popular en China, que lideró Mao Tse Tung, muchos militares y funcionarios del Kuomintang, entre ellos Chiang Kai Shek, se retiraron del territorio continental y se refugiaron en esta isla.
En diciembre de 1954, EE. UU. firmó con éste el Tratado de Defensa Mutua, con el que la isla de Taiwán quedó bajo la “protección” militar de esta potencia, lo que propició que, desde entonces, se profundizara la confrontación por el estrecho de Taiwán. Entre 1949 y 1970, el gobierno espurio taiwanés, amparado por el de Washington y otros países, fue el “representante legítimo” de China en la ONU; fue hasta el 25 de octubre de 1971 cuando la RPCh, gracias a la Resolución 2758, pudo recuperar su posición en la organización mundial. Taiwán y la China continental “son parte de un mismo país” desde tiempos milenarios (¿Por qué y cómo funciona el Partido Comunista de China?, Xie Chuntao).
El triunfo del movimiento revolucionario de China en 1949, con Mao Tse Tung a la cabeza, fue el que cambió la actitud de EE. UU., cuyo gobierno imperialista no tolera la existencia de sistemas sociales que se preocupen realmente por su pueblo, y aprovechó el refugio del Kuomintang en Taiwán para usarlo como un enclave militar contra la China continental. Con la firma del Tratado de Defensa Mutua, Washington “separó” a Taiwán de China, violentó la Declaración de Postdam, la Declaración de El Cairo y, aprovechándose de que entonces le favorecía la correlación de fuerzas internacional, obligó a algunos países progresistas del mundo a reconocer que Taiwán no es China o, más bien, a que ésta es una sola.
¿Por qué abordo este problema generado artificialmente por EE. UU.? Porque en Taiwán acaban de celebrarse elecciones presidenciales y el llamado Partido Progresista Democrático consentirá las irrespetuosas acciones de su predecesora, entre las que destacó la recepción que brindó a la congresista estadounidense Nancy Pelosi, quien aterrizó sin la venia de Beijing en un acto de provocación que violentó los preceptos del derecho internacional.
Si el gobierno de EE. UU. abre otro frente en Taiwán, incitando a sus autoridades espurias a transgredir el principio de una sola China, las reacciones en el mundo surgirán en un ambiente político internacional delicado para la Casa Blanca; ya que, en Ucrania, los rusos le están ganando la batalla a sus intentos supremacistas y a sus corifeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); en el Medio Oriente, Israel está desgastándose en el genocidio contra el pueblo palestino; en Asia, Corea del Norte es sistemáticamente provocada por Corea del Sur; y en su propio territorio, el pueblo estadounidense es una de las principales víctimas de su fallida guerra comercial contra China.
Por ello, la llegada de una delegación de ex-altos funcionarios públicos de EE. UU. a Taiwán para darle el espaldarazo al ganador de las elecciones en la isla, no hizo más que tensar “la cuerda” de paz. Quebrantarla pone al mundo al borde de un conflicto de catastróficas dimensiones que nadie desea, a menos que los perversos intereses supremacistas tengan el propósito de destruir deliberadamente a la humanidad.
La construcción de un mundo multipolar que trabaje en armonía y se desarrolle integralmente, con una visión de futuro compartido, como promueve la iniciativa del presidente de China Xi Jinping, es fundamental para garantizar la paz y el desarrollo integral de todos los países del mundo. Esto es posible, pero los intereses supremacistas de la oligarquía gringa no lo permiten; únicamente los pueblos del mundo son capaces de detener esta nueva embestida contra la paz. Por eso es fundamental cerrar filas en favor de un mundo multipolar y mejor para todos, lo cual implica sentar una posición enérgica y decidida a favor de una sola China.