Por: Aquiles Córdova Morán
| El 17 de septiembre apareció en los medios un documento firmado por 650 científicos e intelectuales que piden al Presidente de la república detener los ataques a la libertad de expresión. El texto dice de entrada: “La libertad de expresión está bajo asedio en México. Con ello está amenazada la democracia”. El segundo párrafo afirma: “El presidente profiere juicios y propala falsedades (…). Sus palabras son órdenes: tras ellas han llegado la censura, las sanciones administrativas y los amagos judiciales a los medios y publicaciones independientes que han criticado a su gobierno. Y la advertencia de que la opción para los críticos es callarse o dejar el país”. El tercer párrafo del breve documento enumera: “El presidente ha despreciado la lucha de las mujeres y el feminismo, ha despreciado también el dolor de las víctimas de la violencia, ha ignorado los reclamos ambientalistas, ha lesionado presupuestalmente a los organismos autónomos, ha tratado de humillar al poder judicial, ha golpeado a las instituciones culturales, científicas y académicas, y ahora pretende socavar la libertad de expresión”.
Todo esto es rigurosamente cierto y grave para la salud política y democrática del país. Ningún mexicano pensante y preocupado por el destino nacional debería permanecer callado o indiferente ante la alerta que lanza un grupo representativo de la inteligencia del país. Por mi parte (con la debida disculpa por la autoinclusión en esa categoría de mexicanos), después de sumarme incondicionalmente a la protesta, considero útil manifestar la duda que me surgió al leer el documento: ¿a quién o a quiénes va específicamente dirigido? ¿Qué resultado concreto esperan los firmantes? Esto porque me resulta muy difícil creer que, a estas alturas, los intelectuales mexicanos, “cerebros en el pensar fecundos” como dijo Schiller, aún no hayan caído en la cuenta de que confiar en la pura fuerza de la razón y de la lógica para lograr una rectificación seria del Presidente, es algo condenado de antemano al fracaso.
Y es que el odio o el desprecio por la inteligencia y la razón solo en raras ocasiones nacen del error o de la simple equivocación inadvertida, que es el único caso en que una aclaración oportuna y bien dicha puede tener éxito. En todos los demás, son expresión de la adhesión consciente a una concepción filosófica de la sociedad y de la política emparentada con el irracionalismo de un Nietzsche, por ejemplo. Para él, todo el edificio cultural, moral, epistemológico y axiológico construido por la humanidad es una inútil construcción artificial, una batería de argumentos defensistas de los débiles contra los fuertes que nada tiene que ver con lo que ocurre en el seno de la naturaleza, animada e inanimada. Allí no hay nada parecido a igualdad, solidaridad, progreso, justicia, razón; nada es allí moral o inmoral; reina la misma ley que debe reinar entre los seres humanos: el dominio del más fuerte, la elemental ley biológica de la lucha por la existencia y la sobrevivencia del más apto.
O bien pueden brotar de un egocentrismo y un fanatismo exacerbados, orgánicos, que llevan a quien los padece a la inconmovible certeza de la superioridad absoluta de sus puntos de vista sobre los de cualquiera que opine de modo distinto o diametralmente opuesto. Esta lógica implacable garantiza al gobernante el derecho y el deber de conducir a la sociedad entera por el camino que él ha elegido para ella, puesto que es el único correcto y justo por definición. Por tanto, puede y debe hacerlo por la buena o a la fuerza, pues ha sido “elegido” (mesías quiere decir eso) para hacer felices a lo demás aun en contra de su voluntad. Los disidentes se convierten aquí, irremediablemente, en un estorbo, en un obstáculo doloso que debe ser eliminado. El diálogo y el intercambio racional de puntos de vista no tienen, en ambos casos, ni espacio ni razón de ser.
A dos años de gobierno de la 4ªT, nadie puede engañarse al respecto. ¿Pruebas? Hay muchas; pero para el caso creo que basta citar la respuesta textual del Presidente a la comedida protesta de los intelectuales: “Todos ellos siempre apoyaron la política neoliberal y ahora se sienten ofendidos cuando deberían ofrecer disculpas, porque se quedaron callados cuando se saqueó al país.” ¿Puede esto ser el principio de un intercambio racional de argumentos? Vale recordar aquí lo que Schiller dijo alguna vez: La razón no basta por sí sola para triunfar sobre la sinrazón y la fuerza; es necesario que la misma razón se transforme en una fuerza; de lo contrario, está condenada a la esterilidad. Y hay un solo camino para que la razón se convierta en una fuerza capaz de vencer al irracionalismo: lograr que las masas populares la hagan suya y la conviertan en herramienta de lucha para construir, libremente, su propio destino.
