El gobierno de la 4ª transformación no ha logrado, pues, contener una crisis que desde hace años se ha salido de control y que amenaza no solo la relación con los Estados Unidos sino, más importante aún, a los propios mexicanos.
Adriana Argudín Palavicini
La presencia de migrantes provenientes principalmente de Centroamérica, se ha venido convirtiendo en parte del panorama natural no solo con las ciudades que colindan con la frontera sur de nuestro país, principalmente en Tapachula, sino también de varias ciudades capitales más alejadas. Por las imágenes que hemos podido ver, se trata, como no podía ser de otra forma, de personas sumamente humildes, que viajan con sus pequeños y prácticamente con lo puesto. En las últimas semanas, un grupo bastante numeroso de migrantes, sobre todo haitianos, ha venido a engrosar las filas de estos desposeídos, quienes han sido brutalmente perseguidos y reprimidos tanto por parte de funcionarios del Instituto Nacional de Migración (INM), como de elementos de la Guardia Nacional, sin importarles que trajeran a sus pequeños hijos en brazos o que los más grandecitos fueran testigos de la golpiza contra sus padres, tal y como lo dieron a conocer varios medios de comunicación nacionales e internacionales, mientras el presidente López Obrador pasaba no lejos de ahí en su gira por Chiapas.
Todos ellos tienen la intención de llegar a los EE. UU., cosa que en estos momentos es prácticamente imposible dada la restricción de ingresar a dicho país por la pandemia que nos azota -y que está mucho peor en ese país-, y porque además los trámites de admisión con carácter de refugiado están bastante retrasados, al grado de que a inicios de mayo se calculaba que 115,000 personas, que ya comenzaron sus trámites, seguían a la espera de que se les admitiera, proceso en el que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tiene que dar su aval, trámite que puede tardar hasta dos años. En pocas palabras, los ríos humanos de necesitados que están llegando a nuestro país, cuando más, lograrán quedarse en alguna ciudad fronteriza del norte. Sin embargo, recordemos que apenas la semana pasada el gobierno estadounidense pidió al gobierno de López Obrador que despejara los campamentos de migrantes en las ciudades fronterizas mexicanas, alegando que son un riesgo para la seguridad porque atraen bandas de narcotraficantes que los quieren reclutar.
El gobierno de la 4ª transformación no ha logrado, pues, contener una crisis que desde hace años se ha salido de control y que amenaza no solo la relación con los Estados Unidos sino, más importante aún, a los propios mexicanos. En primer lugar, porque a quienes permanecen en nuestro país no se les ofrece nada, absolutamente nada, de tal manera que sobreviven de la limosna pública, duermen a la intemperie bajo puentes o en las entradas de tiendas o de plano en las banquetas, por supuesto, no tienen a su alcance ningún tipo de servicio (baños, regaderas) y, mucho menos, de salud, ni de chiste están considerados entre la población que puede tener acceso a las vacunas anti Covid. En segundo lugar, porque su presencia es una amenaza latente para quienes no tienen empleo, pues seguramente no ha de faltar el listo que prefiera darle empleo a un migrante en lugar de a un mexicano puesto que el primero está dispuesto a que se le pague lo que sea, exactamente como sucede con nuestros paisanos que trabajan en los EE. UU. Esa es la cruda realidad, simplemente, porque el gobierno mexicano actual no ha sido capaz de otorgar a la inmensa mayoría de sus gobernados ni siquiera la esperanza de una vida mejor, como le consta a millones.
Pero resulta que, del otro lado de la moneda, se encuentra una política por demás solícita con los afganos que han estado llegando a México en busca de refugio a raiz de la salida del ejército norteamericano después de 20 años de ocupación. A diferencia de nuestros hermanos centroamericanos, con quienes compartimos idioma, costumbres y muchas otras cosas más, con los refugiados afganos -que vienen de un país cuya capital, Kabul, está aproximadamente a 14 mil kilómetros de distancia del nuestro- no compartimos ni idioma ni costumbres ni religión ni nada, aunado al hecho de que, lejos de defender a su patria, muchos de ellos vivían conformes bajo un gobierno títere de los EE. UU.
Y, claro, con eso de que aseguran que los talibanes son unos verdaderos monstruos, maltratadores de mujeres, a quienes les tenían conculcados todos sus derechos, las primeras en arribar a suelo mexicano el pasado 24 de agosto fueron, precisamente, un grupo de mujeres afganas, que fueron recibidas personalmente por Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, quien se veía radiante, entre otras cosas, porque según él dichas mujeres están especializadas en robótica, lo cual es muy bueno para nuestro país. Pertenecen al equipo conocido como “Soñadoras afganas”, que fue creado por una empresaria y, ¡cuidado!, emprendedora tecnológica que dirige el “Digital Citizen Fund” que, según la información de su sitio web, es una organización sin fines de lucro fundada en la ciudad de Nueva York, que tiene como propósito educar a niñas y adolescentes en ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas y robótica. A partir de ese vuelo, han continuado llegando refugiados afganos; un cuarto grupo, de casi 180 personas, del que se dice son trabajadores de medios sociales, activistas y periodistas independientes, arribó recientemente y, según comunicó la propia SRE, “para lograr el arribo de este vuelo, el primero de Egypt Air a México en toda la historia, tuvieron que intervenir las Embajadas de México en Irán, en los Emiratos Árabes Unidos y en Egipto. De igual forma el gobierno de Egipto colaboró.”
Mientras que a los centroamericanos y a los caribeños, que siguen llegando en demanda de asilo en los Estados Unidos, les ha sido negada la promesa de López Obrador cuando era ya presidente electo en el sentido de que se acabarían la indiferencia, el abandono y el maltrato hacia los migrantes, para los refugiados afganos total “apego al asilo, refugio y protección humanitaria de México”, de acuerdo con la SRE. En pocas y claras palabras, para los desposeídos centroamericanos y caribeños, garrote y persecusión, para los recomendados del presidente Biden y los poderosos de EE. UU., todas las genuflexiones y facilidades, pues sirven a la demagogia humanitaria de dicho país. He ahí la verdadera política que en materia de asilo y refugio viene llevando a cabo el gobierno de la 4ª transformación.