Millones de personas presenciamos con horror la muerte en México de 39 migrantes provenientes de Honduras, Guatemala y Venezuela que se encontraban detenidos en una estación migratoria del gobierno mexicano ubicada en Ciudad Juárez, que no funciona como albergue sino como cárcel con candados, rejas infranqueables y cámaras de seguridad, de la que no pudieron escapar con vida al provocarse un incendio al interior que los asfixió o calcinó.
Como es fácil de comprobar, los migrantes que fueron encerrados hasta morir en esa cárcel migratoria no eran delincuentes sino personas, como hay millones en el mundo, que buscaban llegar a Estados Unidos o a otro país desarrollado para trabajar en lo que encontraran y así mandar dinero a su familia empobrecida y hambrienta.
La pobreza de sus lugares de origen no es un invento mío: “En el Índice de Mejores Trabajos del Banco Interamericano de Desarrollo, Guatemala ocupa el último lugar y Honduras le antecede. Dicha clasificación mide la cantidad y calidad de los empleos. Toma en cuenta las tasas de participación laboral, ocupación y formalidad, así como si los salarios son suficientes para superar la pobreza” EL ECONOMISTA, 29 de marzo.
Las víctimas que huyeron de la muerte por hambre en sus países y encontraron la muerte abrasados en una infecta celda mexicana en la frontera con Estados Unidos, son el caso más reciente ocurrido en nuestro país como consecuencia del terrible problema migratorio causado en todo el mundo por el capitalismo, el modo de producción que más riqueza ha generado en la historia humana, pero el que peor la reparte y obliga a millones a huir, así sea arriesgando su vida y muchas veces perdiéndola.
Fiel a su estilo, el gobierno mexicano respondió a este grave crimen con la desfachatez que caracteriza el discurso presidencial cuando se trata de evadir responsabilidades, y en una breve declaración AMLO volvió a victimizar a los fallecidos al decir que ellos habían iniciado el incendio como protesta, pero sin referirse jamás a las condiciones de encarcelamiento que sufrían por parte del “humanismo mexicano” que hoy gobierna y a que criminalmente se les dejó morir al no abrirles las rejas para que se pusieran a salvo. Junto con esto, se dio inicio a una grotesca riña política para echarse mutuamente la responsabilidad de estas muertes entre el Secretario de Gobernación y el de Relaciones Exteriores, ambos seleccionados como aspirantes a suceder a López Obrador y enfrascados entre ellos y con Claudia Sheinbaum, en una guerra de la que aún veremos capítulos más cochambrosos.
Pero el gobierno morenista no puede evadir su grave responsabilidad. Si un Estado, en este caso el mexicano, tiene el poder y una estructura dotada de armas y cárceles para detener contra su voluntad a sus compatriotas o a quienes atraviesan su territorio provenientes de otros países y encerrarlos en celdas vigiladas, es responsable absoluto de la seguridad y el bienestar de quienes mantenga encarcelados o “albergados” a fuerza, como los que murieron en Ciudad Juárez.
Aquella frase que tanto usó y desgastó Morena en otra época, se aplica a la pregunta de quién mató a los migrantes en las mazmorras fronterizas de México: ¡Fue el Estado! Y junto con la responsabilidad de este hecho tan grave, la 4T tendrá que dar cuentas algún día por haber convertido a la fuerza pública de nuestro país en cancerbero que ferozmente ataca a quienes pretendan llegar a los Estados Unidos. Acabamos de presenciar el grado de inhumanidad de que son capaces de alcanzar en la encomienda de servir de guardianes de la fontera y el territorio estadounidense contra las crecientes oleadas migratorias. Las proclamas de internacionalismo, antiimperialismo y solidaridad con los pobres de otros países son simplemente saliva y demagogia del Presidente, más irritantes porque se pronuncian asumiéndose falsamente como parte de los movimientos revolucionarios y verdaderamente humanistas que batallan en el mundo, al tiempo que se actúa como obediente pieza de la estrategia estadounidense para reprimir migrantes.
Pero no solo en México acecha la tragedia a quienes buscan huir de su patria, eludir los estragos del capitalismo y buscar bienestar en el llamado Primer Mundo, concentrador de riqueza y bienestar a costa de la pobreza de miles de millones. Hace poco más de un mes, 63 migrantes, incluidos 12 niños, murieron tras naufragar en la costa sur de Italia. En el barco viajaban personas provenientes de Afganistán, Pakistán, Somalia e Irán. Pero esta tragedia no es la excepción. La cifra total de quienes mueren ahogados al intentar cruzar el Mediterráneo es de 8 mil 468 cada año, a lo que había que agregar los que fallecen en los lugares de destino, sea por enfermedad, pobreza o víctimas de la violencia.
Al igual que muchos otros grandes problemas generados por el desarrollo desigual propiciado por el capitalismo en sus diversas etapas, y que tiene como un componente esencial una política de siglos de explotación y dominación de los países débiles por los fuertes, el problema migratorio sólo pueden resolverlo los propios afectados luchando en su país y junto con revolucionarios de otros países por un reparto mejor de la riqueza. Como dijo acertadamente el Ing. Aquiles Córdova Morán: “El problema migratorio, cuyo agravamiento estamos presenciando hoy, no es más que la consecuencia necesaria de semejante estado de cosas; es el tímido oleaje del mar de pobres que buscan colarse como sea en el mundo de los ricos y privilegiados, los cuales, como es natural, los rechazan y se defienden con todo de semejante asalto”. Así pues, a juzgar por las incesantes muertes de migrantes, no habrá compasión ni justicia para los migrantes en el estado actual de cosas en el mundo; no habrá detención de los flujos migratorios detonados por la miseria ni cesarán sus secuelas macabras, hasta que los pobres y marginados se decidan, se organicen y luchen para cambiar la correlación de fuerzas y modificar el modelo económico.