Por: Adabelle Martínez Díaz
|Es claro que el 2020 será recordado por la cadena de sucesos que tomaron a la humanidad con estupor, mostrando su vulnerabilidad frente a los problemas que se dieron de manera súbita. Haré mención de algunos de ellos: 1º) los incendios devastadores en Australia debido a temperaturas altas y meses de severas sequías donde se perdieron muchísimas especies; 2º) la conflagración entre Estados Unidos e Irán, que si bien fue un tema de muchísimo material para redes sociales, reportajes, periódicos, incluso memes, puso en alerta a los pueblos del mundo sin podernos excluir a nosotros los mexicanos por compartir frontera con el águila calva; 3º) el aumento de protestas en el mundo y 4º) el brote del nuevo virus, sus polémicas teorías y la búsqueda de la cura, pues el coronavirus (Covid-19) es uno de los aprietos más grandes para el mundo entero al que la humanidad le hace frente con todos los recursos a su alcance.
En el caso de México, el 2020 tampoco trajo nada alentador. El recién estrenado gobierno de la 4T que se vendió como la alternativa para el país y la solución de sus males, comenzó a caracterizarse por la política de los “otros datos” mientras se lanzaba de cabeza a la realización de sus promesas de campaña (el nuevo aeropuerto, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, etc.) pese a la opinión y estudios de especialistas que consideraron y consideran inviables y prejudiciales para los mexicanos. La mayoría de Morena en las cámaras del poder legislativo dio paso a nuevas medidas autoritarias como la “Ley Garrote”, la “Ley Bonilla”, la “Ley de Extinción de Dominio” y la formación de la unidad de persecución política comandada por Santiago Nieto. En resumidas cuentas, el 2020 inició con un ambiente autoritario del nuevo Gobierno Federal.
Con el brote del Covid-19, las cosas empeoraron para México y para el mundo. Aunque hay países que resisten en mejores condiciones los embates del virus, no es el caso del nuestro. Las decisiones de los órganos directores del Estado mexicano, antes y durante la pandemia, han sido catastróficas, apenas se había anunciado la cuarentena cuando el Presidente, Andrés Manuel López Obrador, salió a mofarse esgrimiendo estampillas de santos como el mejor remedio para la cuarentena y tal parece que esa misma actitud, de burla e insensibilidad, ha guiado sus pasos durante los meses que llevamos en el encierro.
Desde inicios del año, Banxico, la Coparmex y diversos expertos en economía advirtieron un decrecimiento en producto interno bruto (PIB) y la pandemia convirtió las advertencias en realidad. En marzo, el tipo de cambio rebasó la marca de 25 pesos por dólar generando un fuerte impacto socioeconómico que se tradujo en una baja del 3.5 por ciento del PIB en bienes y servicios, esto significa que la pobreza por ingresos aumentará entre 7.2 y 7.9 por ciento, es decir, que entre 8.9 y 9.8 millones de personas se suman a la población con recursos insuficientes para adquirir una canasta alimentaria, bienes y servicios básicos.
Los pobres mexicanos, la mayoría del país, fueron los primeros en resentir la crisis. Miles de familias sufren todo tipo de complicaciones por la contingencia, algunos tienen que sobrellevar el encierro en viviendas que carecen de servicios básicos y por tanto, de las medidas de prevención; otros se enfrentan a la escasez de alimentos y muchos salen con el corazón en la boca a buscar un peso para sus familias poniendo su vida en juego en busca de trabajo.
El pueblo mexicano está sufriendo y clama por la ayuda del gobierno en turno, que pese a los hechos, continua con su agenda ordinaria. Las pocas despensas y apoyos que se ha repartido son insuficientes para un país con más de 85 millones de pobres, son pocos quienes las han recibido pues no llegan a todos los rincones de México, incluso no llegan ni al mendigo que pide limosna afuera del Metro. En medio de este caos, destaca el apoyo inesperado de otros sectores sociales como el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) o del Chapo Guzmán.
Al nuevo Presidente le quedó grande el Gobierno. La otrora promesa de que “el combate a la corrupción y el fin del neoliberalismo” traerían bienestar a los mexicanos, ha quedado hueca. El pueblo que votó en julio de 2018 por la “Cuarta Transformación” se desilusiona de un Presidente de México que es incapaz de resolver los problemas actuales y se la pasa justificándose en los resultados de administraciones anteriores, incapaz de plantear un proyecto de nación concreto sin trabas ni contradicciones y que se dedica a vociferar como dictador en contra de quien lo critique. La pandemia ha puesto en evidencia lo mal preparada que está la 4T.
El pueblo pierde la fe en la clase política y en estas circunstancias en que el futuro parece incierto, no sabe a dónde voltear la mirada. Los mexicanos y los pobres del mundo, deberíamos analizar las circunstancias actuales y aprender del ejemplo de Rusia, China, Vietnam, Cuba, quienes han enfrentado el Covid-19 con menos daños y también son los únicos que han tendido un brazo fraterno y amigo a diversas naciones para enfrentar y controlar la pandemia. El pueblo de México debe organizarse y darse cuenta que solo en sus manos está la capacidad de mejorar su destino.