Creo, con el debido respeto, que este debería ser el objetivo de la justa protesta de los intelectuales: que el pueblo la conozca y la haga suya, para lo cual, sin embargo, hace falta también que ese pueblo los sienta como parte de sí mismo, que vea su quehacer intelectual como escudo y defensa de sus propios intereses ante el poderoso. Y en este sentido, creo que el manifiesto se queda corto. Es cierto que el Presidente, al atacar la libertad de expresión, lesiona y mutila la democracia, pero no solo por eso. También lo hace cuando exige y obtiene el servilismo del Poder Legislativo para aprobar sus proyectos de ley, sin pararse a pensar si dañan o benefician al país; cuando socava la independencia del Poder Judicial y deja a los mexicanos sin el amparo de la ley y el derecho frente a los abusos del Ejecutivo; cuando avasalla al INE, como quedó demostrado con su resolución sobre el registro de nuevos partidos; cuando autoriza el manejo clientelar de los programas de gobierno y de todo el erario, según la propuesta de PEF para 2021.
El documento precisa: “tras los ataques presidenciales llegan la censura, las sanciones administrativas y los amagos judiciales “a los medios y publicaciones independientes que han criticado al gobierno”. Esto también es cierto, pero no solo a ellos se aplica este tipo de represión. Ahí están los agricultores de Chihuahua y sus líderes; los casos del ministro Medina Mora y del ex director de la CRE, que fueron sancionados o presionados del mismo modo para obligarlos a renunciar; ahí está la manipulación abierta de las fiscalías federal y estatales a las que se obliga a investigar y desprestigiar en los medios a conocidos opositores de la 4ªT, muchos de los cuales también han sufrido la congelación arbitraria de sus cuentas. Esto también pone en grave riesgo a la democracia.
El párrafo tercero enumera a las víctimas de la 4ªT: feministas; víctimas de desapariciones, secuestros y violencia; ambientalistas; organismos autónomos; poder judicial; instituciones culturales, científicas y académicas. Otra vez verdades incontestables y otra vez la ausencia de los terribles daños a las clases populares: hambre, pandemia, desempleo, bajos salarios, falta total de programas de ayuda emergente para las víctimas de la pandemia y la crisis de crecimiento de la economía; cero presupuesto para el desarrollo de municipios, estados y regiones y, algo increíble, cero presupuesto para la compra de vacunas contra el covid-19. Todo esto evidencia que el acoso a los intelectuales y a libertad de expresión es solo una parte, importante pero una parte al fin y al cabo, de una problemática mayor y más vasta que afecta a la gran mayoría de los mexicanos.
Adrede he dejado al último el caso del Movimiento Antorchista Nacional. Es cierto que una campaña mediática de muchos años, inducida y financiada desde las altas esferas del gobierno, ha creado una terrible leyenda negra sobre Antorcha y los antorchistas que provoca el rechazo y la condena de mucha gente, incluidos medios, columnistas y politólogos. Pero la misma prolongada vida de esa campaña, demuestra palmariamente que nuestra lucha ha sido combatida siempre, por todos los Gobiernos y los partidos que han gobernado al país entero, o a una parte de él. Es decir, que nunca hemos sido consentidos ni favorecidos de nadie y sí “enemigos” de todos. En consecuencia, ¿cómo se explica que, a pesar de esta inquina generalizada, ninguno de esos gobiernos, durante más de 45 años, haya logrado condenar y encarcelar a un antorchista por los delitos tantas veces señalados y más veces repetidos por los medios? La respuesta es sencilla: porque tales delitos nunca han existido ni existen ahora. Por eso nadie ha podido ni puede probarlos.
Tenía que llegar la 4ªT, con todo su abuso de autoridad y toda su manipulación de los órganos encargados de impartir justicia, para que se diera luz verde al linchamiento mediático de que hoy estamos siendo víctimas y se ejecutara la arbitraria congelación de cuentas a varios “líderes” antorchistas, ordenada por Santiago Nieto. Pero eso no convierte en verdaderos los falsos delitos de que se nos ha acusado desde siempre. Sin embargo, todos los que se han ocupado de denunciar la represión de la UIF y el acoso del Presidente de la república, evitan cuidadosamente, como se evita el contacto de un reptil venenoso, mencionarnos como una más de las víctimas. Marx escribió que el error lógico más evidente de un fanático de cualquier credo religioso es que, para él, todas las religiones son falsas menos la suya. Los antorchistas estamos ante una situación parecida: todos los acusados por Santiago Nieto y el Presidente son inocentes, menos nosotros. Pero nadie se propone demostrar nuestra culpa.
Pero Antorcha es, a pesar de todo, una fuerza popular innegable y considerable que no puede ser excluida de ningún verdadero movimiento de unidad y de protesta en contra de los peligros que se ciernen sobre el país. Creo que los intelectuales tienen la gran oportunidad de convertirse en el catalizador de la unidad nacional que está haciendo falta y, en abono de eso, dar al país una lección de honradez y rigor intelectual tratando como se merece el caso de los antorchistas. Que quede claro: no buscamos la purificación automática aprovechando la coyuntura ni un encubrimiento cómplice para ningún delito o delincuente grandes o pequeños. Solo pedimos a los intelectuales que hagan en nuestro caso lo que saben hacer: investigar, pero investigar de veras, sin ninguna idea preconcebida y con todo el rigor de la investigación científica. Y después, que obren en consecuencia. ¿Es mucho pedir?