Los indicadores aquí expuestos constituyen un cuadro que exhibe la inviabilidad de la estrategia económica de la 4T (si es que existe alguna), muestran una economía decadente y una soberanía nacional crecientemente vulnerable.
Abel Pérez Zamorano
La economía mexicana muestra inocultables signos de decadencia, un debilitamiento progresivo que deteriora los niveles de bienestar y seguridad, y amenaza la soberanía y la viabilidad misma de la nación. El gobierno, en estado de negación ante los hechos, insiste en que todo va bien. Me permito mostrar aquí algunas evidencias de que no es así; los síntomas de la enfermedad, ciertamente de larga data y con profundas raíces históricas y estructurales, pero que, cierto también, se ha agravado por el desastroso manejo de la actual administración.
Por principio, en el Ranking de Competitividad Mundial, México ocupaba en 2018 el lugar 51 y cayó al 55, entre 64 países, su nivel más bajo en 24 años (Instituto para el Desarrollo Gerencial). No hay crecimiento desde finales de 2019. Pemex ya no es la vaca lechera que llegó a aportar más de un tercio de los ingresos del erario. Contra toda evidencia, el presidente cifra el futuro económico de la nación en revivir la paraestatal, algo posible solo con una estrategia y un plan de negocios viable, que no existen. “La petrolera cerró 2020 con lo que su propia dirección denomina ‘la peor crisis de su historia’, con pérdidas por casi 481,000 millones de pesos […] Para este año, la empresa recibirá́ de la administración 170,000 mdp […] para mejorar sus finanzas […] [es] la petrolera con más pasivos a nivel mundial y que la deja con gran exposición a los riesgos cambiarios. Hasta ahora, estos apoyos no han surtido efecto […] sin planes de inversión ni de desarrollo de nuevas tecnologías, los resultados son catastróficos […] [la petrolera] redujo su meta de producción de crudo […] La misma situación se ve en refinación […] aún lejos del millón de barriles que había prometido hacia finales de 2019.” (Expansión, 22 de junio). En exportación de crudo está, “… por debajo del millón de barriles diarios por primera vez en los últimos 20 años […] Respecto del volumen exportado hace 10 años, […] la reducción que se observa es de 28%…” (El Economista, 20 de junio). Para sostener a Pemex y los programas asistenciales se recurre a la deuda, que alcanzó el mayor índice respecto al PIB desde 1990 (SHCP). Hace dos años era 45.1%; en el pasado, 52.4, y, estima el FMI, al terminar este llegará al 63%.
Sin crecimiento económico, los jóvenes no hallan ocupación, y los despidos aumentan. “La tasa de desempleo subió a 5,5% en junio 2020…” (OIT). La subocupación (personas que trabajan menos horas de las que necesitan), de 7.8% en 2019, llegó a 17% el año pasado (Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, ENOE). Se duplicó. Y de principios del año pasado al actual, la población ocupada se redujo en 2.1 millones. La desigualdad crece: millones de personas de clase media se precipitan a la pobreza, a la par que se agigantan las grandes fortunas.
En este marco aumenta la criminalidad, que, como bien dice el presidente, tiene raíces económicas y sociales –el problema es que no se atienden; por el contrario, se las ahonda. “En el pasado mes de mayo, se ha registrado un homicidio cada cuatro horas. Un total de casi 95 al día” (El País, 21 de junio). “Un total de 2,963 homicidios fueron registrados en mayo pasado, lo que convierte al mes en el más violento en lo que va de 2021 y uno de los 10 más sangrientos del sexenio…” (Forbes, 21 de junio). Para la 4T, sin embargo, importa más la cuantiosa derrama económica del crimen organizado y su efecto estabilizador y amortiguador en la economía, y, por ende, en la política. Este crispado ambiente daña el tan cacareado bienestar de las familias, y frena la economía: inhibe la inversión y eleva los costos de transacción, incurridos en la preservación y cambio de los derechos de propiedad.
Millones de mexicanos son forzados a buscar en Estados Unidos el sustento familiar que aquí no encuentran, reprobando así, objetivamente, la situación del país: huyen de lo que anda mal en busca de algo mejor. Son once millones allá, que significan desintegración familiar, y una fuga de fuerza de trabajo, talento y preparación. En este mes se agravan las cosas: “Las detenciones de mexicanos en la frontera de EE. UU. alcanzan sus niveles más altos en tres años. Los ciudadanos de México representan el 44% de toda la población extranjera detenida en cruces ilegales desde octubre. […] las deportaciones en caliente revelan que los mexicanos están intentando ingresar al país del norte a un ritmo no visto en dos décadas. Desde octubre, más de 323,000 mexicanos han sido detenidos […] Y el incremento es mucho más sorprendente, de 260%, si se lo compara a marzo de 2018…” (El País, 14 de mayo de 2021). Estados Unidos, en tanto, sigue construyendo el muro de la ignominia.
Pero para el presidente todo está bien, pues los emigrados, más que antes, ayudan a flotar la economía y a atenuar contradicciones sociales y políticas que muy probablemente sin ese recurso se habrían manifestado ya en más inconformidad social: “Los envíos de dinero a México rebasaron los 4,152 millones de dólares en marzo […] la mayor cifra mensual de remesas desde 1995…” (DW, Banco de México). Dependemos crecientemente del oxígeno que aportan las remesas: en 2018 representaron 0.7% del PIB (en 2014, el 0.4%); se estima para este año un 1.2%. Son la principal fuente de ingreso de divisas, seguida, en ese orden, de la Inversión Extranjera Directa, turismo y exportaciones petroleras (El Financiero, 4 de mayo de 2021, Banxico, Inegi). Pero felicitarnos por eso es bochornoso. No es signo de salud económica depender de lo que envíen los emigrados.
Tampoco es para regocijarse que las importaciones de alimentos vayan a la alza, no obstante los discursos de soberanía alimentaria, “discursos comestibles”: “La caída en la producción de granos básicos como el maíz, trigo, sorgo y frijol ha propiciado que México registre récords en importaciones de estos productos […] en los primeros cinco meses del año, el país ha importado 16.7 millones de toneladas de granos básicos, de acuerdo con datos del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA) […] un incremento histórico de 13.6 por ciento en las importaciones de granos y oleaginosas respecto al mismo periodo de 2020 […] La producción de sorgo, trigo y frijol acumula una disminución de 6.8, 6.1 y 3.7 por ciento, respectivamente…” (El Sol de México, 21 de junio de 2021).
Los indicadores aquí expuestos constituyen un cuadro que exhibe la inviabilidad de la estrategia económica de la 4T (si es que existe alguna), muestran una economía decadente y una soberanía nacional crecientemente vulnerable. Son evidencia inequívoca de retroceso, y presagian al final del sexenio un severo deterioro en la producción, las finanzas públicas y la distribución, lo que traerá como consecuencia más pobreza y desigualdad. Ante estos resultados, es patético que un importante sector del electorado aún pueda confiar en el actual gobierno, algo explicable solo por la falta de educación política y la extrema necesidad de muchos, que los gobernantes aprovechan para amarrarse al poder.