Mientras Estados Unidos (EE. UU.) impone al mundo los graves efectos colaterales de su conflicto contra Rusia en Ucrania, ha creado una red de Comandos Espaciales para velar por sus intereses en el Cosmos. Además de ir por el control de recursos en esos nuevos “territorios”, los efectivos –con anuencia de sus aliados– acosan a China y Rusia en su propio ámbito. Militarizar el espacio exterior es la visión geopolítica del vecino y socio de México, cuya alianza hoy se fortalece.
La nueva era espacial inició con la proyección de los intereses económicos y militares de las potencias y actores privados y ha convertido el espacio extraterrestre en campo de batalla. En su carrera por dominarlo, ya volvió ese “territorio” en escenario de conflicto latente de efecto global, porque creó su Comando Espacial y alienta otros en el mundo.
Tal lógica choca con la de 106 gobiernos que buscan la cooperación científica, técnica y diplomática en el espacio exterior y no aspiran a convertirlo en imperio bajo una geopolítica de conquista como idean Washington y sus aliados.
El escenario plantea dos graves riesgos: la militarización del espacio extraterrestre, como amenaza para la frágil infraestructura de la que depende la vida contemporánea y su creciente privatización donde una minoría domina los intereses de la comunidad científica global.
Sin embargo, EE. UU. es el país con más satélites de uso civil y militar –de misión clasificada–; por eso un conflicto en ese territorio, al que ha militarizado, representa un riesgo porque incumple normas, estiman la experta en derecho aeroespacial Laura Ruiz y el maestro en telecomunicaciones, Leoida Nardo Gómez.
La misión de esa red oculta consiste en allegarse inteligencia, desarrollar funciones de comunicación civil y militar para “proteger” los satélites que EE. UU. utiliza para la navegación. Por tanto, sus elementos deben detectar y alertar sobre los misiles que representen amenazas en tiempo real al centro de operaciones.
A un lado quedan el interés de la humanidad, así como el conocimiento y esfuerzo de astrónomos, astrofísicos, geofísicos, astrobiólogos, ingenieros de cómputo, geoquímicos y matemáticos teóricos, entre otros especialistas, cuyo trabajo deriva en el emplazamiento de constelaciones satelitales para aniquilar a los adversarios, así como el auge de empresas –Space X, Blue Origine y OneWeb–, con las que lucran los magnates.
Red oculta
En diciembre de 2019, Donald Trump creó el Comando Espacial (USSPACECOM) que hoy dirige el general James Dickinson. Es el cuerpo militar de élite más nuevo en 70 años, creado para defender “de la forma más efectiva” los intereses de EE. UU. en el espacio.
Posteriormente, EE. UU. y sus socios han creado una red de Comandos Espaciales, en particular el Comando del Indo-Pacífico (USINDOPACOM) con sede en Hawaii. Su alcance va desde la Antártida al Océano Ártico. Es decir: China, Mongolia, Norcorea, Surcorea, Japón, el sureste asiático, oeste de India, Océano Índico, sur de Pakistán, así como Madagascar, Australia y Nueva Zelanda.
El jefe del Comando Espacial de EE. UU., James Dickinson ha expresado que su desafío actual radica en China: “Observamos muy de cerca cómo aumentan su capacidad espacial”. Y afirma que el país asiático no es solo el principal desafío para sus fuerzas terrestres, sino que también lo representa en el espacio.
De ahí la atención de la superpotencia en el estratégico Pacífico. Por ello, el 18 de diciembre, EE. UU. anunciaba la activación de su Comando de Fuerzas Espaciales en la base aérea de Osan, Surcorea. El coronel Joshua McCullion, la justificó así: “A solo 48 millas al norte existe una amenaza existencial que debemos estar preparados para disuadir, defender y, si es necesario, derrotar”.
La misión de esas fuerzas consiste en usar el espacio extraterrestre para alertar sobre supuestas amenazas de China, Rusia y Norcorea, ya sea con misiles, vehículos no pilotados, hipersónicos, plataformas sin tripulación o satélites de comunicación.
El Comando Surcoreano, situado en posición ideal para atacar a “adversarios”, dispone de fuerza relativa para escrutar cada centímetro del espacio extraterrestre, terrestre, aéreo y marino que circunda a China. A cambio, el Pentágono ofreció a Seúl que le transferiría el control operativo en situación de guerra (riesgo nuclear o misiles de Norcorea).
