El próximo año se nos presenta a todos la oportunidad inmejorable de salvar nuestra patria de manos de aquellos que solo la han lanzado a la deriva.
Aleida Ramírez
En su afán de parecer un hombre docto, al presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, se le ha vuelto costumbre el empleo de sofismas; es decir, aduce razones o argumentos falsos con apariencia de verdad, que acomoda de acuerdo con el objetivo que persigue y dependiendo del público al que se dirige con el claro propósito de convencer a quien lo escucha de que es un hombre conocedor, preocupado y comprometido en resolver los graves problemas que aquejan a los mexicanos; sin embargo, el discurso presidencial choca con la realidad porque sus disquisiciones se revisten solamente de apariencias que nunca aterrizan o que se enfocan en dirección distinta a la solución de los problemas.
Cada mañana, desde el púlpito presidencial, López Obrador, no duda en reiterar su compromiso con las grandes mayorías desprotegidas de este país, pero en los hechos, una y otra vez actúa contrario a los intereses de estas; en su afán protagónico por tener el control absoluto del país, el titular del ejecutivo, todo lo trastoca, todo lo redefine, las leyes incluidas. No duda jamás en llamar blanco a lo negro; así justifica la desaparición de programas sociales y fideicomisos, al combate a la corrupción y a la lucha por los derechos los convierte en apología de los privilegiados.
Pero los mexicanos no podemos dejar de ver, que en los casi tres años de gobierno que lleva la autodenominada Cuarta Transformación, la situación económica, social y política ha empeorado, hecho que no obedece solamente a la crisis de salud que vivimos sino a la política errónea que se ha seguido en la conducción del país. En los días que corren, los fenómenos naturales que se han ensañado con los mexicanos que vivimos en los estados del sureste, dejan ver en forma transparente que el discurso presidencial rebasa la buena fe que pudiera haber en éste, y de manera fehaciente, deja ver la figura presidencial en sus verdaderas dimensiones: un hombre egocéntrico, preocupado por su imagen y por mantenerse en el poder, un hombre que sin tapujos desdeña instituciones, leyes e inteligencia de sus gobernados, que no duda en recurrir a acciones inimaginables en otros tiempos y circunstancias.
Las inundaciones en Tabasco representan la cereza del pastel en este cúmulo de acciones en contra del pueblo trabajador, que a todos los mexicanos honestamente preocupados por el rumbo en que se enfila el país, debiéramos de considerar. Es verdaderamente sobrecogedor el hecho de que miles de familias tabasqueñas lo han perdido todo, no tienen comida, ropa, se debaten aún en el agua y la ayuda que los gobiernos federal y estatal están obligados a prestar en estas circunstancias sigue brillando por ausencia. Eso sí, el presidente ha hablado de apoyos, apoyos que no llegan y los que “llegarán” no será para todos los necesitados, sino para un número determinado que fue censado en “tiempo y forma”, pero ¿qué pasará con las miles de familias que no pudieron hacerlo?, ¿de verdad el gobierno federal y estatal piensan que la gente se quedará cruzada de brazos? No olvidemos que desde las primeras inundaciones, grupos importantes de ciudadanos tabasqueños salieron a protestar exigiendo ayuda, protestas que fueron ferozmente reprimidas por la policía, como si los golpes inferidos a ciudadanos inermes resolvieran el motivo de las protestas. No les dieron ayuda sino golpes y culatazos.
Quien quiera ver de forma limpia y desinteresada estos acontecimientos, estará de acuerdo que la preocupación del presidente no está en prestar ayuda a los pobres que son los “preferidos” en sus discursos —que hoy se debaten literalmente en el agua— sino en sacar a toda costa, las obras emblemáticas de su gobierno y sus programas Integrales de Bienestar, todos de carácter puramente electorero. El 1° de diciembre, día en que se cumple su segundo año de gobierno, seguramente escucharemos de boca del presidente más de lo mismo: “Por el bien de todos, primero los pobres”. “Hay un país más justo y digno en el que no se tolera la corrupción ni la impunidad, se acabó el nepotismo, el amiguísimo, el compadrazgo”. “Tengo tres principios que me guían: no mentir, no robar, no traicionar al pueblo y así voy a continuar por el resto de mi vida hasta que me muera”; pero eso, compatriotas, son sofismas, no lo olvidemos.
El próximo año se nos presenta a todos la oportunidad inmejorable de salvar nuestra patria de manos de aquellos que solo la han lanzado a la deriva, pues los gobernantes emanados de Morena han demostrado no saber qué hacer con el país y los legisladores leales al presidente, se han limitado a levantar la mano para aprobar cada una de las iniciativas enviadas por el ejecutivo federal; es hora de que las cosas cambien, es hora de que la Cámara de Diputados juegue el honroso papel que le corresponde y dejar de ser la comparsa del presidente de la república. El pueblo y todos los sectores progresistas deben unirse y avanzar juntos en pos de un futuro equitativo para todos los mexicanos. Los yucatecos ya hemos experimentado en carne propia la ausencia de ayuda federal en situaciones parecidas: inundaciones, pérdida de casi todos los cultivos del estado, daños irreparables en miles de viviendas e infraestructura carretera, etc., todo esto debe hermanarnos, debemos organizarnos no solamente para exigir la ayuda que por derecho nos corresponde, sino también para que, de manera organizada, creemos las condiciones necesarias para enfrentar con menores riesgos estos dolorosos acontecimientos.
Los mexicanos no podemos volver a equivocarnos en las elecciones de 2021, debemos lograr que el Congreso de la Unión sea un contrapeso y no la comparsa del poder presidencial; por tanto, el discurso sofístico del presidente no debe desorientar a nadie. La Historia nos enseña que las revoluciones sociales no las hacen los individuos, las “personalidades”, por muy brillantes o heroicas que ellas sean. Las revoluciones sociales las hacen las masas populares, sin la participación de éstas no hay revolución. Nuestro país está urgido de una verdadera revolución social. Los antorchistas llamamos a todos los mexicanos a convertirnos en una unidad inquebrantable, capaz de derrotar cualquier intento dictatorial que pretenda someternos y nos mire como limosneros de nuestros derechos. Un discurso plagado de sofismas es un discurso que en nada ayuda pero que puede adormecer la consciencia colectiva.