¿Aquí? ¿En estos tiempos? Sí. El municipio de Tecomatlán en el estado de Puebla vive en paz y tiene un progreso material y espiritual muy poco común en nuestro país. No descarto que puedan existir otros municipios con esa misma y hasta mayor calidad de vida para las mayorías que viven de su trabajo, pero, como mi ignorancia es grande, no los conozco. Ustedes perdonarán. La sorprendente situación de Tecomatlán, no es resultado de la buena suerte ni de la acción de una autoridad benefactora, aunque ha tenido y tiene excelentes autoridades, es el resultado de que ahí existe desde hace muchos años una comunidad mayoritariamente organizada en torno a un ambicioso programa de progreso social que vigila estrechamente en colectivo sus avances, obstáculos y retrocesos, reuniéndose cada mes sin falta en asamblea.
La población mayoritaria organizada conforma el grupo Antorcha Campesina. Y cómo no había de ser mayoritaria si para ser miembro del grupo no se necesita ni credencial ni fotografía, sólo asistir a las reuniones que son públicas y cumplir con las tareas que ahí se asignan. Pero, además, en Tecomatlán, existe el derecho, comprobado miles de veces, de que las demandas, avances, obras y servicios conquistados con la lucha de todos, son para todos, absolutamente para todos.
Comenzó por los días de diciembre y enero de hace exactamente cincuenta años. Un grupo de campesinos pobres, alarmado, se presentó a buscar a Aquiles Córdova Morán, tecomateco, hijo de tecomatecos también pobres, a solicitar su ayuda urgente. La policía judicial se acababa de llevar preso, acusado de varios y graves delitos, a Mauro Moreno Véliz, un anciano cuya apariencia gritaba largos años de mal alimento, peor medicina y extenuante trabajo. No sobreviviría a la cárcel, le dijeron. A Don Mauro Moreno lo habían denunciado -aceitando con dinero la maquinaria judicial- los antiguos y sanguinarios caciques porque el señor, bajo comedida presión, había accedido a venderles un pequeño solar ubicado cerca de sus casas, donde ellos ambicionaban construir el Palacio Municipal que consideraban de su exclusiva propiedad. Posteriormente, el señor, había cambiado de opinión, pero los caciques prepotentes no toleraban vaivenes ni quisieron emprender nuevas negociaciones, movieron sus influencias y Don Mauro Moreno fue a la cárcel de Acatlán.
Aquiles Córdova era muy conocido y muy estimado por los campesinos de Tecomatlán, era uno de ellos, aunque sin ser campesino, pues había terminado una carrera profesional. Había sido líder estudiantil, presidente de la sociedad de alumnos de Chapingo y había librado varias batallas exitosas en beneficio de estudiantes de esa y de otras instituciones educativas del país. Hijo de padres solidarios y humanistas, había heredado esas cualidades y, como consecuencia de su genio, su lucha y su estudio, las había hecho conscientes. Por todo eso, los campesinos de Tecomatlán, lo fueron a buscar. La entrevista cambiaría sus vidas para siempre, la de Aquiles Córdova y las de muchos de nosotros también. Fue la chispa que encendió la Antorcha. Se pusieron manos a la obra y, sólo Dios sabe cómo, sacaron a Don Mauro Moreno de la cárcel y lo libraron de los absurdos cargos. El éxito alentó la confianza. En el pueblo había más injusticias y, por tanto, más necesidades y hubo más conquistas del naciente grupo organizado. Lo que siguió habría de costar vidas, casi a cada obra, la sangre regaba las calles, sólo en los primeros años, cayeron asesinadas quince personas, entre hombres y mujeres buenos. No lo hemos olvidado.
El pequeño grupo original gestionó una tienda Conasupo que vendía más barato que las tiendas caciquiles, siguió luchando indoblegable y, luego, al poco tiempo, hasta una secundaria que no existía consiguió. En Tecomatlán hay todavía alacranes. Antes había más. Cuando la víctima de un piquete comenzaba a tener dificultades para tragar, los familiares le sacaban la baba, le daban epazote, ajo, caldo de frijol o un baño de hierbabuena y, pese a ello, no pocas veces, el infortunado moría. Ya no. Hoy, luego de una importante transformación urbana, que incluye a las inspectorías, son ya muchos menos los casos y, ahora, cuando a alguien le toca la mala suerte, llega en unos minutos circulando por calles pavimentadas a un gran hospital en el que se dirige a “urgencias”, lo canalizan, le administran suero antialacránico, lo recuestan y lo mantienen en observación unas horas y luego de un poco de reposo, se va a su casa sin pagar nada.