La relación bilateral es tan estrecha que, a finales de 2022, se reunieron en Washington el jefe del Estado Mayor Conjunto surcoreano, general Kim Seung-kyum, con sus pares estadounidenses y japoneses.
Además de ampliar sus ejercicios militares, pactaron la defensa combinada, contra “amenazas” norcoreanas, refiere el Foro de Estudios de Defensa en Seúl. De ahí la frase del general Anthony Mastalir: “La esperanza es que vean que estamos listos”.
Australia, aliado histórico de EE. UU. es otro ariete contra China y Rusia bajo el sofisma de “amenazas”. Posicionada en la región Indo-Pacífico, creó su Comando Espacial, copiado del estadounidense, en marzo de 2022.
Coordinará operaciones en el espacio del Ejército, Fuerza Aérea y Marina con aliados internacionales, en particular con EE. UU. Según el ministro australiano de Defensa, Peter Dutton, ese Comando es su “contribución” para contrarrestar la “militarización” espacial de China y Rusia.
La directora del Comando, vicemariscal del aire Cath Roberts, reconoció: “nuestra posición geográfica y vastos terrenos en el Hemisferio Sur nos permiten ver lo que otros no pueden para garantizar, con nuestros aliados y socios, el uso responsable del dominio espacial”.
Así se fortalece el pacto en Defensa de EE. UU., Reino Unido y Australia (AUKUS) que incluye submarinos nucleares para desafiar a China en su espacio. Para encubrir ese rearme hostil, Canberra denuncia la “rápida militarización” de China y Rusia.
Australia sí que lo hace, tanto, que solo esta década prevé invertir cinco mil millones de dólares. Y el primer ministro, Scott Morrison, anunció el aumento de 18 mil 500 soldados en las Fuerzas Armadas para 2040 y alcanzar el total de 80 mil efectivos.
Japón, incondicional
En la Guerra Fría, la alianza EE. UU.-Japón se construyó sobre la presunta amenaza a la democracia que representaba la Unión Soviética. Hoy, ante el naciente orden multipolar que desafía su hegemonía en Asia, Washington reactiva tensiones en Taiwán y las islas Diayou para atizar el larvario militarismo nipón para la “defensa de su seguridad”.
Hace más de 75 años que Japón aloja el mayor número de tropas estadounidenses en el mundo y, tras aumentar su gasto en defensa, posee gran capacidad de contraataque. Por ello se mantiene la agenda militarista del asesinado exprimer ministro Shinzo Abe con el premier Fumio Kishida, cuya visita a EE. UU. marcó un hito el 15 de enero de 2023.
Dos meses antes se reunían el jefe del Comando Espacial de EE. UU. con el ministro de Defensa de Japón, Nobuo Kishi, el Ministro para la Política Espacial, Shinji Inoue, el jefe de Estado Mayor Conjunto de las fuerzas de Autodefensa, Koji Yamazaki y el jefe de la Autodefensa Aérea, Shunji Izutsu.
Ese encuentro confirmó que, por primera vez en décadas, Tokio y Washington “se preparan ante la posibilidad de un gran conflicto en el futuro próximo” en la región de Indo-Pacífico. Analistas occidentales alertan que resulta paradójico que ese concepto sea el mismo de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Japón.
Sin embargo, la Unión de Científicos Preocupados (UCS, en inglés), sostiene que China y Rusia no son amenaza en el espacio extraterrestre, pues no han colocado armas como sí lo consideran otras naciones. Y aunque ese conflicto sea probable, no evidencian acciones inminentes de Beijing y Moscú.
En territorio europeo, EE. UU. también ha promovido la creación de Comandos Espaciales afines a su estrategia. El Comando Armado del Aire y del Espacio (CDE) de Francia, con 220 elementos en todo el país, anunciado por Emmanuel Macron en septiembre de 2020. Al ver el espacio periatmosférico como campo de batalla, desaparecía el tradicional Ejército del Aire.
La Aeronáutica Militar de Italia, una de las más poderosas en Europa, ha efectuado misiones conjuntas con el sector privado últimamente. En particular, con Virgin Galactic y SpaceX que, en 2022, lanzó un satélite para la Defensa en el programa Constelación Cosmo-SkyMed. Con la premier Giorgia Meloni se prevé la coordinación con el Pentágono.
