El Presidente de la República no es comunista ni socialista y es muy importante que el pueblo de México lo sepa para que no se deje engañar. En este artículo argumento por qué.
El Presidente de la República no es comunista ni socialista y es muy importante que el pueblo de México lo sepa para que no se deje engañar. El socialismo y, posteriormente, el comunismo, son ideologías políticas que promueven la creación de sociedades colectivas que deben estar libres de egoísmo, para pensar y trabajar por el bien de todos, que no tengan ambiciones perversas, en las prevalezcan los intereses de toda la humanidad y no los intereses económicos de unos cuantos.
Después del triunfo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) sobre los nazis, los gobiernos de Estados Unidos (EE. UU.), país que durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue aliado de los rusos, iniciaron contra la Unión Soviética una nueva guerra: la Guerra Fría. ¿Por qué fue llamada así? Porque sus misiles no fueron militares, sino ataques político-mediáticos cuyo contenido fue el odio, la mentira y el desprestigio, además de sanciones económicas. Esta guerra fue iniciada por EE. UU. tras lanzar bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, Japón.
Algunos historiadores coinciden en que el lanzamiento de estos explosivos no sólo sirvió para que los estadounidenses sometieran a Japón y evitaran que los soviéticos asumieran también el control militar de esa isla, sino también para enviar el mensaje de que disponían de una nueva arma de gran exterminio masivo y que no dudarían en utilizarla contra Rusia y cualquier otra nación.
Cuando los rusos contaron con bombas atómicas en los años 60, estuvo a punto de estallar una guerra nuclear que derivó de la famosa “crisis de los misiles” y pudo ser impedida por las negociaciones entre ambas potencias. Sin embargo, la Guerra Fría siguió y se expresó de muchas formas, pero la principal fue la campaña político-mediática que Washington emprendió sistemáticamente para acondicionar la idea de que la palabra comunismo invoca y representa “algo malo” en la gente.
Cuando estaba en la secundaria, recuerdo que se escuchaba que los comunistas te quitarían tus propiedades y tu casa porque están contra la propiedad privada; que los comunistas no te dejarían elegir libremente tu ropa porque te impondrían un uniforme para que todos fuéramos iguales; que te quitarían a tus hijos para enviarlos a guarderías y entrenarlos como soldados; que no te darían de comer; que te “lavarían” el cerebro y no podrías pensar por ti mismo; que te decomisarían tus bienes y tu dinero; que sus líderes eran dictadores, etcétera.
Esta campaña generó un ambiente de miedo hacia el comunismo; en esos años, los gringos produjeron una película que se llamó Moscú en Nueva York, en la que se racionaban los bienes y se promovía la creencia de que si en EE. UU. se estableciera el comunismo, sus habitantes tendrían que hacer largas filas para recibir un pedazo de pan, que habría gran escasez de alimentos y que las libertades quedarían totalmente coartadas.
Otro ejemplo de películas de propaganda anticomunista de esa época fueron Rocky IV y Rambo III. En la primera, el boxeador neoyorkino Rocky derrota al “superruso” Drago, quien en una pelea anterior había matado sin escrúpulos a su amigo y estaba mejor preparado que él; pero Rocky pudo vencerlo gracias a su “espíritu libre”. En la historia del segundo filme, Rambo, veterano estadounidense de la Guerra de Vietnam, logra derrotar al poderoso ejército soviético en Afganistán. ¡Increíble!
En este tipo de películas, así como en revistas, medios de comunicación masiva y en libros de texto, se caracterizaba al comunismo y al socialismo como lo peor existente en el mundo.
Me referí a estos hechos históricos y anecdóticos porque durante la precampaña electoral, los militantes de la transformación de cuarta (¡perdón, la “Cuarta Transformación”!) declararon que su movimiento es comunista y que quieren implantar en México el socialismo. Pero es indispensable aclarar que esto es falso; qué el proceder de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) nada tiene de parecido con la política actual de Venezuela, Nicaragua o Cuba.
El Presidente de México no es comunista, ni quiere establecer el socialismo en México. Muchos saben que el Presidente profesa una de las múltiples confesiones cristiano-evangélicas. En 2021, durante una conferencia de prensa, AMLO se declaró cristiano; y dijo que si toda la población practicara el cristianismo con humanismo se profesaría “un profundo amor a los más pobres” y “se viviría en un mundo mejor”.
“¿Usted profesa la religión católica?”, le preguntaron; en aquel momento, su respuesta fue: “soy cristiano y quiero también aclararlo, en la iglesia evangélica hay una denominación cristiana; pero mi cristianismo, lo que yo práctico, tiene que ver con Jesucristo, porque soy seguidor del pensamiento y obra de Jesucristo”.[1]
Esta respuesta explica claramente el alcance limitado de sus programas sociales y sus proyectos de inversión, el deterioro de la situación socioeconómica de las clases trabajadoras y por qué en su gobierno les ha ido tan bien a las poderosas clases del dinero.
En el sexenio de AMLO, como a todos nos consta, persistió la propiedad privada sobre los medios de producción, no hay expropiaciones generalizadas y, por el contrario, se ha fortalecido la propiedad privada sobre los medios de producción. En días pasados, el mismo Presidente aseguró que no hay un solo rico que haya perdido dinero durante su gobierno. Y eso es cierto: todos los grandes ricos han ganado más dinero en este sexenio: una consecuencia que nada tiene que ver con el socialismo; porque en un genuino régimen socialista se distribuiría de mejor manera la riqueza para que la sociedad acceda a una fase de desarrollo superior: el comunismo. La clave para comprender este planteamiento está en la siguiente condición: es la propiedad sobre los medios de producción lo que determina si la sociedad puede tener un carácter socialista y luego comunista.
Pero en el supuesto México “izquierdista” de AMLO, los ricos son más ricos y, en la mayor parte de las regiones de la República, hay más pobres. Además, y esto debe ser aclarado seriamente, el socialismo no se construye mediante la entrega de dinero en efectivo, pues el principio socialista reza que “de cada cual, según sus capacidades y a cada cual, según su trabajo”. Es decir, es mediante el trabajo y las capacidades como deben distribuirse los recursos.
AMLO ha decidido dar dinero en efectivo a muchos mexicanos, pero no en función de sus resultados y sus capacidades, sino para condicionar o comprar su voto, para mantenerlos atenidos e inmovilizados frente a la oligarquía; quizás también para robar dinero al erario, pues estos programas sociales son administrados con reglas imprecisas.
Las inútiles megaobras no han desarrollado la capacidad del Estado para competir con las empresas privadas. Por el contrario, son un fracaso, ya que para que funcione el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, de Santa Lucía, hay que invertir dinero del erario; la refinería de Dos Bocas sigue sin refinar y el Tren Maya ya fue inaugurado, pero aún no está concluido; y su funcionamiento costará más de lo que aportarán los pasajeros por su pago.
En conclusión: para hablar de socialismo o de comunismo es preciso cambiar nuestra forma de apreciar las cosas; el pueblo debe saber que hay una forma de vida distinta, una en la que el hombre “trabaje y viva sin llorar”, como dice el poema del ingeniero Aquiles Córdova. En México debemos organizarnos y educarnos para construir el socialismo y, posteriormente, el comunismo. AMLO no es comunista y no quiere construir el socialismo en México. Que no haya dudas.