En ese moderno Hospital Comunitario, conquistado por la lucha tenaz de la inmensa mayoría organizada de los pobladores, sólo el año pasado, llegaron sanas y salvas a este mundo, 198 criaturas. En 2022, se realizaron 22 mil 831 consultas médicas, 31 mil 592 estudios de laboratorio, 2 mil 483 radiografías y mil 11 ultrasonidos. ¿Cuántos de esos pacientes, pobres de toda la región, hubieran muerto si el viejo Tecomatlán siguiera vivo? Sí sirven las gestiones, las marchas y los plantones que, por lo demás, son absolutamente legales.
En Tecomatlán sólo había una primaria incompleta con un maestro, Luis Córdova Reyes, que no era maestro, era un hombre increíblemente culto. Sabía del mundo porque, como Cervantes, leía hasta los papeles que encontraba tirados en la calle y, por eso, la comunidad de una época en la que no había suficientes maestros de carrera, lo eligió como maestro. No se equivocó. Su labor y la lucha Antorchista cambió al pueblo para siempre. Ahora hay 117 maestros titulados, distribuidos en una Ludoteca, un Preescolar, una primaria, una secundaria, un Centro de Bachillerato Agropecuario, una Academia Comercial, una Normal Superior y un Instituto Tecnológico. Toda la escala educativa.
No encuentro cómo transmitir lo que es la Villa Estudiantil, donde viven los y las jóvenes que llegan de fuera, para que el lector me crea. ¿Bellísima? ¿Moderna? ¿Imponente porque está en lo alto? Ni modo, me arriesgo: todo eso, y con capacidad para 720 moradores en un pueblito que, por la intensa emigración, estaba sentenciado a desaparecer en un corto plazo. Aprovecho los mismos adjetivos para la Casa de la Cultura que tiene siete pisos que se pueden ver casi desde cualquier punto del poblado y que representan a las siete bellas artes.
Los futuros profesionistas han formado seis grupos de danza que estremecen a cualquier público y seguido ganan concursos, cinco coros y rondallas, cinco colectivos de poesía coral y un grupo de teatro, a los cuales deben añadirse los alumnos de las clases de violín. Item más, las dos grandes Bandas de Guerra que hacen escoleta, empiezan a trabajar a las cinco y media de la mañana y, por tanto, adornan el ambiente de una manera peculiar. El espacio se me acaba, me ahorca, pero hay lugar para decir que la unidad deportiva, iluminada para actividades en la noche, abarca 58 mil 421 metros cuadrados, casi seis hectáreas e incluye un estadio de futbol con pista de tartán y una alberca olímpica de 50 metros de longitud.
“¡Hay fiesta en mi pueblo! Viajero”, ¿La conoce?, ¿se acuerda? Es una bella poesía del yucateco Luis Rosado Vega, el que compuso “Peregrina”, pues la feria de Teco, dicho con amor y con nostalgia -¿existen separados?- congrega en una semana a 100 mil visitantes con sus juegos, puestos, monta de toros con entrada gratuita a la enorme plaza, espectáculos artísticos, concursos gastronómicos y ¿para qué seguir? vaya usted el próximo domingo que antecede al miércoles de ceniza y, si puede, quédese hasta el otro domingo, hay hoteles excelentes. Ah, y no se preocupe, Tecomatlán tiene reconocimiento nacional por su seguridad, en la Feria 2023, el incidente más grave que hubo que lamentar fue el de un admirable jinete, valiente y enamorado de su trabajo, que salió lastimado. Y sólo hay ocho policías en activo.
¿Y la corrupción? No existe. Y no porque haya un moderno mesías que pregone que se inmola en la pobreza para ejemplo de todos, sino porque existe un pueblo organizado y consciente que participa en todo y supervisa siempre todo y, por tanto, quienes han sido autoridad no se fueron a vivir a Europa ni a Estados Unidos, se han reincorporado a sus modestas labores de activistas y ciudadanos. ¿Hay igualdad de género? Por supuesto, las tres últimas presidentas municipales electas en medio de una paz envidiable, han sido mujeres con carrera profesional cursada en las escuelas de la localidad.
Tecomatlán es un modelo de país. Fascina conocerlo. Pero lo que más asombra a quien se acerca desprejuiciado a entenderlo, es que poderosísimos intereses económicos y políticos hayan tenido y tengan la inquina y la diabólica fuerza necesaria para esconder a los ojos del gran público esta formidable creación y, más todavía, para mantener a sus heroicos constructores bajo acoso político constante, para presentarlos con implacable guerra mediática como vulgares delincuentes, autores de los delitos que cada régimen pone de moda como los más abominables. Eso es lo que impacta. Pero, el pueblo triunfante, unido y organizado, les hará justicia y el Movimiento Antorchista Nacional estará siempre con ellos en las buenas, en las malas y en las terribles. Mientras tanto, digo, pues, con Julius Fucik: “Hombres, os he amado, ¡estad alertas!”.