¡No somos amenaza!
Al hostil despliegue de fuerzas extranjeras, que vigilan y amagan con atacar actividades espaciales de China, su gobierno respondió advirtiendo que EE. UU. representa la mayor amenaza en la seguridad espacial, porque convirtió ya a ese “territorio” en campo de batalla y ahora emplaza a las armas.
El vocero del Ministerio de Defensa chino, Tan Kefei, acusó a EE. UU. y Japón de usar como excusa la llamada “Amenaza espacial de China”, mientras que ambos extienden sus Fuerzas Armadas en busca del predominio espacial. Y agregó que, con mentalidad de Guerra Fría, “EE. UU. militariza el espacio con su Comando y desplegando armas ofensivas”.
Por su parte, el Ministro del Exterior ha exhortado a Occidente a negociar y concluir leyes sobre el control de armas en el espacio exterior. Llamó a EE. UU. a que asumiera “seria y eficazmente” sus responsabilidades, como lo hace China, y pidió a la comunidad internacional atender el riesgo de esa carrera armamentista e impulsar negociaciones.
Algo es cierto: el intenso y visionario programa espacial chino; solo este 2023 inició con dos lanzamientos exitosos: el primero fue el del cohete Gran Marcha –eje de la estatal Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial (CASC)– que puso en órbita tres satélites, uno de ellos el Shijian 23 de objetivo clasificado. La serie Shijian combina la observación, experimento y verificación técnica. En 2021, el jefe del Comando Espacial de EE. UU. admitió que la misión del Shijian 17 –con un brazo robótico– era un éxito singular. De ahí que EE. UU. agudizara su guerra tecnológica contra China y sancionó al CASC, reportó el analista Scott Foster.
El segundo lanzamiento fue realizado por la firma Galactic Energy, que envió al espacio cinco satélites (meteorológicos, de detección y otro de tipo científico) de la escuela secundaria de élite de Nantong, nicho de científicos de excelencia. De ahí el temor de Occidente a su intención de enviar pronto a sus taikonautas (vocablo mandarín para espacio: taikong) a la Luna, Marte y Júpiter.
Con ese potencial, China realizó múltiples proezas: En 2021, su sonda Tianwen (Preguntas al cielo) se posó en la llanura Utopía, de Marte, donde el robot Zhurong trabajó 90 días. Ese año exhibió gran capacidad cuando desplegó el primer módulo de su estación Tiangong (Palacio celestial), lo que la situó al nivel de las potencias espaciales.
En noviembre de 2020, la sonda Chang’e 5 (Diosa de la Luna), marcó un hito cuando su robot recogió dos kilos de muestras geológicas de la Luna y las llevó a la Tierra tras 23 días en el satélite.
Ya en 2019, la Chang’e 4 se había posado en la cara oculta de la Luna, la recorrió y recolectó muestras. En sus misiones, China experimenta con semillas de arroz, orquídeas, alfalfa y avena expuestas a radiación e ingravidez, explica la Alianza de Innovación Espacial Breeding.
Contra Rusia
EE.UU. y Rusia son antiguos rivales en la carrera espacial por más de 50 años. Hoy, la NASA se propone explorar el “espacio profundo” con el cohete SLS Orión, construye la Estación Lunar Gateway –columna vertebral de su programa espacial– y el sistema Artemisa para el retorno a la Luna.
Por su parte, la agencia rusa ROSCOSMOS llevó su robot humanoide Skybot F-850 a la Estación Espacial Internacional y puso en órbita tanto su sistema de comunicaciones de alta velocidad como un telescopio para detectar astros más allá del Sistema Solar.
Sin embargo, luego de probar su nave espacial reutilizable, Washington acusó de “irresponsable” a Moscú por probar su misil defensivo espacial antisatélite en abril de 2021. De ahí que el director de ROSCOSMOS, Dimitry Rogozin, declarase que su país podría no renovar su acuerdo de gestión conjunta de la EEI con EE. UU.
Washington ha socavado el marco legal que gobierna la actividad humana en el espacio exterior, lo que ilustra la reordenación de la geopolítica espacial global antes basada en la cooperación entre potencias rivales, señala la Universidad Delaware.