Con fecha del 22 de marzo pasado, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, mandó hacer pública una carta personal que le acababa de enviar al presidente de la República Popular China y Secretario General del Partido Comunista de ese inmenso país asiático, Xi Jinping. Se le dirigió en términos muy comedidos que vale la pena reproducir para el público que no haya tenido oportunidad de conocer el documento: “Excelentísimo Xi Jinping, Presidente de la República Popular China, presente”, escribió López Obrador. “Con respeto a su investidura y a la soberanía, la historia y la cultura de su admirable pueblo, y por considerarle nuestro amigo, me dirijo a usted para exponerle un asunto de carácter fundamentalmente humanitario y solicitarle, si para ello no tiene inconveniente, su apoyo y cooperación”.
Llama la atención, de entrada, la forma usada por el presidente López Obrador, para dirigirse a un Jefe de Estado extranjero. Me refiero, por supuesto, a una carta publicada en el país y en el mundo. No es la primera vez que sucede, ya en el pasado, el presidente se había dirigido a otras personalidades, entre ellos a Su Santidad el Papa Francisco y al Rey Juan Carlos de España y solamente generaron molestias, comentarios desfavorables de los representantes oficiales y oficiosos de ambos países pero, que se sepa, ninguna de ellas tuvo ni ha tenido alguna repercusión favorable para la vida diaria del pueblo de México. Han sido actos de propaganda.
No debe olvidarse que el estilo de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, sus realizaciones evidentes, como son la conservación íntegra y el acrecentamiento de las utilidades de los más ricos y poderosos empresarios nacionales y extranjeros, a quienes se ha negado rotundamente a aplicar una reforma fiscal progresiva que empuje el levantamiento de obras y el aprovisionamiento de buenos servicios públicos (como la salud y la educación), este régimen, digo, muy bueno para las minorías privilegiadas, se apoya en la saturación de temas de discusión, muchos de ellos verdaderamente intrascendentes, arrojados al público (no pocas veces desde la conferencia “mañanera”), para marcar “la agenda”, para que el público piense y discuta lo que se le imponga desde Palacio Nacional. El régimen de la 4T tiene pues, como una de sus vigas maestras de soporte, la manipulación.
Sería deseable que las comunicaciones entre los jefes de Estado, las discusiones, los análisis y los acuerdos entre los países, fueran siempre y todos del pleno conocimiento público. Algún día será así. Pero, por lo pronto, todo mundo sabe que, cuando se busca realmente un diálogo, una reflexión seria y fundamentada y la toma de acuerdos duraderos que beneficien a dos países, cualquiera que ellos sean, existen conductos diplomáticos efectivos a través de los cuales convocar e iniciar conversaciones constructivas y benéficas para ambos pueblos. ¿Por qué carta al Papa? ¿Por qué al Rey de España? ¿Por qué a Xi Jingping? ¿Cuajaron en algo? En nada, sólo demagogia.
En esta ocasión, el presidente López Obrador, según dice su misiva, por “un asunto de carácter fundamentalmente humanitario”. Es esta una afirmación, por lo menos extraña, pues si en todos los asuntos entre países intervienen los hombres, entonces, todos los asuntos son humanitarios, pero, en este, como veremos, se trata más específica y claramente de asuntos jurídicos, de presuntas violaciones a las normas del derecho. Y así debería de decirse. Escribe el presidente López Obrador, más adelante: “Se trata, presidente, del tráfico de fentanilo que, según información disponible, se produce en Asia y se vende libremente para su exportación a Canadá, Estados Unidos y nuestro país”.
Sigue una breve descripción de la droga y sus efectos, de las muertes por sobredosis que ha causado en Estados Unidos, del fabuloso negocio que representa su producción y comercialización, del bajo consumo que hay todavía en México y de los esfuerzos que hace el país para evitar su tráfico. Advierte también que México corre peligro, que legisladores de Estados Unidos han culpado al país de la desgracia que vive Estados Unidos por el fentanilo y han amagado con que si no detenemos a las bandas del narcotráfico que operan en México e introducen esta droga, “podrían presentar una iniciativa a su Congreso para que las fuerzas armadas de Estados Unidos invadan nuestro territorio”.
Con base en esta argumentación, aparece luego una insólita petición pública al Presidente de la República Popular China: “que… nos ayude a controlar los envíos de fentanilo que puedan remitirse de China a nuestro país… sería un apoyo inestimable contar con información sobre quienes importan esta sustancia, en qué cantidad, en qué embarcaciones, cuando sale de los puertos chinos, a qué puertos mexicanos llega y el tipo específico de sustancia”. Cuento con su benevolencia, amigo lector, para escribir al respecto lo siguiente: ¿Cómo reaccionaría mi vecino de al lado si frente a muchos adultos, jóvenes y niños que están en la calle disfrutando de la fresca de la tarde, toco a su puerta y cuando atiende le digo en voz alta que por favor me diga quién me robó mi licuadora, en qué se la llevó y en cuánto y a quién se le vendió? Dejo en sus manos la respuesta.
Pero este, de nuestras relaciones con la República Popular China y con su presidente, es un asunto mucho más serio. ¿Quién dice y repite sin probarlo jamás y a través de poderosísimos medios de comunicación que el virus Sars.Cov.2 se creó en China? ¿Quién hace llegar a México las noticias y los comentarios de que el fentanilo y sus componentes salen de China? Pues esos poderosos medios de comunicación y sus agencias noticiosas internacionales que apenas, muy recientemente, han empezado a perder el monopolio mundial de la información y, por tanto, de las mentes de los seres humanos.
Son memorables ya las monstruosas falsificaciones que ha producido la propaganda negra del imperialismo. El mundo entero sabe que el famoso Incidente del Golfo de Tonkín, o sea, de la supuesta agresión de un barco de guerra de Vietnam del Norte a un acorazado norteamericano que sirvió para justificar el inicio de la intervención imperialista en Vietnam, nunca tuvo lugar, pero la invasión se puso en marcha, duró once años y causó la muerte de más de tres millones de vietnamitas. El mundo indignado ya está consciente que el secretario de Estado, Colin Powell, aseguró en la ONU, mintiendo descaradamente, que Irak poseía armas de destrucción masiva y así se justificó la invasión imperialista, cuyo resultado, aunque las cifras varían, se estima en medio millón de iraquíes asesinados. ¿Y qué decir de la reciente voladura de los gasoductos North Stream Uno y North Stream Dos en el Mar Báltico para impedir que Rusia venda gas e impedir también que Europa compre gas barato? El mundo sabe ya que Estados Unidos se niega rotundamente, maniobrando con su abstención en el Consejo de Seguridad de la ONU, a que se forme una comisión de expertos internacionales que incluya a Rusia para que descubra y fundamente la verdad.
Tomando en cuenta todo esto (y mucho más que no hay espacio para detallar), que ya forma parte de la experiencia universal, en el caso que comento, me inclino por aplicar aquella sabiduría popular que rara vez falla: “ante la duda, abstente”. Sobre todo, tratándose de un país y un gobernante, como dice el propio Andrés Manuel López Obrador, tan respetado y tan respetable.