En tres años de gobierno de la Cuarta Transformación del presidente, Andrés Manuel López Obrador, se han multiplicado las revelaciones de casos de corrupción en su primer círculo. Antes de que llegaran al poder, se presentaron a la opinión pública como revolucionarios o, cuando menos, opositores conscientes y e insobornables del sistema, sus instituciones y sus personeros más conspicuos.
La “gran mayoría de los mexicanos” tomó a los exponentes de Morena con el presidente en punta, como un modelo de honradez ideológica y consecuencia práctica, hoy, movidos por fuerzas e intereses poderosos, aunque no del todo claros aún, están considerando, según parece, que ha llegado el momento de quitarse la máscara y mostrar su verdadero rostro, pasándose sin mucho pudor, con armas y bagajes, al campo del poder en turno para gozar de las mieles que da el erario y el cargo público.
No creo de ninguna manera, que la cuestión a debatir sea si merecen o no castigo los actos de corrupción; no creo tampoco que lo que esté en duda es si se debe o no combatirse en todas sus formas, como un mal social que degrada al hombre público y entorpece la edificación de la sociedad en su conjunto. Esas, a mi juicio, son obviedades que deben quedar para entretenimiento de necios.
Según mi modo de ver, lo verdaderamente importante estaría en definir cuáles son las causas profundas, las raíces más hondas y objetivas de la corrupción y, en consecuencia, cuáles son las verdaderas medidas que hay que tomar para combatir en serio este mal, en sus mismas fuentes y no solo en sus efectos.
Hace unos días, la prensa nacional dio a conocer que funcionarios del Gobierno de López Obrador se han salpicado de escándalos, como el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, y el ex titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) Santiago Nieto. Se filtró a los diarios que la Fiscalía General de la República (FGR) investigaba el presunto enriquecimiento ilícito de Nieto mientras dirigió la UIF, que a su vez indagaba la compra de autos de lujo y transferencias millonarias de la inmobiliaria del fiscal.
Por otra parte, Alejandro Esquer Verdugo, secretario particular del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), junto con Denis Zaharula Vasto Dobarganes, actual encargada de las finanzas en la oficina de la Presidencia de la República, participaron en diciembre de 2017 en una serie de depósitos “hormiga” a un fideicomiso, a través del cual, Morena presuntamente reuniría dinero para los damnificados del sismo del 19 de septiembre de ese año.
De acuerdo con una investigación de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), ese dinero realmente fue a dar parcialmente a candidatos, legisladores y operadores electorales de Morena que obtuvieron el objetivo, convertirse en políticos y servidores públicos ya blindados por el fuero.
El presente gobierno debe evitar el uso, y sobre todo el abuso, de las declaraciones espectaculares pero retóricas. El desencanto acumulado en el pasado sexenio en torno a esta política las hace verdaderamente peligrosas. Los mexicanos deben darse cuenta que si el combate a la corrupción no pasa de las declaraciones mañaneras, pero se siguen multiplicando los casos de funcionarios involucrados es porque diagnosticar como el principal problema del país a la corrupción fue equivocada y demagógica. Ya pasó la mitad del sexenio de la 4T, ya es hora de pasar de las palabras a los hechos con firme decisión. De no haber cambios, los mexicanos debemos prepararnos para que con nuestro voto busquemos una verdadera alternativa política que sí combata a la corrupción desde la raíz.