Recientemente fueron publicados por el INEGI datos estadísticos sobre la asistencia de los mexicanos a eventos culturales durante el último año. Los resultados confirman el creciente empobrecimiento cultural que padecemos, tan doloroso y grave para la salud social del país como el empobrecimiento material y la desigualdad social que lo origina, pero más alejado de las preocupaciones de la gente, que ha sido acostumbrada a percibir como algo poco grave no tener acceso a la cultura en general y al arte en particular.
Según el estudio, realizado en 32 poblaciones de 100 mil o más habitantes (la elección de la población objetivo deja de lado ciudades pequeñas y cientos de pueblos, por lo que es seguro que las cosas están aún peor), “los mexicanos cada vez tienen menos interés en asistir a eventos culturales, siendo la danza y los conciertos los más afectados, reveló el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). En los últimos 12 meses, 48.7% de la población de 18 años y más asistió, al menos una vez, a una obra de teatro, un concierto de música en vivo, un espectáculo de danza, una exposición, o a una proyección de películas o cine, de acuerdo con el Módulo sobre Eventos Culturales Seleccionados (MODECULT) 2023 (Aristegui noticias, 20 de julio).
Incluso las actividades culturales con mejores datos de asistencia presentan un retroceso. “Respecto a los eventos preferidos de los encuestados, el rubro proyección de película o cine fue el que mayor porcentaje de asistencia presentó, con 42.3 por ciento. Le sigue el concierto de música en vivo, con 21.3 por ciento. En contraste, la danza fue el evento al que menos se asistió, con sólo 7.5 por ciento” (buzos de la noticia, 21 de julio).
Todos los porcentajes son menores a los reportados en 2019, lo que refleja una tendencia a la baja, aun cuando ya hace meses que se decretó el fin de la pandemia, que se usaba como justificante del incremento del alejamiento de la gente de ese tipo de eventos, resultados que en parte se explican por el incumplimiento del compromiso de Andrés Manuel López Obrador: “Se protegerá el patrimonio cultural de México. Se impulsará la formación artística desde la educación básica y se apoyará a creadores y promotores culturales” dijo en el Zócalo al leer sus compromisos, pero cinco años después la realidad lo desmiente.
En un demoledor juicio, el famoso director de cine Luis Estrada, director de cintas muy críticas con gobiernos anteriores al de AMLO, como “La Ley de Herodes” y “El Infierno”, dijo recientemente: “en el caso de la cultura y el cine, que es mi materia, nunca ha estado en peor situación. Yo que he hablado pestes del PRI y del PAN, de sus formas de gobernar, hasta me duele decir que nunca había estado tan mal la cultura y la ciencia como en este sexenio». Y tiene razón el cineasta, lo poco que había de promoción cultural se ha debilitado y en algunos casos desmantelado, y no existe absolutamente ninguna intención de recuperar terreno y mucho menos de hacer de los mexicanos un pueblo culto.
La verdad es que la “4T” no resolverá este hondo problema; el presidente y sus “teóricos” ni siquiera tienen idea de qué hacer. La pobreza espiritual que significa la falta de cultivo de la sensibilidad a través del arte en todas sus manifestaciones, está íntimamente relacionada con la pobreza material que padecen millones de mexicanos que dedican largas jornadas a trabajar, gastan muchos años de su vida en largos recorridos en el ineficaz transporte público y viven en condiciones casi inhumanas en la marginalidad casi absoluta. No es falta de interés, sino ausencia de tiempo libre y de dinero para pagar el acceso a los eventos culturales, que en la mayoría de los casos no son gratuitos y se presentan en lugares alejados de sus domicilios.
Mientras eso no cambie, mientras el trabajador no disponga de tiempo libre, después de haber cumplido una jornada más reducida y menos agotadora que le permita tener tiempo para gozar del teatro, la danza, la pintura, el cine, la música en vivo, asistir a exposiciones de pintura, disfrutar de la lectura, etcétera, el empobrecimiento espiritual seguirá corriendo paralelo e incluso más adelante que el empobrecimiento material del pueblo de México. “Para cultivarse espiritualmente con mayor libertad, un pueblo necesita estar exento de la esclavitud de sus propias necesidades corporales, no ser ya siervo del cuerpo. Se necesita, pues, que ante todo le quede tiempo para poder crear y gozar espiritualmente”, sostenía ya en el siglo XIX un economista, y para dar una idea de lo que ya entonces podría disponerse de tiempo libre gracias al incremento de la productividad del trabajo, agregó: “Se ha calculado en Francia que, dado el actual nivel de producción, una jornada media de trabajo de cinco horas para todos los capaces de trabajar bastaría a la satisfacción de todos los intereses materiales de la sociedad” (Schulz, Bewegung del Produktion, pág. 65, citado por Carlos Marx en 1848).
En México no se trabajan cinco horas al día, tampoco ocho. México es el país de la OCDE donde más horas se trabajan al año. Datos de 2019 muestran que los mexicanos, en promedio, trabajan 2 mil 137 horas al año; mientras que los países de la OCDE tienen un promedio de mil 730 horas. Es decir, que en México se trabaja 23 por ciento más horas” (El Financiero, agosto de 2022). Trabajan mucho, ganan poco y generan grandes fortunas para unos cuantos. Así es imposible que les quede tiempo, dinero y energía para cultivar su espíritu. Algún día lo comprenderán los trabajadores y se decidirán a luchar por conseguir que su trabajo mejore su vida material y los eleve espiritualmente, si muchos nos proponemos explicarselos pacientemente y los convocamos a organizarse y luchar por un nuevo modelo de país.